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Montañismo y Exploración
La epopeya del Everest
10 junio 1999

El primer acercamiento a la montaña más alta del mundo con el propósito de escalarla se realizó en 1921 por la vertiente norte, en el Tibet. Esta es la historia de las primeras expediciones al Everest, de 1921 a 1924, es el descubrimiento de la ruta norte (otra exploración de montaña), el intento sucesivo por llegar a su cumbre y, finalmente, la desaparición de Mallory e Irvine en 1924 mientras subían a la cima, lo que supondría la creación de una hombre legendario.







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CAPÃ?TULO X

EN MARCHA POR SEGUNDA VEZ


En 1º de marzo de 1922, Bruce estaba ya en Darjlliiig, Partió de Inglaterra antes que los demás para hacer los preparativos de la expedición. Se hallaba en su elemento: de nuevo en las sierras de la India y rodeado de montañeros: Wetherall, el delegado, había realizado una intensa labor preliminar. Hizo reparar las tiendas utilizadas en la anterior expedición; adquirió trigo, arroz y otros productos locales; congregó, además, a unos ciento cincuenta aldeanos de aquellas montañas �"sherpas", "bothias" y otros habitantes de la zona fronteriza entre el Nepal y el Tibet� para que Bruce eligiera a los que formarían el cuerpo de peones, según su excelente criterio. Todos rivalizaban en su afán de unirse a la empresa, pues esos montañeros muestran gran resistencia y un ardiente espíritu aventurero cuando los dirige un Sahib (1) en quien pueden confiar. Bruce reunió, pues, un grupo muy eficiente y les hizo comprender la importancia del honor y la fama que lograrían si la expedición llegaba a buen fin. Esta apelación a su espíritu, acompañada de la promesa de buena paga y excelente ropa y comida, hizo que se unieran a la empresa con entusiasmo, gozosos de participar en una gran aventura.
Pero, a pesar de su temple, aquellos indígenas tienen sus flaquezas, como Bruce sabía muy bien. Son alocados e irresponsables como chiquillos y muestran gran apego a la bebida. Para que avalaran sus severas admoniciones, Bruce recabó la ayuda de los sacerdotes del país. Antes de partir, tanto los brahmánicos como los budistas dieron su bendición a los expedicionarios, lo que los satisfizo en gran manera. Acaso la religión de aquellas gentes no sea muy refinada, pero, como todos los que viven en íntimo y constante contacto con la Naturaleza, poseen el vivo sentimiento de que el hombre depende de un poderoso y misterioso Ser que preside la creación; muestran gran reverencia por los sacerdotes y santones que, aunque de modo vago, representan a aquel Ser, y se sienten fortalecidos y felices si cuentan con el beneplácito de tales ministros.
Un punto al que dedicó Bruce especial atención es la elecci6n de cocineros. En este y otros aspectos mostró paternales delicadezas con los expedicionarios. Como sabía lo que se sufrió en la exploración anterior a causa de la comida mala y sucia, reunió cierto número de cocineros, se los llevó a la montaña v los sometió a diversas pruebas antes de elegir a los cuatro que acompañarían a la expedición.
En tales tareas contaba con la ayuda de Geoffrey Bruce y del capitán Morris, otro oficial de un regimiento de "gurkhas", que conocía la lengua de los nepaleses y sabía el modo de manejar a los indígenas montañeros. El comandante en jefe, lord Rawlinson, puso también al servicio de los organizadores cuatro oficiales "gurkhas" que se ofrecieron voluntariamente y otro al que se encargó oficialmente tal misión.
Contábase también con un intérprete. Era un joven tibetano, educado en Darjiling y llamado Karma Paut. Su colaboración fue eficacísima y, al hablar de él en su libro, Bruce afirma que "fue siempre excelente y animoso camarada". Era educadísimo y se llevaba muy bien con sus compatriotas. Sin duda, las buenas maneras del intérprete fueron una de las principales causas de su éxito, pues los tibetanos, como todos los orientales, tienen excelentes modales y los predisponen favorablemente los de los demás. Un intérprete rudo tal vez hubiera hecho fracasar la expedición.
