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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili
1 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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CAPÍTULO XIV RETORNO DE LA EXPEDICION VICTORIOSA
Comenzamos por descansar, pues todos teníamos sueño atrasado. Después, habiendo recobrado toda nuestra energía, cada uno de nosotros se dedicó a sus propias actividades. Wish coleccionó numerosas lecturas de instrumentos y anunció con orgullo que tenían una alta importancia. Jungle utilizó el ocio para establecer el mapa de la región. Desgraciadamente, se perdía cada día y había que enviar a un portador en su busca, lo que era extremadamente incómodo para nosotros. Esta costumbre terminó por irritarnos hasta tal punto, que designamos un portador para servirle de guardián, dando a éste instrucciones formales para que recogiese a Jungle y lo trajese al campamento a la caída de la tarde. Una tarde en que no había regresado a la hora normal, Shute lanzó unos cuantos cohetes —que había llevado para filmar escenas de noche—, a fin de guiarlos. Uno de los cohetes cayo sobre la tienda de Wish, que se consumió enteramente con todos los documentos recogidos por nuestro amigo. Wish estaba desesperado. Todo el fruto de su trabajo se había desvanecido en humo. El calor había hecho hervir todo el mercurio de sus termómetros y no podía proceder a ninguna lectura. Y el resto de su material estaba en la cumbre del Khili-Khili. No había podido descubrir sobre la montaña ninguna criatura viva. No le quedaba más que una última esperanza de justificar su presencia: le era preciso consagrar toda su energía a la búsqueda de transversiones. Como Shute no tenía nada que hacer —había estropeado ya todo lo que había llevado de películas y todos sus objetivos—, Wish lo enroló, así como a Burley. Este último estaba ahora completamente aclimatado; estaba tan hirviente de energía como un colegial, y agotaba a Wish y a Shute cuando partían los tres a la caza de la transversión. Constant, poseído de un deseo siempre tan insaciable de mejorar sus conocimientos de la lengua, pasaba la mayor parte del tiempo en compañía de los portadores. Se le encontraba a veces errante sobre la nieve, entrenándose en emitir gruñidos, borborigmos y otros fenómenos sonoros que constituyen la esencia misma del yogistanés hablado. Se estimaba generalmente —nos dijo— que el yogistanés era impronunciable por un estómago occidental, y su gran ambición era probar la falsedad de este aserto. Me anunció que estaba al borde del éxito. Presentaba ahora seguros síntomas de la gastritis permanente que es hipodérmica entre los yogistaneses, pues es provocada justamente por su forma de hablar con el estómago. Burley tuvo la falta de caridad de observar que si Constant hubiera contraído esta enfermedad de estómago un poco antes, Prone no se encontraría actualmente bloqueado en la cumbre del Khili-Khili. Recordé a Burley que sin el defecto de pronunciación de Constant, hubiéramos fracasado en nuestra empresa, y felicité a Constant por su gastritis. Era, además, interesante notar que a medida que sus crisis se agravaban. Constant se hacía cada vez más insensible a los efectos de la cocina de Pong y que incluso Llegó a apreciarla. Avanzó la hipótesis de que el método culinario yogistanés es antiirritante a los dolores de la indigestión. Fuera por lo que fuese, este parecía, en efecto, ser el caso. Hay que lamentar solamente que, cuando regresó a la civilización, fuera completamente incapaz de readaptarse a la cocina occidental. Durante semanas siguió una dieta severa, experimentando toda clase de mezclas de los alimentos más heteróclitos y todos los medios de hacerlos indigestos. Finalmente, estaba al borde del suicidio, y se disponía a consumar este acto desesperado, cuando tuvo la feliz idea de contratar un cocinero yogistanés. Envió en seguida cables en todas direcciones, uno de los cuales Llego a Pong. En razón de las dificultades que imponía la transmisión de los gruñidos, borborigmos y otras eructaciones por cable, en razón también de las objeciones planteadas por el Sindicato al que pertenecía Pong, las negociaciones fueron bastante largas, y Constant estuvo a punto de sucumbir. Pero todo terminó por arreglarse. Pong está ahora instalado en el piso de Constant, en Mampstead. Y a casi todas las horas del día se les puede encontrar gruñendo o borborigzando en la cocina, vigilando con mirada concupiscente cualquier horrible mixtura, o bien inclinados con aire de éxtasis sobre pucheros donde hierve una espantosa cocción. La última vez que he visto a Constant fumaba una pipa de groku que —me dijo— tenía para el las mismas virtudes antiirritantes. Pero anticipo. Durante este periodo de ansiedad en el campamento de base, cuando ignorábamos aun todo de la suerte del desgraciado Prone, fui una vez más animado e inspirado por el celo con que mis compañeros se entregaban a sus tareas sin dejar que su inquietud frenara su sentido del deber. Me obligué a tomar parte en todas estas actividades, mundanas y demás, y me di cuenta de que aligerando el peso de los demás, aligeraba a la vez el mío.

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