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Montañismo y Exploración
La epopeya del Everest
10 junio 1999

El primer acercamiento a la montaña más alta del mundo con el propósito de escalarla se realizó en 1921 por la vertiente norte, en el Tibet. Esta es la historia de las primeras expediciones al Everest, de 1921 a 1924, es el descubrimiento de la ruta norte (otra exploración de montaña), el intento sucesivo por llegar a su cumbre y, finalmente, la desaparición de Mallory e Irvine en 1924 mientras subían a la cima, lo que supondría la creación de una hombre legendario.







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CAPÃ?TULO XXII

EL SALVAMENTO


Preparada ya la ruta por Norton y Mallory, la labor inmediata consistiría en instalar el cuarto campamento en el Collado Norte. Confióse la misión a Somervell, Hazard e Irvine. Como el tiempo apremiaba y podían comenzar los monzones de un momento a otro, se partió el 21 de mayo, al día siguiente de desbrozar el camino Norton y Mallory. Somervell estaba mejor �o se lo figuraba�, y en compañía de los otros dos alpinistas y de doce peones que transportarían tiendas, fogones y víveres, debería instalar el cuarto campamento en el repecho elegido por Norton. Ayudaría a los trajineros a trepar por la "chimenea" y a fijar cuerdas en los trechos peores, especialmente en los feos sesenta metros inmediatos al repecho; regresaría el mismo día con Irvine, dejando a Hazard y a los doce peones en el nuevo campamento. Luego, Odell y Geoffrey Bruce emprenderían la marcha el 22 de mayo, pernoctarían en el cuarto campamento y el día 23 avanzarían con los peones hasta e! punto donde se organizaría el quinto.
El plan era sencillo, pero en seguida surgieron dificultades. La mañana del 21 de mayo fue anormalmente calurosa; por el espacio flotaban grandes masas de ligeras nubes. No tardó en caer una nieve húmeda y blanda que cubrió enteramente las pistas que con tanto esfuerzo trazó y apisonó Mallory. La capa de nieve era espesa y el avance se hacía difícil. Los escaladores tuvieron que hincar estacas y disponer cuerdas en los peores trechos para los peones que los seguían. Lo más arduo fue la "chimenea", pues resultaba casi imposible transportar cargas por un sitio como aquél. Tuvo que ensayarse otro expediente. Como no lejos de allí se erguía un precipicio vertical de hielo, se izarían los fardos desde el fondo de una pequeña plataforma que había en lo alto, lo que permitiría a los peones trepar por la "chimenea" libres de carga. Así, pues, Somervell e Irvine se situaron en la plataforma e izaron los fardos, mientras Hazard permanecía al pie del muro, dirigiendo la operación. Era muy duro el esfuerzo exigido a Somervell y a Irvine y una giba de nieve acrecentaba sus dificultades; pero lograron subir, uno tras otro, los doce fardos, cuyo peso oscilaba entre doce y dieciocho kilos. Y habiendo dejado a Hazard y a los doce peones en el repecho donde debían instalar el campamento �operación que realizarían bajo la copiosa nevada que seguía cayendo aún�, volvieron al tercero, donde llegaron a las 6:35. Fue una jornada terrible, pero quedó montado el refugio.
Esto, ocurría en 21 de mayo. Por la noche nevó y continuó la nevada durante la mañana siguiente; sólo cesó a las tres de la tarde. Geoffrey Bruce y Odell no pudieron, pues, ponerse en marcha hacia el Collado Norte.