Además de los alpinistas ingleses, que llegaron a Darjiling en marzo, acudió allí C. G. Crawford, procedente de Assam. El mayor Morshead, lleno de entusiasmo, logró un permiso y se unió a la expedición, no como acompañante militar, sino en calidad de miembro activo.
Se habían ya completado los preparativos, pero los aparatos para el oxígeno aún tardaron algunos días en llegar. Los expedicionarios fueron obsequiados con un banquete por la Asociación Budista y la Sociedad de Montañeros, bajo la presidencia del señor Laden La, subdelegado de policía. Los principales lamas y brahmanes de aquella región bendijeron a los que se disponían a partir y rezaron por su salud y éxito. El 26 de marzo salió el grupo de Darjiling, donde todos les desearon buena suerte.
Bastará con una somera descripción del viaje a través del Tibet hasta el campamento principal, situado en el valle de Rongbuk, pues la segunda expedición siguió, con escasas variantes, la ruta de la primera. Pero como partían con dos meses de adelanto, el tiempo era más inclemente. Aún no habían florecido los rododendros, una de las principales galas de la región de Sikkim, y cuando llegaron a Fari, el 6 de abril, apenas terminaba el invierno. Partieron el 8 y cruzaron el Tang La, bajo una copiosa nevada y con un terrible vendabal [sic]. Se encaminaron a Khamba Dzong por una ruta más breve y tuvieron que cruzar un collado a 5,100 metros de altitud, entre un furioso viento que procedía directamente de los glaciares del Himalaya.
Al llegar, el 11 de abril, hallaron muy cuidada la tumba de Kellas, sobre la cual había una inscripción, claramente grabada, en inglés y en tibetano. Rindieron tributo a la memoria del gran alpinista, añadiendo al fúnebre montículo unas piedras de gran tamaño. Partieron luego hacia Shekar, donde llegaron el 24 de abril, y visitaron de nuevo al Gran Lama del monasterio, pero su personalidad no impresionó tanto a Bruce como a sus predecesores. En su opinión, era un anciano extraordinariamente astuto y un habilísimo mercader. Poseía ricas colecciones de antigüedades tibetanas y chinas y conocía el valor de los objetos con la misma pericia que un profesional. Al decir de Bruce., los demás Lamas eran los menos aseados que vio en todo el Tibet, y es afirmar mucho, pues había pasado por Fari.
El 30 de abril llegaron al monasterio de Rongbuk y su Gran Lama causó en el ánimo de Bruce una impresión muy distinta. Desde el cenobio se domina la majestuosa silueta del Everest, que se yergue sólo a unos veinticinco kilómetros de distancia. Los indígenas consideran al Lama como encarnación del dios Chongraysay. Cuenta unos sesenta afíos, "posee gran dignidad en sus maneras, un rostro en extremo inteligente y reflexivo y una sonrisa extraordinariamente simpática". El pueblo lo trata con el más profundo respeto y el cenobita, por su parte, pidió con insistencia a Bruce que se mostrase bondadoso con los indígenas. También se interesó por la suerte de los animales. En aquella región no se sacrifica a ninguno y se alimenta a los salvajes; las gacelas, tan esquivas en la vertiente india del Himalaya, en la región de Rongbuk parecían casi domesticadas y se acercaban mucho al campamento.
Pero el Lama consideraba un misterioso enigma las razones que impelían a los ingleses a la conquista del Everest. Hizo numerosas preguntas a Bruce sobre los objetivos de la expedici6n y la respuesta fue acertada de veras. Le dijo que iban en peregrinación. Era el único modo de hacer comprender a aquellas gentes que la expedición no perseguía fines materiales, como buscar oro, carbón o diamantes, sino un objetivo desinteresado: fortalecer el espíritu. Bruce explicó al Lama que existía en Inglaterra una secta de adoradores de las montañas; éstos adeptos se proponían rendir culto a la más elevada del mundo. Si al decir "culto" significaba intensa admiración, nada más exacto que la versión de Bruce.
