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Montañismo y Exploración
La epopeya del Everest
10 junio 1999

El primer acercamiento a la montaña más alta del mundo con el propósito de escalarla se realizó en 1921 por la vertiente norte, en el Tibet. Esta es la historia de las primeras expediciones al Everest, de 1921 a 1924, es el descubrimiento de la ruta norte (otra exploración de montaña), el intento sucesivo por llegar a su cumbre y, finalmente, la desaparición de Mallory e Irvine en 1924 mientras subían a la cima, lo que supondría la creación de una hombre legendario.







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CAPÃ?TULO XXI

NORMALIDAD DESPUÃ?S DEL DESASTRE


Nunca como entonces se echó de menos al general Bruce. Su explosiva jovialidad, la desbordante risa con que acogía la más insignificante ocurrencia y su don de resolver alegremente todas las dificultades, hubieran sido, en aquella ocasión, tan preciosos como todo un cuerpo de peones. Y aun el mismo Norton hubiera acogido como el mejor de los estímulos la presencia de Bruce, recién llegado y sin las terribles huellas de una pugna de veinticuatro horas con la ventisca, a 6,400 metros de altitud. Norton se había ya curtido en lo más rudo de la vida, pues estuvo en la retirada de Mons y en las diversas fases de la Gran Guerra, pero ya es sabido que el genio empieza a agriarse a partir de los 4,500 metros de altitud; uno puede ser estoico y equilibrado al nivel del mar, pero mostrarse muy hosco y desabrido a los 6,400 metros de altura. Para él debió de ser una experiencia enloquecedora ver cómo los resultados de medio año de cuidadosos planes y minuciosa organización se desvanecían en lo alto del cielo, zarandeados por la ventisca. Con facilidad hubiera podido perder los estribos y aumentar aún la depresión de los demás expedicionarios. También éstos corrieron el riesgo de caer en un humor quisquilloso y desapacible. Hubiera surgido una situación tirante y la expedición, en su conjunto, habría perdido la indispensable fibra si el jefe no hubiese logrado dominarse. Tales cosas han ocurrido más de una vez y en zonas mucho más próximas al nivel del mar que la base principal utilizada entonces. Norton y los demás son dignos de alabanza por haber sabido sortear tales peligros y por aprestarse en seguida a la defensa, elaborando nuevos planes en substitución de los que tan despiadadamente se hicieron añicos.
La inmediata necesidad era infundir ánimo en los trajineros. Hasta entonces llevaron la peor parte y debía confortarse su espíritu. El mejor aliento que pudo dárseles fue la bendición del Lama de Rongbuk. Era lo que más necesitaban. Muchos de ellos profesaban las doctrinas hindúes y el Lama era budista, pero no importaba. Lo que querían era la bendición de un hombre consagrado a Dios. Tal vez en circunstancias normales no fueran muy devotos, pero entonces sentían próxima la presencia del Ser Supremo. Estaban en íntimo contacto con la muerte. Sabían que les esperaban penalidades y peligros; nuevos días de frío atroz y de terrible viento, aquella depresión espantosa y la amenaza de aludes y resbalones en la roca o el hielo. Con grave riesgo de su vida lucharían contra todas las tretas de los elementos de una montaña peligrosa y deseaban asegurarsede que valía la pena arrostrar tales riesgos. De haber sido una banda de forajidos prestos a emprender una criminal aventura, no hubieran osado pedir la bendición a un hombre consagrado a Dios. Pero, dedicados a una noble empresa, querían nuevas seguridades de que Dios los acompañaba en su tarea. La bendición del santo Lama sería para ellos prenda de tal ayuda. Consagraba su vida a la búsqueda y fomento de la bondad y podría hablarles en nombre del Altísimo. Si los bendecía, sentirían la compañía de Dios y afrontarían animosamente los peligros y penalidades que les reservaba el futuro. Tal era su sencilla fe.
Ya al día siguiente del regreso a la base principal se envió a Karma Paul, el intérprete, al monasterio de Rongbuk, para pedirle al Lama que bendijese a los peones. Consintió el cenobita, y el día fijado �el 15 de mayo� todos los expedicionarios: alpinistas, "gurkhas" y trajineros, anduvieron unos seis kilómetros valle abajo para recibir la bendición; antes se dio a cada peón un par de rupias para ofrecerlas al Lama.
