Choyero: Baja California en bicicleta
1 abril 2007
La península de Baja California es uno de los destinos favoritos de los ciclistas. En una tierra donde el desierto, el mar y la montaña dominan siempre, el ciclista se ve enfrentado a cientos de kilómetros por rodar con muy poco tránsito de vehículos. Sin embargo, el que permanece ahí viendo todas sus facetas, regresa cambiado.
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Me hundí en cadencia...Las rectas del Desierto Central comprobaron ser un excelente lugar para la meditación, el reducido esfuerzo mental y el paisaje poco cambiante aunado a un ritmo bien definido lograron que pusiera gran atención en mi paisaje interior.
![San Vicente, el primer pueblo donde las señalizaciones no están en inglés.](http://montanismo.org/images/upload/choyero07.jpg)
San Vicente, el primer pueblo donde las señalizaciones no están en inglés.
Creo que para este momento mis músculos comenzaban a adaptarse a la carga, logrando así una coordinación entre parejas de fibras que nunca había conocido, una vez arriba de la bicicleta entraba en una zona de confort y olvidaba muchos de mis malestares, sin mucho más seguía pedaleando.
Frente a mí, un pedazo enorme de carretera, una recta cuyo final no podía distinguir; mis ojos fijos en la textura del camino, completamente definida hasta que mi vista bajaba lo suficiente. Allí el pavimento comenzaba a fluir, la textura desaparecía y se deslizaba siempre hacia atrás. Era una vista hipnotizante, mis ojos luchando por evadir el movimiento y mi cerebro buscándolo a toda costa.
En mi mente, los pensamientos iban y venían pero detrás de todo había algo fijo, una imagen cada vez más real, mi destino final.
![Saliendo de San Vicente.](http://montanismo.org/images/upload/choyero08.jpg)
Saliendo de San Vicente.
Así, mi viaje había tomado forma por completo, sobre todo porque ya no me cuestionaba sin sentido y me sentía cada vez mejor, incluso con mí primera falla mecánica: un cambio fuera de lugar y mi cadena se había doblado. Pedalear era inútil, la cadena saltaba entre las catarinas y mantener un ritmo era imposible. Repararlo no fue tan fácil como inicialmente creí: el doblez no era del todo perceptible y trabajar así, en el desierto con el sol del mediodía, no era particularmente divertido. De cualquier modo, tras varios intentos lo logré y tan solo perdí tiempo. Menuda pérdida. Ese día sólo recorrí 85 kilómetros: mi cuota diaria acababa de aumentar.
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