Aunque dejó de nevar por la tarde, aumentó rápidamente el frío. Aquella noche �la del 22 al 23 de mayo� el termómetro descendió a 31º bajo cero. Y esa temperatura a 6,400 metros de altitud es muy distinta que si se experimenta al nivel del mar. Treinta y un grados bajo cero en una incómoda y minúscula tienda donde debe dormirse en el suelo es cosa muy diferente que observar igual temperatura en el exterior desde las ventanas de una cómoda casa. Claro es que en muchas partes del mundo se registran temperaturas muy inferiores, pero en pocos casos resultan tan difíciles de soportar como el frío que los alpinistas sufrieron en el Everest. En la "Misión tibetana" el frío fue muy duro, pero entonces el termómetro sólo descendió a los 27º bajo cero y la altitud era de 4,500 metros; además, por lo menos los que dirigían aquella exploración disponían de lechos. Quienes hayan experimentado intenso frío en grandes altitudes apreciarán mejor que nadie las penalidades que tuvieron que soportar entonces Norton y sus compañeros.
El día 23 de mayo amaneció con cielo despejado y sin viento, aunque el aire cortaba como un cuchillo. Esto permitía confiar en que la nieve recién caída en los flancos del Collado Norte no ofrecería dificultad. En vista de ello, se permitió que Geoffrey y Odell realizaran su programa. Partieron a las nueve y media, acompañados de diecisiete peones.
Pero ¿qué les ocurrió, entre tanto, a Hazard y a sus doce trajineros? Quedaron en el Collado Norte el 21 de mayo. El 22 nevó casi todo el día y la noche del 22 al 23 fue de las más frías que se recuerdan en aquella región. Su campamento no estaba asentado en una morena, como el tercero, sino sobre la nieve... y se hallaba 610 metros más arriba. ¿Qué les habría sucedido entre tanto? Era una cuestión que preocupaba seriamente a Norton. fue para él un alivio cuando, poco antes de la una, al empezar a nevar de nuevo copiosamente, logró distinguir, entre el trémulo velo que todo lo borraba, unas hileras de puntitos negros corno moscas en el blanquísimo muro, descendiendo poco a poco desde el cuarto campamento. Sería sin duda el grupo de Hazard que regresaba al tercer campamento y se alegró de ello.
Más tarde, a eso de las tres, vio regresar también a Geoffrey Bruce y a Odell en compañía de los peones. Llegaron a un punto, donde la nieve era peligrosa y vieron a los del grupo de Hazard más arriba, descendiendo por la "chimenea", de lo que coligieron que era mejor retroceder.
Se esperaba, pues, ansiosamente la llegada de Hazard. Regresó al campamento a eso de las cinco de la tarde, pero sólo lo acompañaban ocho hombres; los cuatro restantes se quedaron atrás. No pudieron pasar aquel peligroso declive, "los últimos sesenta metros", situados bajo el repecho donde se dispuso el cuarto campamento. Hazard abrió la ruta para tantear las condiciones de la nieve recién caída y lo acompañaron ocho peones, pero los cuatro restantes volvieron la espalda. Tal vez estaban enfermos; era seguro que dos de ellos sufrían los efectos de la congelación. Lo más probable era que uno de los trajineros hubiese entrado en una zona de nieve resbaladiza y temieran avanzar; seguramente no olvidarían lo que sucedió un poco más abajo, en aquellas mismas pendientes, durante la expedición anterior.
Sea como fuere, estaban sitiados en el Collado Norte. Entonces caía una persistente nevada, de copos blandos como plumón, haciendo cada vez más difícil la ascensión y el descenso.
Al parecer, Norton no vaciló ni un solo instante antes de decidir su línea de conducta. Otros hubieran titubeado o considerado desesperada la situación, pero no así Norton, Hubiera podido argüir en su fuero interno que el tiempo era demasiado hostil para que alguien se aventurase por aquellos flancos de hielo. Era triste abandonar a los pobres trajineros a su sino, pero debía velar por la vida de los demás, no sólo por la de los sitiados, y tener también en cuenta el esencial objetivo de la expedición. Si enviaba un grupo de socorro, acaso los que lo formasen perdieran también la vida. Y si no ocurría así, el esfuerzo los dejaría tan rendidos que ya no podrían utilizarse para el futuro intento supremo en la montaña y tal vez se malograría la posibilidad de conquistar su cumbre.