A su llegada, se ordenó a los trajineros que permaneciesen en el patio exterior, mientras los alpinistas eran conducidos a la antecámara del Gran Lama, donde se les había preparado comida, que les fue servida por monjes jóvenes. Luego, fueron recibidos por el Gran Lama, al que asistan otros lamas de menor Jerarquía. Sentábase ante un altar, en su patio cubierto. Se dio asiento a los ingleses, a ambos lados del patio y frente al Lama; los peones se situaron en el espacio central.
Uno tras otro, los británicos subieron al altar del Lama, quien tocó las inclinadas cabezas con la "rueda de las oraciones", de plata labrada, que sostenía con la mano izquierda. Siguieron los "gurkhas" y los peones y pareció conmoverlos hondamente aquella simple ceremonia. El Lama pronunció después un discurso breve, pero impresionante, animando a los trajineros a perseverar en su empeño y asegurándoles que los recordaría en sus plegarias. Según refiere Geoffrey Bruce, la reverencia con que los peones se presentaron al Lama y abandonaron su presencia era elocuente testimonio del influjo que sobre ellos ejercía. Sus oraciones y su bendición les dieron nuevos ánimos y en el viaje de regreso al campamento habían ya recobrado su habitual jovialidad.
Entre tanto, Norton y Bruce se ocuparon en la reorganización del cuerpo de peones. Para sacar de ellos el mejor provecho, se los distribuiría en tres grupos, cada cual dirigido por un peón escogido. El que seguía al jefe en facultades sería su lugarteniente en caso de apuro. Estos jefes y subjefes gozarían de paga extraordinaria y, en general, del trato dado a los oficiales libres de servicio. No fue difícil elegir a esos seis hombres, pues las penalidades de la semana anterior permitieron ver claramente quiénes eran más dignos de confianza. Los elegidos fueron conducidos a presencia de Norton y Bruce, que les explicaron lo que de ellos se esperaba; luego, se les permitió, en lo posible, seleccionar a los hombres de su pelotón. Al parecer, les agradó la idea; este sistema tenía la ventaja de dar al cuerpo de peones cierta saludable rivalidad y espíritu de grupo.
También Hingston estuvo muy atareado. Durante uno o dos días, después del regreso de los expedicionarios, fue crecidísimo el número de enfermos a los que debía cuidarse. Ya al día siguiente, él y Bruce partieron, llevando unas parihuelas, para trasladar a Shamsher, pues Hingston consideraba que la única esperanza de salvación para aquel desventurado consistía en llevarlo a inferior altitud. Con sumo cuidado fue transportado al primer campamento, pero no pudo soportar la jornada y falleció cuando se hallaba a algo más de medio kilómetro de la base principal. Unos días después también murió el zapatero Manbahadur. De haber sobrevivido, hubieran tenido que amputarle los pies hasta el tobillo. Se dio sepultura a ambos en un lugar protegido del viento; sus nombres, así como los de los demás que sucumbieron en el decurso de las tres expediciones, se grabaron en un mo[nu]mento que se erigió más tarde en las cercanías de la base principal. La pérdida de Shamsher fue especialmente sensible, pues, al decir de Geoffrey Bruce, "era un muchacho valeroso y leal, que se distinguió siempre por su celo y entusiasmo".
Al día siguiente del en que el Lama bendijo a los expedicionarios, el tiempo era magnífico; no se veía ni una nube en el cielo y la montaña se erguía clara y apacible. Como parecía asegurado aquel cariz bonancible, se decidió emprender la nueva ascensión al siguiente día �17 de mayo�, el mismo que se había fijado en el primer plan para el asalto final a la montaña. Mallory había elaborado un nuevo programa, en el que se puntualizaban los movimientos de cada alpinista y de cada grupo de peones para los días inmediatos; se tenía el propósito de llevar de nuevo a la práctica el proyecto inicial, pero retrasando hasta el 29 de mayo la fecha del intento supremo para alcanzar la cumbre, que antes se fijó para el 17. Con ello se bordearía la fecha en que empiezan los monzones, pero era inevitable.
Como movimiento preliminar, los oficiales "gurkhas", acompañados de un pelotón de peones, dejaron el campamento principal al atardecer del día 16 y volvieron a ocupar el primer campamento, para evitar toda demora en la marcha del siguiente día.