Hacia la parte alta del valle había cinco o seis moradas de ermitaños. Las celdas eran muy pequeñas y sus devotos ocupantes nunca encienden lumbre ni toman bebidas calientes. Los monasterios les facilitan comida y tales eremitas dedican año tras año a la contemplación de Om, su divinidad. Allí, a una altura de 4,500 metros sobre el nivel del mar, deben de sufrir terriblemente durante el crudísimo invierno tibetano, pero la gente de aquel país posee increíble resistencia. Contra lo que es de esperar, esos ermitaños no tienen el espíritu adormecido por sus penitencias; por lo menos algunos de ellos conservan, pese a sus durísimas penalidades, el ánimo afable y sensitivo.
�stas fueron las últimas habitaciones humanas que encontraron los exploradores, y el 1º de mayo, cumpliendo puntualmente el programa, Bruce condujo la expedición �compuesta de trece británicos, unos cincuenta nepaleses e indígenas de otras razas, unos cien tibetanos y trescientos yaks� al saliente del Glaciar Rongbuk para establecer el campamento principal en un punto desde donde se dominase el Everest.
Tal vez la majestuosa montaña se sorprendería al ver llegar tan nutrida tropa de invasores. La pugna comenzaba con gran brío. Esta vez todos los expedicionarios, salvo Finch, gozaban de buena salud. La atención prestada al problema culinario empezaba a rendir sus frutos y el mes de marcha a través del Tibet, aunque fatigoso a causa del viento incesante y frío y de la constante contemplación de llanuras áridas y monótonas sierras, resultó beneficioso para los expedicionarios, a quieres dio temple y aclimató. A tales altitudes, un exceso de ejercicio físico hubiera menguado su fortaleza en vez de aumentarla; por eso Bruce les aconsejó que no marcharan a pie, sino que cabalgaran la mayor parte del camino. Pero anduvieron lo bastante para conservarse en buenas condiciones físicas y deseaban con vivas ansias conquistar la montaña, aprovechando el breve intervalo (de tres semanas escasamente) que media entre el extremado frío invernal v la época de los monzones, pues el asalto sólo es posible entonces. El Everest únicamente es vulnerable por una estrecha faja de espacio y por corto tiempo. Pero es indudable su vulnerabilidad, y los asaltantes se aprestaran a emprender la lucha con todas sus fuerzas.
Su objetivo consistía en transportar dos pequeñas tiendas de campaña hasta lo alto de la cara norte del Everest y montarlas en alguna minúscula hondonada cercana a la cresta nordeste, a una altitud de 8,200 metros. Si se lograba, cuatro escaladores pasarían allí la noche y, partiendo al siguiente día, era muy probable que pudiesen cubrir los seiscientos metros que faltaban hasta la cumbre. Seguramente en un solo día no podrían rebasar aquel límite, pues la proporción del ascenso disminuye rápidamente al aumentar la altitud. Así, el gran enigma de entonces era la capacidad de los peones para transportar dos tiendas, con sacos de dormir, provisiones y una pequeña cocina, a fin de establecer el campamento a los 8,200 metros sobre el nivel del mar.
Era exigirles un durísimo esfuerzo, pues hasta entonces ni siquiera gente sin carga alguna, pudo alcanzar una altitud superior a 7,500 metros; tal vez los 700 metros que faltaban exigirían un esfuerzo imposible para gente cargada. Pero si los peones no podían realizarlo, los escaladores tendrían muy pocas probabilidades de conquistar la cumbre. Claro es que podría transportarse una tienda en vez de dos y un par de alpinistas, en vez de cuatro, podrían intentar el supremo esfuerzo, pero hubiera sido arriesgarse mucho. Si uno de los escaladores enfermaba o sufría un accidente, acaso su compañero no sería capaz de transportarlo al punto de partida. El mejor proyecto era emplear a cuatro escaladores para los últimos 600 metros; ello exigía montar dos tiendas a los 8,200.