Con razón hubiera podido Norton argumentar así en su interior, pero lo cierto es que se dejó de razonamientos. Lo que hizo es obrar de modo instintivo. En el decurso de la gran aventura tuvo el propósito fijo de que, aquel año, debían evitarse a toda costa las bajas entre los peones. Sólo podía hacerse una cosa: ir a salvarlos. A todo trance debía conducirlos con vida al campamento. Además, el propio Norton formaría parte del grupo de auxilio �él y los otros dos, los mejores entre los alpinistas: Mallory y Somervell�. Sólo los mejores servirían para esa tarea. Y llegó a tal decisión �a la cual contribuyeron tanto él como sus dos compañeros�, a pesar de que los tres se sentían enfermos, tras las fatigosas experiencias de aquel campamento situado a 6,400 metros de altitud y la ardua labor de abrir la ruta hacia el Collado Norte.
A riesgo de su propia vida y la de Mallory y Somervell, debía salvarse a aquellos hombres, compañeros en una común aventura. Siempre estaban prestos a arriesgar la vida por sus jefes y era justo que éstos pusieran la suya en peligro para salvarlos.
El compañerismo salió por sus fueros. Y ese sentimiento de camaradería debió de estar muy grabado en el espíritu de Norton, Somervell y Mallory, pues en aquellas circunstancias de frío atroz, malestar y congoja, cuando la vida no era más que una trémula llama en su interior, sólo podían sobrevivir los impulsos más hondos. Todo lo superficial se había ya desvanecido hacía tiempo. De no haber tenido en la raíz del alma ese sentimiento de solidaridad, de no pensar que quienes los recordaban desde la lejana patria confiaban en que se comportarían como hombres, tal impulso no hubiera surgido en esas tremendas circunstancias.
Sin embargo, los tres advertían claramente los riesgos que correrían. Mallory y Somervell sufrían fuertes accesos de tos y dolor de garganta, lo que reduciría mucho su brío en la ascensión. El propio Norton, al decir de Mallory, tampoco estaba en condiciones de emprender la marcha. Y el tiempo seguía siendo malo. En la lona de la tienda resonaba el tamborileo de la nieve mientras estaban reunidos. Mallory escribe en sus Memorias que, con aquella nevada, sólo había escasísimas probabilidades de realizar la ascensión y muchas menos de conducir de nuevo un grupo en el descenso. Personalmente tuvo ya la experiencia de quedar sepultado bajo un alud y de caer en una grieta en aquel mismo Collado Norte.
Por fortuna, dejó de nevar a medianoche; a la mañana siguiente �24 de mayo�, a las siete y media, se pusieron en camino. Al llegar a los declives del Collado Norte, vieron que la nieve no era tan mala como se habían figurado, pues aún no tuvo tiempo de ponerse pegajosa. Sin embargo, la marcha era muy ardua; exigía un rudo esfuerzo, ya que el espesor de la nieve oscilaba entre unos treinta centímetros y la altura suficiente para llegar a la cintura; además, se sentían mal a causa del frío y de la altitud. Sea como fuere, lograron cruzar la nieve recién caída en el fondo del glaciar y continuaron subiendo, lenta y fatigosamente, resoplando y con frecuentes accesos de tos. Al principio, Mallory abrió la marcha y luego Somervell guió al grupo hasta el lugar donde, el día anterior, Geoffrey Bruce y Odell dejaron su carga. Después, Norton, que llevaba crampones, se puso al frente y logró conducirlos, sin necesidad de hacer peldaños, en la ascensión por la grieta mayor, donde descansaron media hora.