Todos confiaban en que, por fin, irían mejor las cosas. Pero ya la misma mañana de la partida recibieron los expedicionarios el primer golpe. Beetham sufría un agudo ataque de ciática y apenas podía moverse. Se repuso de su disentería y a pura fuerza de voluntad logró ponerse en condiciones de unirse a la expedición, pero ahora estaba derrotado. El asunto era grave; aparte su ardiente celo, en lo sucesivo se echaría mucho de menos su habilidad y experiencia montañera. No abundan los alpinistas de su temple.
Pero, salvo éste, no hubo tropiezo en la marcha glaciar arriba, y al atardecer del 19 de mayo los expedicionarios lo ocupaban ya en toda su extensión hasta el tercer campamento. Norton, Somervell, Mallory y Odell se hallaban en él; Irvine v Hazard, en el segundo, camino del tercero; Noel y Geoffrey Bruce, en el primero y camino del segundo; Hingston y Beetham, en la base principal. El tiempo parecía muy favorable. En torno a la montaña se amontonaban algunas nubes, pero, en general, los días fueron radiantes.
Ahora debían atacar el Collado Norte, el principal obstáculo en el camino de la cumbre, y preparar una ruta segura hacia el cuarto campamento. Siendo aquel paso enteramente de hielo, más o menos cubierto de nieve, sus grietas y desgarros variaban de año en año y debía examinarse nuevamente en cada expedición. Recordando la pérdida de siete peones en el alud del año 1922, esta vez debían aproximarse al Collado Norte con la debida prudencia. Además, no se trataba solamente de que lo escalaran unos pocos alpinistas experimentados, sino que debía disponerse un camino para que los peones cargados pudiesen subir y bajar confiadamente. Los trajineros "sherpas" eran muchachos de buena fibra, pero no poseían práctica montañera. Según afirmó Mallory, si se avanzaba por la nieve endurecida, donde se hincan los clavos del calzado, si los alpinistas excavaban buenos peldaños en las pendientes de hielo, si se les echaba una mano, de cuando en cuando, en los puntos peligrosos y existía la seguridad de que encontrarían buena comida v un lecho caliente, esos trajineros subirían y bajarían por las pistas sin tropiezo, satisfechos, confiados y seguros. Pero unos pocos centímetros de nieve aumentan extraordinariamente el esfuerzo requerido para transportar una carga por el Collado Norte. Lo que antes fue firme y seguro se convierte en resbaladizo y peligroso. En vez de avanzar confiadamente con el cuerpo erguido, los trajineros se arrastran con incierto paso, pegados a la pendiente. Entonces se desvanece toda impresión de seguridad. Y precisamente aquel año la capa de nieve era más espesa que en 1922; los peones ya habían sufrido intensamente los efectos del frío y aquella adición de nieve en el Collado Norte hacía más necesaria la preparación de una buena ruta para ellos.
Con este propósito, partió el 20 de mayo del campamento un nutrido grupo de escaladores. Norton se unió a ellos, temiendo que ni Mallory, a quien aquejaba una dolencia de garganta propia de las grandes altitudes, ni Somervell, víctima de una leve insolación, podrían avanzar mucho. El grupo estaba formado por esos tres alpinistas, además de Odell y Lliakpa Tsering, que llevaba un rollo de cuerda y piolets, para ser usados en los trechos más difíciles. Al principio, su avance fue muy lento y no tardó en observarse que Somervell se cansaba más de lo normal. En realidad, su insolación era bastante grave. Quería seguir andando a toda costa, pero Norton y Mallory le obligaron a regresar y volvió al campamento muy disgustado.
La tarea que incumbía a Norton y Mallory consistía en buscar una ruta que no ofreciera peligro de aludes. Observaron una inmensa grieta que se extendía a través de los grandes declives de hielo del Collado Norte. Las pendientes que conducían a ella, aunque muy pronunciadas, no eran peligrosas, y la misma grieta sería una barrera contra los aludes procedentes de las zonas más elevadas. Se dirigirían, pues, a la hendidura v subirían por su borde inferior hasta encontrar una ruta segura hacia el saliente o repecho del Collado Norte, donde pudiera instalarse un campamento.