Para realizar tal proyecto debía contarse con un campamento situado a los 7,600 metros, entre el que se estableciese a mayor altura y el del Collado Norte, que se hallaba a los 7,000; entre este último y la base principal de los expedicionarios probablemente se establecería una serie de tres campamentos al este del Glaciar Rongbuk, en cuya dirección era accesible el Collado Norte. El traslado de las tiendas para esos campamentos, de la harina, carne y otras provisiones para los alpinistas y trajineros, así como de los excrementos de yak que servirían de combustible, exigiría el empleo de abundantes y diversos medios de transporte. En los campamentos más elevados, situados sobre el glaciar, sólo podría usarse el cuerpo especial de peones organizado por Bruce, pero esa sola labor pondría ya a contribución todas sus energías. Por eso Bruce tenía especial empeño en lograr indígenas o animales de aquella región para efectuar el transporte por el helero, de modo que los cuarenta trajineros nepaleses quedasen libres para realizar el supremo esfuerzo en la propia montaña.
Tal era el objetivo, teóricamente ideal, a que se aspiraba, pero en esas ocasiones la realidad nunca se ajusta al plan establecido; conviene, sin embargo, madurarlo in mente para acercarse a él todo lo posible en la práctica. En las últimas etapas que precedieron a la llegada al campamento principal, Bruce fue preparando las cosas. Intentó convencer a un centenar de tibetanos para que acompañasen a los expedicionarios más allá de su base principal y los ayudasen transportando carga por el glaciar. Creía haber persuadido a noventa, pero al llenar el momento decisivo, el grupo de peones se redujo a cuarenta y cinco; éstos, sólo trabajaron un par de días y regresaron luego a sus hogares. Lo cierto es que en el Tibet el mes de mayo es la época de la labranza y el campo necesitaba de aquellos hombres; la generosa paga que les ofrecían no era para ellos incentivo suficiente. Tampoco podía lograrse gran cosa apelando a sus deseos de fama y honor, pues, en fin de cuentas, no puede conquistarse notable nombradía transportando tiendas y víveres por un helero.
Pero ese fracaso en el alistamiento de indígenas estuvo a pique de desbaratar la expedición. Si Bruce no hubiese tenido la prudencia de llevar consigo un cuerpo de peones cuidadosamente formado por sí mismo, no hubiera podido efectuarse la ascensión al Everest. Tal como estaban las cosas, tuvo que reducirse considerablemente el primer plan, y hubiera sido aún más menguado de no haber logrado Bruce alistar en las aldeas próximas diversos grupos de peones que se avenían a trabajar uno o dos días. Se congregaban así hombres y mujeres y a menudo éstas llevaban consigo a los niños. De este modo se mantuvo una cadena de trajineros de la región para prestar servicio entre los campamentos primero y segundo del glaciar, pero se negaban a seguir adelante. Sin embargo, es de admirar la resistencia de aquellos tibetanos, pues hasta las mujeres y los chiquillos dormían al aire libre, sólo al amparo de una roca, a 5,000 metros de altitud.
Entre tanto se había encargado a Strutt, Longstaff y Morshead la misión de inspeccionar el Glaciar Rongbuk Oriental. Recuérdese que Mallory sólo vio su principio y Wheeler el extremo opuesto; nadie lo había recorrido en su totalidad. Debía hallarse una ruta de ascenso por el helero, la mejor posible, y escoger los puntos más adecuados para establecer el campamento.
Strutt y sus compañeros penetraron en un mundo extraño y embrujado. En su zona intermedia, el Glaciar Rongbuk Oriental no es sólo quebrado, sino que forma un verdadero mar de agujas de hielo de formas asombrosamente fantásticas: su inmaculada blancura centellea al sol y a menudo adquieren un traslúcido tinte azul o esmeralda en los lugares donde la erosión ha formado cavernas.