A eso de la una y media se encontraban al pie del muro que se yergue bajo la "chimenea". Todos los escalones habían sido borrados por la nieve, pero quedaba la delgada cuerda fijada allí por Somervell; agarrándose a ella con ambas manos, lograron izarse por el difícil paso. En dos puntos de especial peligro, Norton y Somervell, por turno, se pusieron primeros de la cuerda, mientras los demás los sostenían. Luego, llegaron a los peligrosísimos "sesenta metros finales", y en el repecho que los corona hallaron a uno de los trajineros sitiados, de pie sobre el borde. Norton dio voces, preguntando si se sentían capaces de andar. El peón le contestó con otra pregunta: "¿Subiendo o bajando?" "¡No seas necio! Bajando, claro está". Y desapareció en seguida, en busca de sus compañeros.
Hasta aquel punto las condiciones de la nieve fueron menos peligrosas de lo que esperaban, pero la etapa final ofreció verdadero peligro. Somervell insistió en ir delante al cruzar el difícil declive, mientras Norton y Mallory se disponían a usar los sesenta metros de cuerda que llevaron consigo para casos de apuro. Hincaron en la nieve todo el mango de sus dos piolets y arrollaron en ellos la cuerda, que iban saltando, palmo a palmo, mientras Somervell se abría paso trabajosamente, subiendo por la abrupta pendiente de hielo, cruzándola luego horizontalmente y cortando en la marcha buenos escalones.
Se acercaba más y más a los cuatro hombres que esperaban, en la cresta del declive, pero cuando ya casi los alcanzaba quedó perplejo: la cuerda no daba más de sí. Se encontraba aún a unos nueve metros de los peones. ¿Qué hacer? Eran las cuatro de la tarde y el tiempo apremiaba. Los alpinistas decidieron que los trajineros debían arriesgarse a salvar sin ayuda aquellos nueve metros. Cruzarían uno a uno el trecho peligroso y, al llegar junto a Somervell, serían transferidos, mediante la tensa cuerda, a Norton y Mallory.
Los dos primeros llegaron sin tropiezo al lado de Somervell; uno de ellos alcanzó a Norton y el segundo acababa de ponerse en marcha cuando cedió la nieve bajo los pies de los dos restantes �que cometieron la insensatez de avanzar a un tiempo� y al instante volaron pendiente abajo. Durante unos segundos en que se le paró el corazón, Norton los vio despedidos por el borde del azulado precipicio de hielo, sesenta metros más abajo. Pero de pronto se detuvieron. Habían chocado contra una zona de nieve pastosa debido al frío matinal y al sol del mediodía, y quedaron clavados en ella. Se les ordenó que no se movieran, mientras Somervell, con pasmosa serenidad, traspasó primero a Norton el segundo peón, mediante la cuerda, y dedicó luego su atención a los infortunados compañeros.
El salvamento de aquellos dos, en tan terrible apuro, exigía el colmo de la destreza montañera. Primeramente, Somervell tuvo que calmar el nerviosismo de los sitiados y empezó a burlarse de su impericia, hasta que casi los hizo reír. Luego hincó todo el mango de su piolet en la blanda nieve, cogió la cuerda que llevaba arrollada a la cintura y la ató al piolet mientras Norton y Mallory sostenían el extremo con el fin de asegurarla. Dispuesta así la cuerda, Somervell bajó por ella hasta la otra punta y mientras se agarraba al extremo con una mano, tendió el otro brazo hasta alcanzar casi a uno de los peones. Después, aferrándolo por el cuello, lo izó sin tropiezo hasta el piolet. Lo mismo hizo con el segundo; y así llevó a feliz término el salvamento.
La desgraciada pareja volvía a estar en relativa seguridad, pero tenían tan alborotados los nervios, que tropezaron y dieron un resbalón mientras avanzaban junto a la cuerda hacia el seguro puerto donde los esperaban Norton y Mallory, y sólo agarrándose a ella lograron evitar un nuevo desastre. Al fin, cuando estuvieron ya a salvo, Somervell volvió a atarse la cuerda a la cintura y los siguió. Norton comenta: "Fue una magnífica lección práctica de arte montañero verlo seguir, equilibrado y erguido, por la maltrecho pista, sin un error ni un traspié".