El punto inmediato de ataque era, pues, la grieta. Norton y Mallory, precediendo a Odell y al peón cargado, compartieron la ruda labor de hacer escalones o de marcar huellas en una serie de declives nevados, ligeramente convexos, la mayoría con un ángulo relativamente suave, que daban acceso al extremo de la grieta que se proponían alcanzar. En el camino encontraron dos hendiduras menores; y el último trecho hacia la grieta principal resultó muy empinado; era obvio que se requería allí una cuerda fija para los peones. Pero se llegó a la hendidura principal sin más contratiempo que el trabajo de cortar peldaños. Sin embargo, al atacar la grieta misma, la cosa fue distinta. No había camino fácil a lo largo de su borde inferior, pues aparecía quebrado en su mitad, y salvar aquel paso exigía grandes precauciones. Se imponía un descenso hasta el fondo de la hendidura; desde allí deberían trepar de nuevo por lo que parecía un muro casi vertical de hielo quebrado, que conducía a un angosto pasaje o "chimenea", único medio de acceso al borde inferior de la grieta, después de la solución de continuidad.
Tal era la situación con que debían enfrentarse Norton y Mallory, situados junto a la hendidura. Para poder avanzar por su borde inferior era indispensable que, de un modo u otro, salvaran aquel feo tajo. No había otro recurso que bajar al fondo y escalar la muralla y la "chimenea".
"Al hallarse ante un obstáculo formidable en sus ascensiones �dice Norton�, Mallory reaccionaba siempre de modo idéntico: se veía positivamente cómo se ponían tensos sus nervios, al modo de cuerdas de violín. Ceñíase metafóricamente los lomos, y su primer impulso instintivo lo ponía de un brinco en vanguardia. En la ocasión a que me refiero, fue él delante, trepando por la muralla de hielo y la «chimenea» con gran tiento y limpieza y con el bello estilo que le era peculiar." Norton lo secundaba; con el mango o la punta del piolet le preparaba, de cuando en cuando, sitio donde poner los pies. El muro de hielo, como la mayoría de ellos, no era tan abrupto como parecía. El atolladero estaba en la "chimenea". La nieve que cubría su fondo no sostenía el peso del cuerpo y parecía ocultar una grieta insondable. Sus flancos eran de liso hielo azul, y tan cercanos, que resultaba imposible excavar peldaños en ellos. Mallory dice que la ascensión por esa "chimenea" fue tan ardua como pudiera desear un buen escalador en cualquiera de las montañas más elevadas. Era un ejercicio gimnástico que hubiera resaltado ya muy duro en altitudes moderadas y era agotador en aquella zona que rayaba en los 6,000 metros.
"Pasada la "chimenea", surgieron a una pequeña plataforma que les dio un gran alivio: estaban ya al otro lado del gran tajo que interrumpía el borde inferior de la principal hendidura. Siguieron avanzando a lo largo de ese borde, con la grieta a mano derecha y un abrupto declive a la izquierda. En aquella ruta no había riesgo de aludes, pero era muy empinada y fue necesario cortar más escalones. De pronto, surgió una nueva difictiltad en el otro extremo de la hendidura. En aquel momento, Norton y Mallory se hallaban en una escarpada pendiente de nieve, que culminaba en un montículo de unos sesenta metros, con un ángulo de inclinación que representaba el límite en que puede sostenerse la nieve: en su base se abría un gran abismo de hielo. Para facilitar la descripción, podremos llamar a aquel trecho "los últimos sesenta metros".
Era la parte realmente peligrosa de la ascensión. No requería un esfuerzo gimnástico como la "chimenea", pero ofrecía mayores riesgos. Podía desprenderse toda aquella masa de nieve y arrastrar a los escaladores hacia el precipicio que se abría debajo. En 1921 ocurrió ya tal deslizamiento en el intervalo entre la ascensión y el descenso de Mallory. Ahora, el temple de Mallory respondió, como siempre, a la llamada interna e insistió otra vez en el deseo de ir adelante. Para reducir el riesgo en lo posible se decidió trepar casi verticalmente por el pozo más abrupto y sólo cruzar hacia la izquierda en su boca, punto en que el declive se hacía menos pronunciado al acercarse al borde del repecho superior: aquél era el saliente que se utilizaría para instalar el cuarto campamento. Odell se había ya unido a Norton y Mallory; los dos primeros se dispusieron a sostener a Mallory desde abajo, situados en un rincón seguro, junto a un pináculo de hielo en el caso de que se desprendiese la traidora superficie y lo arrastrara hacia el fondo. Pero no ocurrió tal contratiempo, y media hora después Odell y Norton subieron por la empinada serie de peldaños que con tanto esfuerzo cortó Mallory en la superficie formada a medias por hielo y nieve.
