Al asalto del Khili-Khili
1 noviembre 1998
La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.
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Pasé una noche agitada y me desperté muy cansado. Pong, cuando me trajo el desayuno, estaba tan impenetrable como siempre; todo lo más, se permitió en mi presencia un vigoroso eructo, lo que jamás había ocurrido hasta entonces. Me pregunté por un momento si no comenzaba a abusar de la simpatía que yo le había testimoniado; pero me reproche en seguida este pensamiento poco caritativo. Cuando convoqué a So Lo, también este se permitió un regüeldo en mi presencia. Si no se trataba de una conspiración, era, desde luego, una notable coincidencia. Decidí en lo sucesivo abrir el ojo. Es poco agradable saber que abusan de uno. Además, ante el deseo de no ser tornado por un imbécil, o de considerarse a sí mismo como tal, no se sabe nunca si se debe despreciar a la otra persona por haber abusado de la bondad de uno, o si se debe uno despreciarse a sí mismo por haberlo sospechado sin justificación. Fue, pues, con sentimientos mezclados como comencé mi jornada de ascensión. Dejé, como de costumbre, a So Lo tomar la cabeza —de hecho, hubiera sido difícil impedírselo— y traté de hacer planes para el porvenir y de mantener la mirada alerta a las posibles transversiones o alucinaciones, al tiempo que el oído tenso, por si percibía un nuevo fenómeno de eructación en los portadores. Experimenté nuevos y vivos dolores en la región de la cintura; el esfuerzo de escalar y de respirar me era cada vez más penoso. Mi espíritu comenzaba a errar. Me pareció por un momento que mis compañeros habían llevado con ellos sus novias y sus familias; en algún sitio por debajo de mí se apretaba una muchedumbre: Prone con su horrible esposa y sus retoños, Burley y su desgraciada novia. Constant y Travers —entonando a coro canciones de marinos—, Jungle y su cohorte de amores perdidos, y el pobre Wish con su novia, en la que no llegaba a creer verdaderamente. Todos eran buenos amigos míos —incluso la familia de Prone—, y me dije que debería hacer algo por ellos. "Vamos, Lazo de Unión", me dije. Pero esto era más fácil de decir que de hacer. Inútil tratar de convencerme de que no me dolía el estómago. Me di cuenta que mi moral estaba ya debilitada por las mentiras que me había prodigado cuando mi última ascensión. Tratar de engañarse a sí mismo era una locura y una cobardía. Debía afrontar la verdad cara a cara y aceptaría con el corazón alegre. Aceptar la verdad era aceptar la vida, y la vida misma me recompensaría. Comencé por mis dolores de estómago y traté de aceptarlos con el corazón alegre. Que mi dolor —pensé— sea la ofrenda que aporto al altar de la vida y de la amistad. Yo lo soportaría valientemente por Pong. Eso parecía muy sencillo, pero carecería de resultado si sospechaba que Pong abusaba de mi bondad. En el interés de la expedición, tenía que creer en Pong. Después de todo —me dije—, el yogistanés habla con el estómago. Quizá estos eructos signifiquen "buenos días" en yogistanés. Expulsé, pues, estas sospechas y me esforcé en reunir a Pong, a mis compañeros, a mis dolores de estómago y a mis otras molestias en un solo y mismo éxtasis. "¡Quiero vivir! ", grité, y me caí todo lo largo que era. Me levanté y añadí una nariz dolorida a mi éxtasis. Martirizado de alegría, me esforcé en recobrar el camino. Y poco a poco mi avance se hizo más fácil. Me maravillé de verme escalar como no había escalado desde hacía muchos días. ¿Había descubierto el secreto de la vida y de la energía? La pendiente me parecía apenas perceptible; se hubiera dicho que marchábamos sobre terreno liso. Levanté los ojos y paseé mis miradas alrededor de mí. ¡Estábamos en terreno liso! Di algunos pasos y tropecé con So Lo, que había hecho alto. Me inmovilicé, recobrando mi aliento; después mire ante mí, preguntándome qué obstáculos podían esperarnos. Ante mi profunda estupefacción, no había obstáculos. ¡Estábamos en la cima! Por segunda vez desde el principio de nuestra expedición dude de mi razón. El Khili-Khili culminaba en trece mil trescientos cincuenta metros por encima del nivel del mar. 0 yo estaba loco, o lo estaba mi barómetro, pues nos encontrábamos a once mil seiscientos metros solamente. ¿Que había podido pasar? Fue entonces cuando comprendí. Al Este, una magnífica montaña dirigía hacia el cielo su cima brillante, a unos mil setecientos metros por encima de mi. Nos habíamos equivocado de cima.
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