Entonces tuvieron que forzar la marcha para evitar que se les echara la noche encima, pues eran cerca de las cinco cuando empezaron el descenso. Mallory iba delante, encordado con uno de los peones. Somervell seguía inmediatamente, guiando a otros dos, y Norton formaba la retaguardia, acompañando a un trajinero cuyas manos sufrieron hasta tal punto los efectos de la congelación que las tenía inútiles, por lo que en sitios difíciles, como la "chimenea", Norton tuvo que sostener todo su peso.
A eso de las siete y media dejaban las heladas pendientes del Collado Norte y estarían a un kilómetro y medio de "casa" (así dice Norton, pero se refería sólo al tercer campamento), cuando vieron surgir unas siluetas en la obscuridad: eran Noel y Odell que los esperaban, prestos a servirles una sepa caliente. De nuevo llegaba Noel en el momento en que más se necesitaba.
Los alpinistas habían salvado a los cuatro trajineros, pero estaban rendidos. Somervell, mientras hacía los escalones en el declive, no dejó de toser y de sufrir un terrible ahogo. A Mallory la tos lo mantuvo despierto toda la noche y Norton tenía los pies muy doloridos. Los tres salvaron la vida a los peones; pero más tarde, al llegar a trescientos metros de su objetivo, descubrirían la importancia del escote pagado por su abnegación.
Tras aquellos sucesos, los expedicionarios no estaban en condiciones de emprender en seguida el asalto al Everest. Era imperiosa una segunda retirada glaciar abajo, hacia los campamentos inferiores, para recobrar las fuerzas perdidas. Ya Norton dio las órdenes oportunas para que empezara el retroceso mientras él y sus compañeros salvaban a los trajineros sitiados. Volver otra vez la espalda a la montaña y precisamente criando podían empezar los monzones de un momento a otro, era un rudo golpe; pero no quedaba otro recurso. Ni uno solo de los expedicionarios estaba en condiciones de proseguir la marcha. De momento, el frío y el terrible esfuerzo habían vencido al grupo, especialmente a los mejores alpinistas, que llevaron la peor parte. Se imponían unos días de descanso en inferior altitud.
Geoffrey Bruce, Hazard e Irvine, con la mayoría de los peones, ya habían empezado a descender por el helero y al día siguiente al del salvamento los siguieron Norton y los demás. Formaban un diezmado y maltrecho grupo de cojos y ciegos y se vieron forzados a avanzar hacia el segundo campamento luchando con una cruel ventisca del nordeste. Al siguiente día �26 de mayo�, Norton y Somervell llegaron al primer campamento y el grupo se distribuyó así: Odell, Noel y Shebbeare se quedaron en el segundo campamento, en compañía de unos veinte peones; Mallory, Somervell, Bruce e Irvine permanecerían con Norton, en el primero; Hazard partió hacia la base principal, donde se unió a Hingston y Beetham.
Se distribuyó así el grupo escalonadamente para poder reanudar las operaciones con la mínima demora en cuanto el tiempo fuese favorable. Los que deberían avanzar hacia el Collado Norte estaban en el segundo campamento, de modo que, cuando se cursara la orden, podrían ocupar de nuevo el cuarto era el término de un solo día.
La misma noche de la llegada al primero celebróse "consejo de guerra", se examinaron cuidadosamente los medios y arbitrios con que se contaba y se preparó un plan más sencillo. Al estudiarse la cuestión del transporte, se evidenció una situación muy difícil. Al decir de Shebbeare y Bruce, de los cincuenta peones de que se dispuso al principio, sólo podía contarse con quince. No era muy crecido el número de los que físicamente estaban imposibilitados para proseguir; pero el frío extremado, unido a los efectos de las grandes altitudes, había minado su ánimo y no podía ya confiarse en ellos. Hasta entonces, poco trabajo se había hecho. Se instaló rudimentariamente el cuarto campamento, con cuatro tiendas y sacos de dormir para doce peones y un alpinista. Debía aún transportarse allí todo el combustible y las provisiones, así como los aparatos de oxígeno y los balones que se necesitarían en la montaña y todas las tiendas y fogones para los campamentos más elevados. Además, debía también instalarse y abastecerse el quinto campamento; y, según el primer plan, sólo para este trabajo se requerirían quince peones.
