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Montañismo y Exploración
Informe técnico del accidente en el Iztaccíhuatl

El 30 de diciembre, dos montañistas sufrieron un accidente en el Iztaccíhuatl, México. Este es el informe técnico de ese accidente, elaborado a partir de la narración directa de involucrados.







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El viernes 30 de diciembre, dos montañistas resultaron heridos en un accidente en el que se vieron involucrados. El accidente, que se produjo alrededor de la una de la tarde, concluyó en un rescate que finalizó en la mañana del 31 de diciembre. Los dos montañistas fueron dirigidos a diferentes hospitales de acuerdo a la gravedad de sus lesiones.

Uno de ellos, Jorge Herrera Moro, narró a Montañismo y Exploración los detalles técnicos del evento.

El jueves 29 de diciembre, Jorge Herrera Moro y Ximena Tiscareño llegaron subieron por la ruta normal del Iztaccíhuatl hasta el Refugio de los Cien para pernoctar. Comenzaron a subir al otro día temprano hacia las Rodillas y por delante de ellos ya había un total de aproximadamente 15 personas que habían salido a las 4:30. Los alcanzaron y llegaron a la cumbre. De regreso, el tumulto se hizo en la arista donde está lo donde están los restos de lo que fue el refugio Iglú.

En esa zona hay dos formas de descender: la primera es la ruta normal, que sube por una cresta rocosa y que generalmente es un suplicio para todos los que suben y bajan por ella; la segunda es lo que antaño ocupaba el Glaciar de Totonacos y que ahora es sólo una acumulación de rocas sueltas debido a que el volcán ha perdido la gran mayoría de los volcanes reportados en 1956. Debido a ese tipo de material, esa zona se usa poco para bajar y sólo por personas que tienen experiencia en la montaña y la conocen bien.

Cuando Jorge y Ximena llegaron ahí, había otros tres montañistas que bajaban por Totonacos a paso lento. Sabedor de que se podrían desprender rocas y golpear a los demás, Jorge les pidió que se esperaran para que luego bajaran juntos los cinco y no provocaran caídas de piedras que los golpearan. El grupo de tres aceptó y esperaron. Una vez juntos, continuaron bajando muy pegados.

Después de un tiempo, el grupo de tres se detuvo y dijeron que necesitaban ir más despacio y que ellos (Jorge y Ximena) se adelantaran; ellos esperarían para no tirar piedras. La pareja aceptó la oferta porque caminaban con rapidez. Pensaron que si por alguna razón cayeran rocas, lo único que tendrían que hacer para librarse era abrirse un poco más hacia un lado para que las rocas pasaran por la zona natural de caída y ellos estuvieran lejos.

Pocos metros adelante, Jorge escuchó un ruido de rocas rodando y, temiendo lo peor, volteó hacia arriba. No se trataba de unas cuantas sino de toda una masa, como si fuera un alud de bloque: una capa entera de rocas se deslizaba hacia ellos. Jorge alcanzó a ver a otros montañistas que comenzaban a descender hacia ellos desde la arista y que seguramente provocaron el alud. “Si no hubieran visto a nadie bajar por ahí, ni se les ocurre meterse, pero seguramente nos siguieron.”

Ese grupo había pensado lo mismo que ellos: abrirse más, así que el alud se dirigía directamente hacia Jimena y Jorge. El trío que había quedado arriba se quedó helado viendo cómo pasaba a un lado de ellos la masa de rocas. Lo mismo le pasó a Ximena. Petrificada, veía hacia las rocas que se abalanzaban sobre ellos mientras Jorge había corrido a un lado para ponerse a salvo, mientras le gritaba a Ximena que hiciera lo mismo.

Cuando Jorge estaba un poco más lejos, volteó a ver a Jimena y ésta se encontraba en la misma posición: viendo hacia las rocas y congelada. Jorge regresó corriendo a ella. La abrazó y le agachó la cabeza para que mirara hacia al piso. En ese momento los alcanzó una roca enorme que se había desprendido de la masa que se deslizaba hacia abajo. La roca (“del tamaño de una lavadora”) alcanzó a golpear de lleno el casco de Jimena y el brazo derecho de Jorge.

Al mismo tiempo, llegó la masa moviente de rocas y ambos fueron arrastrados. Jorge hizo lo posible por alcanzar a su compañera, la volvió a abrazar y se puso de manera que estaban sentados, viendo hacia abajo. De esta manera, las rocas golpeaban su mochila y no a ellos. Así estuvieron hasta que la masa de rocas se detuvo, cuarenta metros por debajo de donde habían sido alcanzados.

