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Montañismo y Exploración
La conquista del Polo Norte
29 mayo 2008

El Polo Norte tiene una historia larga que no terminó con los reclamos de conquista de Frederick Cook ni de Robert Peary y que inició mucho tiempo atrás. Y más que la misma conquista, lo importante es analizar las diferentes expediciones que se realizaron, su contexto social, científico y médico, además de la pelea por encontrar patrocinadores y la carrera entre varias naciones por llegar a ser los primeros.







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Fergus Fleming. La conquista del Polo Norte. Una de las últimas epopeyas de la humanidad. Tusquets Editores, Barcelona. 2007. 508 páginas. ISBN: 978-84-8310-394-4

 

En los 90º norte uno se encuentra en un punto en el que el tiempo y la dirección se extienden hasta sus límites conceptuales: en el transcurso de un año hay sólo un día y una noche; un corto paseo abarca todos los puntos de la brújula; en el plazo de unos minutos uno cruza todos los husos horarios de la Tierra. La fauna y la flora son escasas y las que existen con oportunistas: unas cuantas focas; un pájaro raro, confuso: algún que otro zorro u oso que ha llegado deambulando de su hábitat en el sur. Es caso elemental. Es lo que más se parece a abandonar el planeta sin realmente abandonarlo. Aquí uno camina sobre agua.

La conquista del Polo Norte, ese lugar que no lo distingue nada y no se puede saber que se está ahí sino por medio de mediciones y cálculos, tiene una historia algo más que compleja pero lo que uno puede encontrar por todos lados es la polémica sobre quién llegó primero al polo: Frederick Cook o Robert Peary.

Fergus Fleming se dio a la tarea de escribir un libro sobre la historia de la conquista del Polo Norte y uno pensaría que caería en el mismo tópico: la disputa y delineamiento de quien es cada personaje. Pero el resultado de su investigación da para mucho más que eso y es precisamente lo que el libro contiene: una investigación profunda sobre las diferentes exploraciones al Polo Norte.

Inicia con la idea de lo que es el Polo Norte a principios del siglo XIX, donde diferentes teorías querían predominar entre un vasto océano sin tierra, un continente rodeado de hielo, como la Antártida, o una entrada a un mundo que se encontraría en el interior de la Tierra y que nadie podía alcanzar. Este desconocimiento de una tierra era lo que hacía que prosperaran las teorías y nadie podía meter la mano al fuego por una a principios de ese siglo sin arriesgarse a que la otra ganara.

Una expedición tras otra se internaba en el Ártico esperando alcanzar el Polo a través de una zona de la que ignoraban todo. Incluso se llegó a formular otra teoría acerca de un mar dentro de la banquisa polar, misma que era calentada de manera desconocida. Y una tras la otra, las expediciones regresaban muy maltrechas y con pérdidas de hombres. “Los anales de la exploración del Ártico estaban llenos de perspectivas optimistas que se habían estropeado, y el borde del éxito era un lugar desagradable con dientes.” (p. 215)

Pero una y otra vez, regresaban los exploradores sin, casi, más conocimiento que sus antecesores de lo que era el Ártico y de las dificultades y cómo habría que vencerlas. Así, eran víctimas del escorbuto, las congelaciones, la banquisa polar, los naufragios…

“Un rasgo sorprendente de la exploración del Ártico en el siglo XIX es que sus instigadores y participantes se negaban a aprender las lecciones del pasado… La política, las diferencias de opinión, el paso de los años y la transmisión fatalmente lenta del conocimiento del Ártico fueron más culpables de estos fracasos que la estupidez o el empecinamiento.” (p. 228)

Fue hasta que Fritdjof Nansen se dirigiera al norte que las cosas cambiaron: “Hasta entonces el éxito de los exploradores del Ártico se había juzgado, tanto por la manera en que superaban los desastres que ellos mismos provocaban, como por sus logros.” (p. 281) Pero Nansen había introducido un nuevo estilo en las exploraciones polares:

“Nansen había introducido un nuevo método de exploración en el Ártico. Era “el método del deportista”, como dijo un noruego que explicó que “el principio en que se basa el nuevo método consiste en limitar el número de participantes y seleccionar… un grupo reducido y bien preparado en el cual todos vayan al mismo paso”.” (p. 254-255)

Además de ser la primera expedición muy bien planeada y organizada, introdujo elementos que no se conocían antes: trineos modificados y el kayak, además de los esquíes, la introducción de la estufa Primus  y una alimentación variada y fresca que evitara el escorbuto.

Por supuesto, es imposible no dar espacio suficiente a Robert Peary y sus muchos años de exploración en el Ártico: “Robert Edwin Peary fue sin duda el más obstinado, posiblemente el más exitoso y probablemente el más desagradable de los hombres que aparecen en los anales de la exploración del polo.” (p. 300), un hombre que había apostado todo a ser quien alcanzara el Polo y que no permitía que nadie se le interpusiera.

“El polo era algo a lo que había consagrado mi vida; era una cosa en la que lo había concentrado todo, en la que había consumido parte de mí mismo, por la cual había pasado horrores y sufrimientos que espero que ningún hombre… experimente jamás, y a la cual he dedicado dinero, tiempo y todo lo demás, y en aquellas circunstancias no me sienta llamado a compartir nada con un hombre que, por capacitado y merecedor que pudiera ser, era un hombre joven y había dedicado sólo unos cuantos años a esta clase de trabajo y que, francamente, yo creía que no tenía el derecho que yo tenía a ello…” (Peary., cit. en p. 398)

Pero el libro no termina ahí, sino que continúa hasta que el Polo Norte es alcanzado de verdad y para ello pone en tela de juicio los argumentos de Frederick Cook, de Robert Peary y de Robert Byrd de haber llegado a la meta (este último, en avión) y termina con lo que había iniciado el libro:

“Lo único que puede decirse con seguridad es que Amundsen, Ellsworth y Nobile fueron los primeros en ver el polo, que los primeros en poner los pies en él fueron los veinticuatro científicos que bajo el mando de Aleksandr Kuznetsov llegaron en avión en 1948, durante la guerra fría, por orden de Josif Stalin, y que en 1969 una expedición capitaneada por el explorador británico Wally Herbert fue no sólo la primera en llegar al polo en trineo, sino también la primera en cruzar la banquisa ártica, lo cual fue una hazaña asombrosa.” (p. 16)

El libro es abrumadoramente sencillo dentro de la gran cantidad de información y proporciona un perfil de cada explorador, un esbozo del mundo en el que vivía, las críticas y comentarios de los exploradores o los socios de sociedades de exploradores, un análisis bastante bueno de cada expedición al grado que se diría que cada una de ellas es el objetivo del libro, el contexto histórico y científico y por supuesto, las inevitables rivalidades entre personas y naciones por alcanzar un objetivo.

Como el escorbuto era la enfermedad que achacaba a todos, inserta un estudio sobre esta enfermedad escrita en 1877. También hay un cuadro sinóptico de las exploraciones que se realizaron al Ártico desde 1845 (la expedición de Franklin) hasta 1969 (la de Wally Herbert) y una extensa bibliografía.

Una muestra de lo completo que es el análisis de Fleming es la presentación de cada personaje y sin preferir ninguno, dice lo bueno y lo malo: Nansen tenía un mal carácter que cuando se fue en busca del Polo Norte con Johansen, la tripulación respiró aliviada; Cook no siempre estafaba Peary era no sólo el más desagradable sino el más persistente. No cae en señalar héroes ni villanos, sino los hombres y sus hechos… y cómo fueron tomados en su tiempo y por la historia.



 



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