Las quebradas de Bacís
10 febrero 2006
Internarse en la barranca de Bacís, en la Sierra de Durango, no es fácil. Las espinas y los saltos en las rocas para no caer al río logran que el llegar hasta las cuevas de los antiguos sea complejo. Pero más complejo se torna el mundo interior del explorador que llega hasta allá y descubre un poco de ese polvo.
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CUATRO DÍAS EN EL RÍO FRESNOSNo tardó mucho en encontrarnos Hilario García. Era apenas nuestro segundo día en el Río Fresnos y estábamos tomando un merecido baño después de nuestro encuentro con el Tacotín del día anterior. Hilario era un enviado divino, uno que platicaba con singular entusiasmo y que poseía una habilidad de indagar envidiable, pero su divinidad salió a luz cuando nos mostró el camino a dos cuevas que nunca hubiéramos encontrado sin ayuda, una en la Cordillera India, (la serie de “patillas” [repisas] que preceden al Tacotín) y la otra en el Cerro de los Monos.
Así al día siguiente, siguiendo indicaciones de Hilario, encontramos un conjunto de cuevas considerablemente grande, con varias casitas bien conservadas, olotes, metates y pinturas en un espacio amplio. Era lo que Carlos Rangel había encontrado en el invierno de 1989-1990 y denominado “La Ciudadela”.
Al día siguiente nos dirigimos al Cerro de los Monos, un gigante totalmente diferente al Tacotín, más alto y con dos “monos” distintivos en su parte superior, pero la gran diferencia está en el ambiente, oscuro y húmedo debido a la orientación norte de la vertiente que subimos. Vertiente que nos llevo a unas cuevas, pero sin casitas.
Ese día, mientras buscábamos la entrada a Bacís conocimos a Don Faustino, un buen amigo de Rangel que desborda de conocimiento de Bacís y se distingue claramente de los demás por ser el único sin “fiebre del oro”. A partir de entonces, platicaríamos mucho con él.
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