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Montañismo y Exploración
Cartas de relación de un viaje
1 octubre 1999

Lo que ahora se conoce como la “Ruta de Cortés” fue la primera ruta seguida por los europeos para penetrar un continente que conocían apenas por su costa. Después de Cortés y sus soldados, nadie volvió a recorrerla jamás y dados los pocos detalles que hay de ella, quienes han repetido ese recorrido han tenido que hacer una investigación exhaustiva para elegir una de las variantes que hay. Sin embargo, ninguno ha quedado conforme con la certeza que adquieren de la ruta elegida por Cortés y la vaguedad de sus descripciones en la Segunda Carta de Relación.







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CARTA SEXTA

Nota previa
Iba a escribir este fragmento de la carta como los anteriores pero resulta que conforme escribía me venían las ideas y terminé escribiendo de una manera meramente literaria. Es posible que a algunos no les quede claro lo que pasó. Si este es el caso, al final hay un pequeño resumen que aclara en dónde estábamos y lo que hacíamos.


De la selva a la cima

Puro pagar. Pura subida. Nuevamente la nube que me envuelve, el verde por todos lados. Pero ahora hace frío. Eso es peligroso. Sudo mientras camino y con el frío y la noche puedo pescar desde una tos hasta una pulmonía. Mejor camino continua, lentamente. A la noche tendré ropa seca qué ponerme. ¿Dónde está esa vereda? Hace rato que la perdí. Iba amplia, gorda. De repente se esfumó. Ni una pista, ni una huella. Nada. Senda de leñadores. Mejor hacia arriba. ¡Adelante! Y por favor: si se van a caer, háganlo después de este rápido o les irá mal. Hay muchas rocas. Por favor ?y me puse serio? no dejen de remar. Obedezcan mis órdenes aunque les parezcan absurdas. ¡Adelante, no dejen de remar! Todo lo que llevara arriba estaba bien. Plantas. Pinos con heno colgando. Caray. ¡Qué bonito!. Esta vez sin tierra bajo los pies: pura vegetación. Si dejan de remar, nos estampamos con esa roca grande. El ruido del rápido se acercaba. Las voces callaron cuando dije: "Silencio y escuchen". Pero qué van a escuchar. Nunca oyeron mis silbidos en medio de la niebla. Nacho se adelantó desde el principio y no lo volvimos a ver. Pero estará bien. Yo me detuve para fotografiar. Berna y Tazzer se fueron y después ya no me escucharon. Así de sencillo. Uno puede caer en cualquiera de esos pequeños agujeros que hace el agua entre los rápidos. Y el estruendo crecía y crecía. Callaron y lo vieron aparecer: el rápido más fuerte del río y conforme nos acercábamos, nos jalaba. Imposible salir de ahí después de aquella roca.

Por la noche llegamos con Julio. Mi amigo. La familia se alegró del encuentro. Yo también. Saludos. Presentaciones a la familia de mis compañeros. Preguntas sobre los amigos comunes. ¿Qué hacíamos ahí en esa fecha, cuando ya había pasado Semana Santa? Si. ¿Qué hacemos aquí? Si Cortés y ninguno de sus soldados subieron al Cofre de Perote durante la marcha que los llevó a Tenochtitlan.Y para colmo, en tres grupos que no saben de los otros dos absolutamente nada. No me preocupo. Me preocuparé de dirigir la balsa por el lugar correcto. Hay que evitar ese agujero. Donde no debemos caer. Julio me dijo el día que llegamos. Mira: hace poco se cayó una señora justamente en ese hoyo, en donde se juntan los dos ríos, poco después de "El Encanto". Con el río tan bajo como está, el remolino no la dejaba salir. Ahí se hubiera muerto. Hubiera más agua, el remolino cambia y la avienta sin más. Pero no se "quedó" porque uno de mis guías iba detrás y la alcanzó a jalar del chaleco. Caras de asombro, de estarse metiendo en un lugar al que no se debe. El miedo en la piel y en los ojos. Las caras de Berna y de Nacho. Claro. Nacho puede cuidarse por sí mismo. Tazzer y Berna estarán bien. Yo también. Aunque el tiempo corre como río en los rápidos. Todo lo que han aprendido hoy ha sido justo lo que necesitan para pasar ese rápido. No se descuiden. Lluvia. Si hubiera lluvia pasaría una noche bastante mala. Por el momento, sólo subir. No se ve nada más que los árboles. No se escucha nada más que el rugido del rápido que se acerca a la balsa. Pero no. No va a llover. Claro que llovió cuando comenzamos a subir, pero de eso hace varias horas. Espero que por la noche no. Este viento que no deja saber si se forman nubes grandes. Esta niebla que de repente se atasca entre las ramas de los árboles. Todo frío. Desde los pies hasta el casco, todo frío. Pero el agua está maravillosa así, en este calor de selva de marzo. Eran nuestros dos días de descanso después de pasar el "Paso de Nombre de Dios".

