Alí Bey. Viajes a Marruecos. Ediciones B, Barcelona. 1997. 514 páginas. ISBN: 84-406-7673-5
Viajes a Marruecos fue escrito por Alí Bey al nacer el siglo XIX. Como hijo de su época, su relato es asombrosamente pesado, como si se tratara de un segmento de cualquier película pero escrita en palabras: desde la textura y color de la tierra hasta la enumeración de lo que hay en el país y las costumbres de la gente que conoce.
Alí Bey había sido educado en Europa en numerosas escuelas y había obtenido el conocimiento fuera del pueblo árabe:
“Después de haber pasado tantos años en los estados cristianos estudiando en sus escuelas las ciencias de la naturaleza y las artes útiles al hombre en el estado de sociedad, sea cual fuere el culto o religión de su corazón, tomé por fin la resolución de viajar a los países musulmanes, cumplir al mismo tiempo el sagrado deber de la peregrinación a La Meca y observar las costumbres, usos y naturaleza de las regiones que hallaría en mi camino.” (p.132)
El lector puede descubrir a una persona que se puede dar lujos tan grandes como para ser recibido por los sultanes. Pero el desierto lo llena todo y Alí Bey no puede dejar de impresionarse:
“En el momento que me encontré solo, quedé sumergido en la más profunda meditación. En efecto, educado en diferentes países de la Europa civilizada, me veía por primera vez al frente de una caravana, caminando por un país salvaje, sin otra garantía para mi seguridad individual que mis propias fuerzas.” (p. 213)
Sus encuentros con todo tipo de gente del desierto de África lo colocan siempre por encima de ellos y se descubre a un Alí Bey bastante racista: “…no sé por qué no pude vencer mi repugnancia a una negra de labios gruesos y nariz aplastada.” (p. 302)
Y al final del libro uno se queda con la tentación de saber quién fue Alí Bey y por qué este libro tan aburrido es considerado uno de los clásicos. Entonces descubre que Alí Bey era el pseudónimo de Francisco Jordi Badia y Leblich, de origen español y que se había disfrazado de árabe para hacer el camino a La Meca, algo que lograría por primera vez un europeo.
Entonces el libro toma otro cariz. Por eso tanta explicación: era un espía del gobierno español y hasta en su libro siguió pasando inadvertido.
Sólo recuérdese que en los primeros años del siglo XIX África era aún la gran desconocida. De ahí que sus noticias de viajeros europeos y sus hipótesis sobre un mar interior en el continente o sobre la Atlántida tengan tanta importancia.
Sin embargo, personalmente no podría darle otra leída a Viajes por Marruecos, por más clásico que sea y sólo por contemplarlo con la visión de un español en lugar de un árabe.