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Montañismo y Exploración
Las quebradas de Bacís
10 febrero 2006

Internarse en la barranca de Bacís, en la Sierra de Durango, no es fácil. Las espinas y los saltos en las rocas para no caer al río logran que el llegar hasta las cuevas de los antiguos sea complejo. Pero más complejo se torna el mundo interior del explorador que llega hasta allá y descubre un poco de ese polvo.







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BACÍS

San José de Bacís es un pueblo minero. Todos los hombres en algún momento han trabajado en la mina y la mayoría lo hace con regularidad. De hecho, la mina es trabajada desde que llegaron los españoles y continuó así hasta ser del dominio de alemanes e ingleses para finalmente llegar a manos de duranguenses.

El pueblo es pequeño, no produce nada de alimentos, (todo viene de Durango), y con la gente sucede un fenómeno particular: el amor al oro.


Una enfermedad común en Bacís, la fiebre del oro, parece haber permanecido inmune al tiempo aquí, a tal grado que la gente busca tesoros en los lugares más extraños: en las cuevas de los antiguos y en sus entierros. Desgraciadamente esto ha causado un gran deterioro en las casitas antiguas. Pese a ello, Bacís, en medio de la sierra y rodeado de montañas impresionantes, resulta hermoso.





CUATRO DÍAS MÁS

Sólo descansamos un poco en Bacís para reabastecernos y volver a salir hacia las quebradas. Era el 21 de diciembre cuando a medio día nos dirigíamos hacia el río Las Vueltas. Una parte inhabitada e inexplorada de la quebradas de Bacís que prometía ser el paso difícil de la expedición.


En ese lugar encontramos muchos más tesoros y restos de vidas pasadas dentro de nosotros mismos que en las laderas de la sierra: no encontramos nada.


El terreno no propuso un reto superior al de la otra barranca pero las cuevas no eran claras ni grandes. Lo que nos dejaba con dos opciones solamente: que los antiguos hayan escondido aún más sus casas o que simplemente no hayan establecido asentamientos en esa parte, algo sumamente improbable considerando la cercanía de los dos ríos y barrancas.


Pronto vimos que nuestros cuatro días restantes no eran suficientes para explorar toda una barranca nueva y sin nadie que nos orientara y en lugar de caminar de prisa, lo hicimos con más calma. No quedaba más que explorar la parte inferior: el río. Ahí aprendimos mucho acerca de nosotros a través de la sierra. El sonido del agua al correr es un maestro para quien esté dispuesto a aprender y el contacto con la naturaleza resulta siempre terapéutico. Creo que de allí en adelante encontré en el río a mi mejor amigo y me inclino a pensar que no fui el único.


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