"El hoyo", me dije cuando vi de lejos el otro río. "Debo evitarlo." Una vuelta más y ahí estaba. El tremendo peñasco que es el Cofre de Perote. Había llegado casi en línea recta hasta una vereda que se hacía agradable a pesar de que debía caminar sobre piedrecillas que me harían trastabillar si no ponía la suficiente atención. No tenía agua. Si la hubiera tenido, hubiera tomado por el lado derecho del rápido y hubiéramos salido pronto. Ahora debía buscar un sitio que me alejara del hoyo. El izquierdo. Aunque el lado derecho de la cañada parece tener una vereda también. Seguiré caminando hasta encontrar agua y luego llegar a la cumbre o muy cerca, para tener un lugar abrigado donde dormir. Porque estaba cerca, cada vez más. "Adelante" y de repente todo el mundo quedó sumergido. Habíamos caído al hoyo. La balsa se ladeó cuando tocábamos la ola de la cresta. Mi mano se agarraba a la cuerda de borda de la balsa. En la otra llevaba el remo para timonear. ¿Dónde estarían los otros? Si la luz estaba por terminarse, ojalá estuvieran en un camino amplio o en un sitio donde pudieran armar un vivac protegido del viento. Saqué la cabeza y vi a Hugo que me extendía sus brazos para ayudarme. "Timonea o chocamos". Sus nueve años en un remo, responsable de la balsa. Capitán de río. ¿Y Nacho? Nacho estaría seguramente en la cima. Es un caminante veloz y si tomó el camino correcto estará esperándonos allá. La cima se había vuelto un símbolo porque allá nos encontraríamos de nuevo. Tampoco Rodrigo estaba. Los dos habían caido al agua y seguían allá abajo, peleando con la corriente del rápido, sujetos a la balsa, cuando yo pude treparme. "Timonea, Hugo". Tomé a Nacho del chaleco y de un solo jalón llegó arriba. Luego Rodrigo. Berna comenzó a reirse. Y su risa resonaba en la montaña si es que reía. Pero todo era silencio. Caminé todavía cuando la luz se terminó. Usé primero la luz de las estrellas porque la noche se había despejado. Mejor: no llovería. Luego usé la linterna porque la infinidad de zanjas me hacían tropezar continuamente. Menos con esa roca. Con esa no debía chocar o nos volcaríamos. Todos estaban callados, silenciosos. Era el Rápido Número Uno. ¿Por qué el nombre? "Dicen que no hay otro como éste en todo el río".

