follow me
Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili
1 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







  • SumoMe
De entre todos ellos destacaba el cocinero, un tal Pong. De estos tres mil bárbaros. Pong era, sin duda, el que tenía peor aspecto. Tenía el rostro extrañamente aplastado, como si se lo hubieran planchado. Su alma parecía haber sufrido el mismo proceso de aplastamiento. Su cocina reflejaba fielmente su carácter. Los platos más suculentos, extraídos de cajas de conservas, se convertían en sus manos en una especie de repugnante pasta de un marrón oscuro que había que comer con una cuchara sólida y que contenía los grumos más desagradables. El hecho de que hayamos sobrevivido a sus servicios constituye un verdadero triunfo del espíritu sobre la materia, pues todos sufrimos abominables indigestiones. Todos nuestros esfuerzos para apartarle de la cocina resultaron vanos. A la menor alusión que pudiera darle que pensar que no estábamos contentos de sus repugnantes servicios, entraba en una especie de frenesí y nos amenazaba con sus cuchillos. El bang no podía o no quería hacer nada. Quizá tenían leyes sindicales muy estrictas; fuera lo que fuese, tuvimos que acostumbramos a Pong. Y en nuestro ardor por atacar el Khili-Khili, entraba en gran parte el deseo, que pronto se convirtió en obsesión, de escapar a nuestro demoníaco cocinero. Mientras marchábamos, yo me complacía en ensoñaciones en las que Burley y yo, en nuestra tienda, nos cocinábamos deliciosas comidas, mientras que abajo, en el campamento de base, Pong se retorcía de despecho. Atravesamos numerosos poblados, cuyos habitantes eran invariablemente desagradables y poco amables, salvo cuando Constant trataba de entrar en conversación, en cuyo caso su actitud se hacía francamente hostil. Nos explicó que no eran indígenas típicos, sino una clase degenerada de la población que, atraída por la vida fácil mas abajo de los siete mil metros, había terminado por desmoralizarse y por perder las cualidades fundamentales de su raza, a saber: la dignidad y la alegría. Yo podría hacer notar aquí que no encontramos ningún indicio de vida mas allá de los siete mil metros; pero, como dijo Constant, esto era debido al hecho de que nuestro itinerario no seguía las rutas comerciales. Shute se dedicaba a filmar nuestro avance. Para hacer esto le era preciso partir antes, a fin de tener su cámara emplazada en el momento que llegáramos. Este plan, aparentemente sencillo, se reveló más difícil de poner en práctica de lo que nuestro amigo había pensado. Las tres primeras veces que probó a hacerlo no consiguió reunir todo su material antes de que lo hubiésemos alcanzado, y fue dándose mucha prisa como consiguió reembalarlo todo y alcanzamos antes de la noche. Al día siguiente partió mucho antes que nosotros, y no lo volvimos a ver mas que a los dos días, por la mañana; llegó al campamento, vacilando sobre sus piernas, en el momento preciso en que nos disponíamos a partir. Al parecer, habíamos tomado caminos diferentes. Esto le ganó un día de retraso, pues juzgó necesario recuperar su sueño perdido. No nos alcanzó hasta la semana siguiente, y volvió a partir en seguida, velando toda la noche para estar seguro esta vez de no fallarnos. Filmó toda la caravana desfilando ante él y aclamándola al paso. Fue una lástima que en esta ocasión la cámara viera doble, lo que dio una sucesión de imágenes corridas. Esperábamos de un día a otro encontramos con Jungle, aunque no hubiésemos visto ninguna huella de la pista que debía trazar para nosotros. Al vigésimo día fuimos abordados por un corredor que nos traía el mensaje siguiente: "Capturado por bandidos. Enviad rescate cincuenta millones de bohees. —Jungle. " Diez días mas tarde, otro corredor nos transmitió el mensaje siguiente: "Repito. Capturado por bandidos. Enviad rescate cincuenta millones de bohees. —Jungle. " Concluimos de esto que el primer mensajero se había alzado con el dinero. Después de maduras reflexiones, estimé que no podía conceder ninguna confianza a la honradez de estas gentes, y pedí a Prone, que estaba ya repuesto de su varicela, que acompañara al corredor. Diez días mas tarde se nos reunió Jungle, solo, y trayendo una demanda de rescate de cincuenta millones de bohees para Prone. Esto era ya demasiado. Decidí que las finanzas de la expedición no podían soportar tales exigencias. Envié, pues, un mensajero de confianza con este mensaje: “Desolado. Sin fondos. Pónganse en contacto con la Embajada.” Diez días después. Prone regresaba con nosotros. Poco después de su captura por los bandidos había contraído una neumonía doble, complicada con coqueluche, y había dado tanta pena a sus carceleros, que estos le habían soltado. Estaba lamentable: sin afeitar, despeinado, la mirada fija, las ropas hechas jirones y las botas sin tacones. Burley, que se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo en una litera llevada a hombros de los portadores, tratando de superar el agotamiento que sufría en estos valles, se despertó una tarde aullando. Había soñado que la expedición moría de hambre en el Khili-Khili. Reemprendió todos sus cálculos y los verifico minuciosamente. Sus temores estaban fundados. Agotado, sin duda, por el clima londinense, había olvidado prever los víveres para el viaje de regreso. Se había concentrado tanto sobre el gran objetivo: llevar dos hombres a la cima del Khili-Khili, que no había pensado en retirarlos de allí. Esta era una de esas crisis que ponen a ruda prueba las cualidades de un jefe de expedición. Sin decir nada a los demás, lleve solo mi fardo durante toda una semana, buscando desesperadamente una solución. Forzoso me fue, al fin, revelar la gravedad de la situación a mis compañeros. Wish lanzó una mirada a Burley —me es grato pensar que aun en una crisis así uno de nosotros tuvo un pensamiento para el desgraciado responsable— y comenzó a escribir sobre la uña de su pulgar. —La solución es bien sencilla —anunció—. No guarde mas que ciento cincuenta y tres portadores y diecinueve, de los ciento veinticinco muchachos. Las economías de víveres así realizadas nos permitirán salir del atolladero. Este calculo se reveló correcto. Se pidió a Constant tomara contacto con los portadores para anunciárselo. Durante ocho días, un clima de revuelta reino en la caravana, y Constant temía sin cesar por su vida. Finalmente, nos encontramos en la imposibilidad absoluta de alimentarlos un día mas, y debimos pagarles lo que pedían; es decir, demasiado. Nuestra única consolación era la esperanza de vernos desembarazados de Pong. Pero, no sé por qué razón, esto no fue posible. Constant dijo que se preguntaba a veces si el bang no tenía intereses sobre Pong, pero esto me pareció un punto de vista injustamente cínico de la situación.

Páginas: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51



 



Suscríbete al Boletín

Google + Facebook Twitter RSS

 

Montañismo y Exploración © 1998-2024. Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con SIPER
Diseño por DaSoluciones.com©