Hallóse un excelente paraje para instalar el primer campamento; Bruce hizo construir buen número de cabañas de piedra, utilizando a guisa de techo el sobrante de las tiendas. Los muros de aquellos cobijos ofrecían, al menos, amparo contra el viento, pero los remilgados tal vez hubieran dicho que se filtraba en exceso por las rendijas. El campamento estaba situado a 5,400 metros sobre el nivel del mar y a unas tres horas de marcha de la base principal de los expedicionarios.
Glaciar arriba, a unos 600 metros, se hallaba el segundo campamento, a cuatro horas de marcha, aproximadamente, del primero. Estaba enclavado al pie de una muralla de hielo, no lejos de la zona más fantástica de aquel asombroso mar de blancura. Más allá, al alcanzar la parte alta, las agujas se fundían poco a poco en la caótica corriente del glaciar, pero la pendiente no era muy pronunciada y no se trataba precisamente de una cascada de hielo.
El tercer campamento se estableció en la morena, a unos 6,400 metros de altitud y a cuatro horas de distancia del segundo. Se hallaba al pie del Pico Norte y poseía la ventaja de que por las mañanas lo inundaba el sol, pues estaba orientado hacia el Este. Pero el sol desaparecía poco después de las tres de la tarde y el atardecer era frío y lúgubre.
El grupo de Strutt, que llegó a principios de mayo, soportó un intenso frío y los embates del cortante viento habitual en aquellos lugares; Longstaff, que desde algún tiempo estaba decaído, no pudo, durante aquella estación, realizar nuevas ascensiones. El 9 de mayo regresaron los tres a la base principal, tras dejar cocineros en cada campamento, para que estuviesen mejor servidos los grupos que desde entonces seguirían aquella ruta en ambas direcciones.
Completando el reconocimiento del glaciar, instaladas en él los campamentos y transportadas las provisiones hasta el tercero para permitir a los alpinistas ascender al Collado Norte y establecer allí otra base, los escaladores avanzaron, aprestándose para el asalto final. La época era algo temprana, pero es imposible predecir cuándo empezarán los monzones y debe aprovecharse la primera oportunidad para seguir ascendiendo.
El 10 de mayo, Mallory y Somervell partieron de la base principal y a las dos horas y media de marcha llegaron al primer campamento, donde encontraron una "casa" y les dio la bienvenida un cocinero, que les sirvió unas tazas de té. Así, alcanzaron con cierta comodidad el tercer campamento, donde empezaría su labor más ruda. Teóricamente, debía guardarse para más tarde la colaboración de aquellos dos soberbios alpinistas, flor y nata de la expedición; debió emplearse a hombres de menor categoría para desbrozar el camino, mientras Mallory y Somervell permanecían en reserva en la base principal o en uno de los campamentos del glaciar, ejercitándose y aclimatándose mediante ascensiones a las montañas vecinas, pero contando siempre con un confortable campamento donde hallar alimento, reposo y cobijo, mientras los demás se encargaban del previo trajín. Luego, allanada ya la ruta, hubieran pasado de modo rápido, fácil y cómodo y estarían en las mejores condiciones posibles para realizar el supremo esfuerzo del que dependía todo lo demás. Tal es lo que, en teoría, debió hacerse, pero de nuevo tuvieron que abandonarse los planes cuidadosamente madurados.
Según descubrió Mallory el año anterior, la ascención al Collado Norte era la parte más dura y peligrosa de la ruta hacia la cumbre. Era un muro y un declive de hielo y nieve, cruzado por grietas, y ofrecía el peligro de los aludes. Sólo alpinistas experimentados podrían vencer ese obstáculo y, en aquel momento, únicamente podía confiarse la tarea a cuatro, o acaso cinco, del grupo. Los indiscutibles eran Mallory, Somervell, Finch y Norton.