Estaban ya en el repecho, que inundaba aún el sol y un muro de hielo protegía agradablemente contra el terrible viento del Oeste. No vieron rastro del campamento de 1922, pues toda aquella maraña de montículos de nieve y de tajos de hielo formaba parte del glaciar propiamente dicho y, por lo tanto, estaba sujeta a un constante movimiento. El saliente era más angosto que en 1922. Formaba una combada cresta de nieve intacta y reluciente, que apenas ofrecía espacio para la hilera de minúsculas tiendas de dos metros cuadrados que allí se montaría.
Fue una ascensión agotadora, pues a cada paso tuvo que apisonarse la nieve o hacerse escalones con el piolet para abrir la ruta clara y segura que deberían tomar los peones al día siguiente. Pero los alpinistas estaban satisfechos de haber preparado de nuevo el trecho más difícil de la ruta hacia la cumbre. Odell y Mallory tuvieron aún suficientes bríos para explorar el camino desde el repecho al collado, mientras Norton hincaba estacas para la cuerda fija que colgaría junto a la parte más abrupta de la serie de escalones que conducían a aquellos últimos sesenta metros. Como Mallory estaba muy fatigado por el esfuerzo de hacer peldaños, Odell abrió la marcha. El espacio donde se asentaba el cuarto campamento estaba separado del collado propiamente dicho por un laberinto de crestas de nieve y de grietas en parte disimuladas, y era preciso encontrar allí una ruta. Por fortuna, Odell logró descubrir un puente que permitía salvar la hendidura más difícil y se abrió un camino practicable. Este fue el toque final a la excelente labor de la jornada, y a las cuatro menos cuarto empezaron el descenso.
Pero estaban agotados, y precisamente a causa de su cansancio se expusieron a riesgos que, en circunstancias normales, hubieran evitado con suma precaución. Siguieron la antigua ruta del alío 1922 y avanzaron de prisa. Norton y Mallory abrían la marcha, sin encordar, y tras ellos iban Odell y el trajinero. De pronto, Norton dio un peligroso traspié; luego, resbaló el trajinero, y como sólo la había asegurado con un nudo sencillo, se desató la cuerda, y a no ser por una pequeña zona de nieve blanda, nada hubiera evitado un fatal desenlace. Pero entonces el propio Mallory se vio en un serio apuro, pues había caído en lo que, a todas luces, era una grieta. Primero tanteó la nieve que la cubría y la creyó segura, pero cedió de súbito y el alpinista se hundió cosa de tres metros antes de que lograra detenerse, jadeante y medio cegado; la nieve se desprendió a su alrededor mientras caía, y pasó momentos de ansiedad hasta que lo sostuvo precariamente el piolet, que aferraba aún con la mano derecha, y se atravesó en la hendidura. fue un azar afortunado, pues bajo sus pies se abría un hoyo feo y sombrío.
De momento no se atrevió a hacer ningún esfuerzo para salir de allí, temiendo que cayeran otras masas de nieve desprendida y lo sepultasen. Pero por el redondo agujero que había abierto al caer vio el cielo azul y en seguida dio voces de auxilio. Fue en vano. Nadie oyó sus gritos ni advirtió su caída, pues llevaba gran ventaja a sus compañeros, que también pasaban sus apuros. No le quedaba más recurso que trepar por su propio esfuerzo. Con la mayor precaución puso manos a la obra, haciendo desprender la nieve poco a poco y practicando al mismo tiempo un agujero hacia el lado del hoyo. Luego, trepando cuidadosamente, logró salir de aquella terrible situación y al fin pudo sentar de nuevo los pies en el declive. Pero estaba al otro lado de la grieta y tuvo que hacer escalones en una difícil pendiente de hielo muy duro y, hacia lo hondo, en una desagradable nieve pesada, antes de estar realmente a salvo. Aquel esfuerzo febril, tras la ruda jornada, lo dejó casi sin aliento.
Pudo, al fin, unirse a sus compañeros y avanzaron juntos hacia el tercer campamento, todos ellos bastante avergonzados de sí mismos, por haber permitido que su fatiga los hiciese tan descuidados. Pero ni siquiera por la noche pudo Mallory gozar del debido descanso. Llevaba ya algunos días sufriendo de la garganta y tuvo accesos de tos que lo dejaban rendido y le imposibilitaban el sueño. También le dolía la cabeza y le aquejaba un general malestar. Los demás se sentían casi igualmente maltrechos. Sólo los consolaba pensar que, por lo menos, habían abierto la ruta hacia el obstáculo más grave que se erguía en el camino de la cumbre. Ahora incumbía a los otros la misión de realizar el supremo esfuerzo.

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