Con mi pequeño toldo, armé un refugio estupendo. En cosa de diez minutos tenía un lugar cubierto del viento, a salvo de la lluvia y lo suficientemente espacioso como para dormir cómodamente. Por favor: obedezcan todo y no se caigan. Este es el rápido Uno. Y las miradas de todos estaban puestas en el rápido por el que pasaríamos, los brazos en los remos. Hugo ?el tremendo Hugo? fue el único que volteó a verme cuando avistamos el rápido. Yo lo miré a los ojos y todo quedó dicho: ya no había manera de echarnos para atrás. De todos modos, la cima estaba cerca. Escribí en mi bitácora y dormí hasta poco antes del amanecer. Me levanté, deshice mi refugio y comencé a caminar. Alcé la vista hacia la cima y vi el cometa. Haz "lado alto" si es necesario, Hugo. Ya sabes. Siempre trabajamos juntos en el río. Siempre en la misma balsa: juntos. Un Hugo de nueve años capaz de sustituirme si era necesario. Pero además del cometa, hacia lo alto vi grandes paredes de roca. Roca por todos lados. Al caminar en la noche, me había metido a un valle cercado por ellas. "Una palada". Y yo timoneaba. El principio del rápido Uno es un laberinto y hay que sortear varias rocas. "Dos paladas". Volvían a quedar a la espectativa cada descanso. Esperaban saber por donde iríamos en esa gigantesca masa de agua. Los brazos tensos, sujetando la roca. La roca, si. Decidí no retroceder y encontrar el camino. Pero el camino no existe y ahora lo voy formando. Mi mochila pesa un poco más de 25 kilos y lo que subo es la pared más pequeña por el lado más fácil. Escucho mi respiración. Escucharía la de ellos si el río no fuera tan estruendoso. Recordaba la pregunta de Nacho: "¿Puede hacerse uno adicto a los ríos?" Las manos en los remos. En la roca para no soltarla. Tocando cada uno de los agarres y probar si resisten el peso antes de usarlos. Finalmente, llegué al final de la pared. Estaba por encima de todo, menos la peña enorme del Cofre. La atención puesta en los oídos para remar cuando yo dijera. Ahora sí: ¡no se caigan! Entramos a una serie de rápidos pequeños. La velocidad aumentaba y nos acercábamos al gran salto. "¡Remen!" Al fin estaba ahí arriba: hacia el sur, el Pico de Orizaba. Todo nevado, era una montaña magnífica, hermosa. La cumbre principal, la sur, había sido una vez el lugar donde habíamos pasado la noche para después bajar por el glaciar norte y descender por la cañada de Jamapa hasta la costa. La balsa se zarandeó un poco y tomó la dirección que Hugo y yo le imprimimos. No más allá porque nos avienta la corriente. No menos porque si caemos de este lado nos estamparíamos contra una roca en el fondo y la balsa explotaría. Y nosotros. Saqué mi cámara de la mochila y fotografié la montaña. Nunca como entonces me había sorprendido tanto la nieve. Veníamos de la selva, del agua. El chorro de agua que finalmente quedó atrás. Gritos de júbilo. Habíamos pasado lo más fuerte del río. Un poco más lejos, casi indistinguibles, el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl. "Hasta allá vamos. 70 kilómetros después de esas montañas que son una seña en el paisaje apenas."


Comentario

Esta Carta de Relación describe dos eventos simultáneamente: el ascenso al Cofre de Perote, de 4,209 metros de altitud, y la navegación del Río Filobobos. Aunque el Cofre era un objetivo secundario y optativo para quienes quisieran subir, terminamos por subir todos. El Filobobos lo hicimos en nuestros "días de descanso", que fueron dos. Preferimos hacer un río que estar quietos en una localidad. En el Cofre subimos Berna, Nacho, Tazzer y yo. Al río fuimos también cuatro, pero Tazzer se había regresado a la Ciudad de México.

Después de Ixhuacán, todo era una terracería bastante monótona. Hubo algo sobresaliente: San Isidro. Es hasta ahora el único pueblo que conozco que tiene una sola calle. Y las casas se alinean a lo largo de ella. Tardamos en cruzar el pueblo más de media hora: un pueblo pequeñísimo pero largo. Otro detalle importante: cruzamos por el "Puerto del Nombre de Dios", en donde ahora está un caserío que se llama San José Aguazuelas. A partir de ahí, Cortés cruzó el amplio y semidesértico valle de Oriental. Nosotros nos desviamos un poco para "descansar" en el Filobobos (después de todo, navegar con Hugo siempre es toda una experiencia) para luego subir el Cofre de Perote.

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