Como los otros dos se reservaban para el asalto final �en el que se utilizaría oxígeno, Mallory y Somervell tuvieron que enfrentarse con aquel obstáculo, aunque franqueable, en extremo arduo y peligroso.
Era la primera vez que Somervell penetraba en las regiones más elevadas del Himalaya. Henchido de energía, la misma tarde en que llegó al tercer campamento emprendió la ascensión a un collado situado frente a él; le acuciaba su peculiar afán de belleza. Allí la encontró, ciertamente, pues desde Rápiu La (tal es el nombre del paso) pudo tender la mirada hacia el maravilloso valle de Kama y admirar la soberbia cumbre del Makalu. Dibujó a toda prisa unas notas �o tomó, por lo menos, unos puntos de referencia para un esbozo� y a las cinco y media se había ya reunido con Mallory.
Al día siguiente, 13 de mayo, Mallory y Somervell, acompañados de un peón que transportaba una tienda, rollos de cuerdas y estacas, partieron del tercer campamento para desbrozar el camino hasta el Collado Norte y facilitar allí el establecimiento de una base. Debía encontrarse una ruta segura �o que pudiera convertirse en tal� para una serie continua de peones que la siguieran en ambos sentidos, transportando provisiones a los campamentos más elevados. Descubrir y asegurar esta ruta requería cierta reflexión. Mallory ya había visitado aquella blanca muralla, pero su exploración ocurrió en el otoño anterior y desde entonces se habían producido ciertos cambios. La ruta por la que ascendió hollando nieve blanda, tenía ahora un centelleo que delataba un hielo desnudo, duro y azul, por lo que no resultaría practicable. Debía encontrarse otro camino. A la izquierda se erguía una hosca cadena de inaccesibles acantilados de hielo. Vio a la derecha, en un trecho de unos cien metros, unos declives de hielo muy pronunciados y más allá un paso en pendiente, al parecer muy cubierto de nieve. fue necesario cortar peldaños para llegar a los declives de hielo y se dispusieron cuerdas para el uso de los peones que pasarían por allí posteriormente. Pero más allá, hasta el collado propiamente dicho, aunque la pendiente se hacía más pronunciada, no había ningún serio obstáculo.
Alcanzaron sin tropiezo el Collado Norte, quedando así dispuesta una ruta segura para los peones. Se montó en lo alto una diminuta tienda en señal de conquista, y los expedicionarios pudieron ya contemplar el panorama que se divisaba desde allí. Estaban a 7,000 metros sobre el nivel del mar, a una altura superior en 2,190 metros a la del Mont Blanc, y es natural que esperaran una anchurosa vista. Pero el Everest les sobrepujaba aún, por un lado, en 1,800 metros, y por el otro se erguía el Pico Norte, de una altitud superior en 600 metros a la del collado. Su campo de visión quedaba, pues, bastante reducido, pero pudieron admirar sin obstáculo la belleza del flanco noroeste del Everest, con su fulgurante muro de hielo y sus escarpadas simas, así como la silueta perfecta del picacho de Pumori.
El Pumori no es más que un pigmeo entre los gigantes de aquella región, pues tiene sólo una altitud de 7,015 metros, pero su forma es bellísima. Su caperuza de nieve, al decir de Mallory, "se apoya en una espléndida arquitectura: la mole piramidal de la montaña, la escarpada sucesión de sierras y estribaciones que miran hacia el Oeste y el Sur, los precipicios de roca y hielo que dan al Este y al Norte, poseen la equilibrada compensación de una larga cordillera que se extiende en dirección oeste-noroeste, paralela a una sierra frágil y fantástica, sin par en aquella región por la elegante hermosura de sus cornisas y torres".
Tal espectáculo compensa en cierto modo una ruda tarea, pero los escaladores del Everest gozaban raramente de aquel premio de belleza. Su ruta ascendía por un valle confinado y la zona baja de aquellas montañas es, a menudo, francamente fea. Se yerguen más allá de las fronteras de la vida. Ningún árbol, arbusto o verde manchón de hierba se observa en aquellos parajes. Donde no hay hielo, nieve o precipicios se hallan frecuentemente largas pendientes o repulsivas roquedas.