Entonces Jorge revisó a su compañera: estaba desmayada, pero respiraba bien; su casco estaba perforado y decidió no quitárselo. La revisó en lo general, la cubrió con su ropa, armó una camilla con las dos mochilas (“ya lo habíamos practicado antes”) y después tomó su radio y pidió auxilio. Le contestó una mujer de Amecameca que le respondió: “Te copié, yo doy aviso”. Todo esto lo hizo sentado y cuando quiso levantarse, no pudo. Le dolía una pierna y la otra no reaccionaba en absoluto.

Entonces pidió ayuda al trío que se había quedado inmóvil más arriba. Los que habían provocado el alud seguramente habían regresado a la ruta normal y se desentendieron de todo. Este pequeño grupo de tres no tenía mucha experiencia pero Jorge les pidió que bajaran a su compañera y les indicó cómo hacerlo.

Mientras tanto, el tiempo había cambiado. Ya estaba nublado y no tardaría en nevar. Los tres montañistas se alejaron llevando a Jimena como podían. La harían llegar hasta el Refugio de los Cien. Mientras tanto, Jorge, sin poder mover una pierna, se las arregló para arrastrarse y seguirlos. Increíblemente, los alcanzó pero les dio ánimos para que siguieran y se alejaron. Los volvió a alcanzar y esta ocasión había más gente. Dos de ellos estaban revisando a Ximena, Jorge se enfureció y les dijo que no la tocaran.

“Somos paramédicos y venimos de Guatemala”. Jorge les cedió el mando, aliviado. El grupo se volvió a alejar, pero con mayor rapidez y más organizado. Desapareció en la neblina. Ximena fue llevada al refugio y los guatemaltecos regresaron en busca de Jorge. Mientras tanto, había comenzado una tormenta eléctrica y se sentí inmerso por la electricidad. Pronto comenzaron los rayos y tres cayeron a poca distancia de él, que antes de eso ya había comenzado a despojarse de cualquier cosa que tuviera metal: piolet, mosquetones e incluso arnés.

Con la nevada, la tormenta eléctrica y arrastrándose a nivel de piso, Jorge perdió pronto el sentido de dónde estaba pero fue encontrado gracias a que los guatemaltecos y él tenían radio y a que los paramédicos encendieron su linterna.

Mientras tanto, la radioaficionada de Amecameca había llamado a todos los cuerpos de rescate y algunos ya estaban en marcha. La primera persona que llegó al refugio para el rescate (doctor Nava) evaluó a los accidentados y preguntó qué habían hecho desde el accidente. Se sorprendió por encontrar tan estable a Ximena. Comenzó entonces el descenso.

Por radio llegaban noticias de los grupos que habían llegado a la Joyita, y algunos, cuando sintieron la tormenta eléctrica, se habían refugiado. Comenzó a rumorarse que sería mejor que subieran al otro día. El doctor Nava les comentó por radio: “Yo no tengo banderas [de equipo de rescate]. Suban los que quieran que aquí hay trabajo y una vida por salvar.” El rescate duró varias horas y terminó en la mañana del otro día. Los rescatistas y los rescatados tuvieron que estar bajo nevada, con viento y en medio de una tormenta eléctrica.

Jimena fue internada en el hospital Ángeles, donde hasta ahora sigue inconsciente. Jorge fue llevado a un hospital para que le tomaran radiografías y el resultado fue que no tenía una sola fractura. La inmovilización de las piernas y un brazo se debieron más a una profunda cortada en la palma de la mano izquierda, severos golpes y esguince en una rodilla, pero sin llegar a afectar el hueso.

Resumen técnico

Lugar: Volcán Iztaccíhuatl, México
Terreno: Pendiente rocosa con material suelto
Ascenso o descenso: descenso
Causa inmediata: Alud de rocas que se comportó como un alud de placa.
Causas que contribuyeron: Otras: algunos montañistas que se encontraban en la parte superior, produjeron el alud.
Edades: 26 y 33 años
Nivel de experiencia: uno experimentado; otro moderado
Mes del año: Enero
Tipo de herida o enfermedad: Traumatismo craneoencefálico, politraumatizado

Comentarios adicionales

Desde 1994 que el Popocatépetl se cerró para los montañistas, el Iztaccíhuatl ha sido la única opción para la gran mayoría, pues queda cerca de dos de las ciudades más grandes de México. Con el paso de los años, el Iztaccíhuatl ha perdido muchos glaciares de los reportados en 1956 por el glaciólogo José Luis Lorenzo.

La montaña no sólo ha perdido glaciares sino también la capa de hielo que hace que las rocas y piedras sueltas queden afianzadas. Sin éstas, la montaña se está convirtiendo en sólo la suma de todas las rocas, sin una cohesión. El tránsito por la montaña una acumulación de rocas donde es preciso tener mucho cuidado.

Un comentario sobre este accidente: las personas que provocaron el alud desaparecieron de escena. Hay que hacer mayor énfasis en las normas de seguridad de montaña, pero esta vez es preciso difundirlas lo más posible.



 



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