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Montañismo y Exploración
Las quebradas de Bacís
10 febrero 2006

Internarse en la barranca de Bacís, en la Sierra de Durango, no es fácil. Las espinas y los saltos en las rocas para no caer al río logran que el llegar hasta las cuevas de los antiguos sea complejo. Pero más complejo se torna el mundo interior del explorador que llega hasta allá y descubre un poco de ese polvo.







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Y TODO CAMBIÓ…

Estar en un lugar lo suficientemente aislado es como cambiar de vida. Tu profesión y carrera no importan; tu familia desaparece; tu “yo” habitual muere y, si lo permites, emerge de ti una sombra que seguirás de ese momento en adelante, una sombra que representa tu esencia más pura y de la cual sólo verás tenues pistas al suspirar profundamente y cerrar los ojos en busca de concentración.

Esa misma sombra te esperara a dormir en la noche para luego despertarte al amanecer y será también ella quien te guíe a través de pendientes y de piedra en piedra al cruzar un río… Pero más allá de todo, quiero decir que ha sido aquella sombra quien nos impulsó a comenzar todo. Fue ella lo que vimos en los mapas antes de salir, fue a ella a quien seguimos hacia afuera de la ciudad y el 17 de Diciembre, todos salimos de la puerta de la escuela en donde dormimos siguiendo su suave rastro hacia las quebradas.


“Yo los llevo” dijo Ubaldo, y todos acordamos que el primer día estaría bien tener un guía. Caminamos juntos hasta la base del Tacotín, un cerro impresionante, de unos 800 metros de desnivel, bastante redondo y con una pared de 500 metros coronando su forma casi cónica.


Desde el inicio caminamos a lo largo del río. El avance era intermitente pero aceptable, y por allí podíamos apreciar una hendidura en la base de la pared. En alguna parte se agrandaba y se formaba una cueva. Allá nos dirigimos pero ignorábamos la tecnicidad y profunda dificultad del terreno que teníamos frente a nosotros.


Porque en Bacís la mayoría de los caminos son de animales. No es que no haya gente en las quebradas, sino que la gente sólo se interna en el monte cuando se les pierde un animal, y ningún animal sube al Tacotin en esta época. Teníamos que abrir camino y esto no es nada sencillo cuando la vegetación es espinosa, aún si se lleva machete. Los tallos de las enredaderas son fuertes y flexibles, parecen esmerarse en evitar ser cortadas por el trazo de un machetazo inexperto y si se persevera y se logran cortar tallos gruesos, estos serán detenidos por lianas pequeñas y espinosas, que son aún más evasivas al machete.


Nuestro avance aceptable se convirtió en torpe y lento, sobre todo con la partida de Ubaldo, que manejaba bien el machete, y la llegada a las cuevas fue mucho más tarde y difícil de lo anticipado. Sin embargo todo tomó sentido cuando, bien metidos en una cueva, nos internamos en el extinto mundo de los antiguos.


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