Dejando la tienda como señal de ocupación, Mallory y Somervell, en compañía del peón, ya aligerado de su carga, descendieron aquella misma tarde al tercer campamento. Sintieron hasta cierto punto los efectos de la altura, pero tras descansar un par de días se repusieron prontamente, y ardían en tales deseos de llevar a buen término la gran tarea, que aun llegaron a admitir la posibilidad de prescindir de tienda al rebasar el Collado Norte, idea que, por fortuna, nunca pusieron en práctica, pues es muy dudoso que alguien pueda sobrevivir después de pasar una noche al aire libre en la mole principal del Everest. En todo caso, la hazaña sólo sería posible cuando no soplara el más leve hálito de viento y esas noches suelen ser allí de un frío extremado; quien no fuese víctima del vendaval perecería a causa del frío. Posteriormente demostró la experiencia que, aun en el interior de una tienda, el viento y el frío resultan casi insoportables.
El 16 de mayo se reforzó el tercer campamento con la llegada de Strutt, Morshead, Norton y Crawford y de un largo convoy de provisiones. Mediaba ya el mes de mayo y llegaban las tres únicas semanas del año en que la montaña es vulnerable. El grupo se decidió a la acción inmediata al enterarse de lo que vió Mallory el día 16 en el collado de Rápiu La. Al tender la mirada hacia el valle de Kama, pudo observar que "las nubes que formaban una masa hervorosa en aquella vasta y terrible caldera no eran de un blanco centelleante, sino de un melancólico gris", de lo que coligió que amenazaban dificultades. La época de los monzones podía empezar de un momento a otro y debían anticiparse a ella en furiosa carrera y asaltar la cumbre mientras les quedase tiempo.
A la mañana siguiente �17 de mayo�, sin esperar ni un día más, Strutt, Mallory, Somervell, Norton y Morshead, con los peones (cada uno llevaba una carga de doce a quince kilos), partieron hacia el Collado Norte; Crawford, que estaba enfermo, tuvo que volver a la base principal.
En el alto declive no soplaba el viento y los expedicionarios gozaron de la caricia y la luz del sol matinal que los inundaba. Mallory y Somervell experimentaron menos que en la primera ascensión los desagradables efectos de la altura: empezaban ya a aclimatarse. Tal vez esa adaptación a las condiciones de las grandes altitudes aconseja que no permanezcan en una zona demasiado baja los alpinistas a quienes ha de confiarse el supremo esfuerzo. Es conveniente que pasen unos días a una altura de 6,000 o 7,000 metros antes de ascender más.
El 18 de mayo se dedicó al descanso en el cuarto campamento y a su reorganización. Al día siguiente llegó la segunda caravana con nuevos fardos y los alpinistas pudieron acampar con cierta comodidad. Claro que montaron las tiendas sobre nieve, pues no había en aquel paraje rocas ni peñascos, pero enormes bloques de hielo los protegían contra los embates del cortante viento del Oeste; contaban con víveres abundantes y variados: té, cacao, puré de guisantes, bizcochos, jamón, queso, embutidos, sardinas, arenques, tocino, lengua de buey, mermelada, chocolate, raciones de las que se usan en el Ejército y la Armada y spaghetti. Nada se olvidó en lo que atañe a alimentos sólidos, pero la grave dificultad era el agua. En el Collado Norte y en altitudes superiores la nieve y el hielo nunca se funden: sólo se evaporan. Allí no existe, pues, ningún arroyo ni el regato más mínimo. En aquel campamento y en los de situación más elevada costaba mucho trabajo obtener agua, pues para ello debía fundiese la nieve sometiéndola a la acción del fuego.
El 20 de mayo empezaría la ascensión a la mole principal del Everest.

(1) "Señor", en la India (N. del T.)

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