Se imponía considerar asimismo la cuestión del tiempo. Faltaban sólo seis días para la fecha en que empezaron los monzones en 1922. Se necesitarían dos o tres días de descanso y se emplearía otra jornada para llegar al tercer campamento. Era obvio que el nuevo plan debía permitir a los escaladores preparar un serio intento, con la mínima demora una vez puestos en marcha para el asalto a la cumbre.
También se planteó la cuestión del oxígeno y hubo quien expresó sus dudas sobre los beneficios reales que proporcionó a los que lo usaron. El "consejo de guerra" se prolongó sin llegar a un acuerdo a este respecto y Norton convocó una nueva reunión para el siguiente día, invitando a Odell, Shebbeare y Hazard a que acudieran a la base desde el segundo campamento. En el nuevo consejo se pensó en todas las combinaciones posibles de los siete alpinistas con que se contaba y se examinó minuciosamente el asunto. Por fin, se adoptó el plan de mayor simplicidad. Se desecharía el oxígeno y se emprendería una serie de asaltos, por escaladores emparejados. Cada grupo saldría del cuarto campamento en días consecutivos de buen tiempo y pasaría dos noches más allá de aquel campamento: una en el quinto, a unos 7,775 metros de altitud, y la otra en el sexto, a unos 8,300. Norton insistió en la idea de que permaneciese constantemente un grupo de auxilio, formado por dos escaladores, en el cuarto campamento.
Al distribuir a los alpinistas en los varios grupos, Norton estipuló que Mallory tenía derecho a unirse al primero, si así lo deseaba. Su garganta había mejorado mucho, y aunque hasta entonces le tocó en suerte la más ruda labor, la energía y el íntimo ardor de aquel hombre �dice Norton� se reflejaban en todos sus ademanes y nadie dudó de que estaba en condiciones de llegar tan alto como cualquiera. De los demás, evidentemente era Bruce el más fuerte. Así, Mallory y Bruce formarían la primera pareja. La garganta de Somervell aún distaba mucho de estar sana; pero ya empezaba a mejorar gracias al calor del primer campamento. Era enorme el prestigio de que gozaba desde 1922 y aumentó con el salvamento de los peones sitiados. Seria él, sin duda, uno de los del segundo grupo y se dejó a Somervell y Mallory la misión de elegir al compañero; Norton les permitió que escogieran entre él, Odell, Irvine y Hazard. Se inclinaron en favor de Norton, y para la elección tuvieron en cuenta la importancia de que en cada grupo figurase un escalador que hablase suficientemente el nepalés para manejar a los peones cuando les empezase a flaquear el ánimo. Odell e Irvine formarían el grupo de auxilio en el cuarto campamento y Hazard se quedaría en el tercero.
El 28 de mayo, como el día anterior, fue cálido y de cielo despejado; los espíritus más ardorosos ya deseaban estar de nuevo en la montaña. Pero impresionó tan favorablemente a Norton la mejora de la salud observada en todos los expedicionarios, que decidió quedarse un día más. No se perdió el tiempo: los quince "tigres", según los llamaron, se reunieron en el segundo campamento; y Odell e Irvine se dedicaron a hacer una escalera de cuerda para que los trajineros cargados pudiesen ascender por la abrupta muralla de hielo situada bajo la "chimenea" del Collado Norte.
El 30 de mayo empezó el último avance preparatorio. Los grupos de escaladores, acompañados por Noel �que llevaba su cámara ciematográfica� llegaron al tercer campamento.

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