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Montañismo y Exploración
Cartas de relación de un viaje
1 octubre 1999

Lo que ahora se conoce como la “Ruta de Cortés” fue la primera ruta seguida por los europeos para penetrar un continente que conocían apenas por su costa. Después de Cortés y sus soldados, nadie volvió a recorrerla jamás y dados los pocos detalles que hay de ella, quienes han repetido ese recorrido han tenido que hacer una investigación exhaustiva para elegir una de las variantes que hay. Sin embargo, ninguno ha quedado conforme con la certeza que adquieren de la ruta elegida por Cortés y la vaguedad de sus descripciones en la Segunda Carta de Relación.







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CARTA OCTAVA

Vivas ciudades antiguas

Tepeyahualco es un pueblito perdido en la vastedad impresionante de los espacios abiertos. Salvo lo bello de la iglesia, lo verdísimo del parquecito bajo un cerro pequeño y un local que decía "Cinema San Pedro", no había nada más que ver. Un cine en un pueblo con tan pocos habitantes: alrededor de 800. Claro: estaba bien comunicado y tenía una planta que producía cal. "Cal es igual a tortillas. La cal es indispensable para el nixtamal."

"¿Existe alguna persona de edad que pueda contarnos sobre Tepeyahualco?" "Claro: Juventino Limón. Vayan a verlo en su tienda «El Nuevo Mundo» y él les platica de todo." En cosa de diez minutos sabíamos quién era don Juventino Limón. Un señor de alrededor de 80 años que nunca pudimos hallar porque se había ido a Xalapa, a ver a un doctor. La edad. PEro durante más de cincuenta años se había dedicado a explorar una zona arqueológica cercana a Tepetahualco: Cantona. SE hizo legendario porque conocía mucho de la zona y porque fue él quien se enfrentó a los arqueólogos cuando "descubrieron" la zona.

"Juventino dice que es Caltonac, que quiere decir en náhutal «Casa del sol» [de Calli, casa; Tona, Tonatiuh, sol] y los arqueólogos dicen que Cantona. Tiene muchos años peleando eso. Yo no sé cuál sea el nombre verdadero, pero Juventino es el único que dice por qué es que se llama así. Los otros [los arqueólogos] no dicen nada. Sólo dicen: Cantona y ya."

Pero no pudimos ver a don Juventino ni su museo con más de cuatro mil piezas arqueológicas que ha sido mira de los traficantes de joyas arqueológicas algunas veces. Por eso es que siempre está cerrado, a menos que llegue alguien y expresamente quiera verlo. Entonces, el anciano Juventino que por más de medio siglo ha explorado esa zona, saca la llave de entre sus ropas y abre él mismo la puerta.

"Vayan a ver también la hacienda «Micuautla». Vale la pena porque es una de las haciendas más famosas de por aquí." Y allá nos dirigimos. Fuera del pueblo, casi dentro porque no está tan lejos y pareciera estar incrustado en los límites, estaba la gran edificación de roca pura: el casco de la hacienda. Preguntamos por el dueño y el dueño salió. Explicamos. (Siempre hay que explicar, a veces varias veces al día.) "Cómo no. Pásenle. Y en unos minutos, el hombre enorme y fortísimo que nos había recibido diciendo "Soy Conrado Limón", nos introdujo a un mundo que no habíamos sospechado: el mundo de las haciendas.

Tras una puerta, una ventanilla con vidrio esmerilado. Recordé la película "El Golpe". "Juan Limón y hermanos, S.A.", decía el vidrio. Era el despacho donde se hicieron todos los negocios de la hacienda. Muebles, alfombras, gobelinos y tod la decoración importados de Europa, pedidos por medio de catálogo a la Ciudad de México. "Fue amueblado en 1902." Y con eso retrocedimos casi un siglo. Sólo faltaban los dueños haciendo cuentas ahí porque los libros originales siguen estando sobre el escritorio.

Hablamos de nuestro recorrido con el recién llegado: era el hermano del sr. Conrado. Toda su actitud era la del dueño de la hacienda. Dueño con elegancia. "Nos espera nuestro cochero frente a la iglesia mayor..." De esos tiempos. "Caray! Ustedes lo están haciendo a pie... Hace años pasaron por aquí otras personas y estuvieron allá afuera, con sus carpas. Les tomaron fotos a mis padres y... ¡mírela! aquí está. El mobiliario estaba cambiado de sitio." Era el National Geographic de octubre de 1984. El fotgógrafo: Guillermo Aldana, amigo mío. "Y yo sin saberlo... Le hubiera preguntado muchas cosas antes de venir".

Pero al día siguiente la hacienda había pasado a otro plano: al ayer. Lo que teníamos ante los ojos era justamente Cantona, la ciudad prehispánica que había comenzado a trabajarse por los arqueólogos en 1992. Apenas. "Cuando Guillermo pasó por aquí, no pudo ver Cantona. Hubiera sido interesante."

De la Bitácora de expedición
Cantona es una zona arqueológica notable. Los trabajos de excavación y restauración comenzaron en 1992, por lo que es prácticamente nueva... La zona arqueológica es de roca basáltica pura. y lo más notorio es que se trata de una ciudad-fortaleza que NO tiene muros. El control del tráfico de personas se hacía por medio de calles o "calzadas" que no son más que callejuelas. A ambos lados de una calle de piedra volcánica se levantaban muros de la misma roca, pero sin ninguna cementación. Sólo roca sobre roca. El resultado es genial pues adonde se quisiera ir siempre había que andar por las calzadas.

Cantona tiene 26 juegos de pelota descubiertos, entre ellos el más pequeño que yo haya visto jamás: con apenas cinco metros de largo. Las pirámides de la zona también fueron construidas sin cementante, aunque durante la restauración se usó poco de algún tipo para que los muros no se derrumbaran, aunque es mínima esa parte y no se nota mucho.

Algo que se me hizo evidente fue que los pobladores de la ciudad usaban forzosamente algún tipo de calzado pues la roca basáltica es capaz de rasgar fácilmente la planta del pie más dura y encallecida pues se trata de una roca que casi es cristal. También hay innumerables navajitas de obsidiana regadas en el suelo y éstas son capaces de rebanar un dedo. ¿De qué era el calzado? ¿Piel de venado? Lo que se me hace claro es que Cantona era una ciudad donde vivía la élite pues no todos podían usar calzado entonces.

Cantona me ha dejado con un sabor de encontrar algo nuevo. Parado sobre una de las pirámides más altas, veíamos la gran extensión de basalto y yucas, de yucas y pinos, de pinos y basalto. Ahí, en algún lugar, hay más y más pirámides, habitaciones, juegos de pelota, plazas ceremoniales. Lo que hemos visto es, dicen, apenas el uno por ciento de la verdadera ciudad: lo demás está por surgir, cuando haya dinero.

Ese mismo día llegábamos, tras caminar varios kilómetros en la planicie de Oriental, a San Miguel Tenextatiloya, el pueblo que todos conocían como "San Miguel de las Ollas", porque la producción más importante es la fabricación de todo tipo de ollas de barro.

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