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Montañismo y Exploración
África de Cairo a Cabo

Un viaje a través de África en 1956 por dos hombres jóvenes que partieron de El Cairo en busca de algo que no encontraron. Sin embargo, hallaron algo más valioso: un encuentro con el continente que no se conoce a diario. Escrito a los 42 años de haberse realizado, el libro aún tiene una fuerza que lo hace ágil.







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Enrique Meneses. África de Cairo a Cabo. Plaza y Janés, Barcelona. 1998. 256 páginas. ISBN: 84-01-54055-0

Quizá toda aventura necesite una meta inicial que no se parece en nada al resultado que se obtiene cuando se acaba la misma.


Ã?frica de Cairo a Cabo
En una tertulia de europeos radicados en el Cairo, uno de ellos sostiene un ejemplar de la revista Paris-Match donde aparece la foto de una mujer nubia y exclama que si la encuentra, se casa con ella. Así comienza un viaje que llevará a dos amigos españoles desde el Cairo hasta la punta más meridional de África.

Su travesía hasta el Alto Nilo la hacen como todo europeo: en barcos que se desplazan contracorriente por el gran río, pero al llegar a su destino, la gente se enfurece cuando preguntan por la mujer de la revista para ser la esposa de uno de ellos. Entonces comienza la verdadera aventura, pues se han quedado sin dinero y su solución es salir por la madrugada del hotel (sin pagar, claro) y viajar hacia el sur, pues el fracasado esposo (“Jaimito”) conoce al Kabaka (“rey”) de Buganda.

A lo largo de todo África, viajan en autostop (o lift, como le llaman allá) y se topan con todo tipo de situaciones. En una isla se encuentran con un anciano de más de cien años que conoció al explorador estadounidense Henry Morton Stanley. Allí les sirven una cena que menos de una hora antes había sido sacada del lago.

“La gran diferencia entre los “civilizados” y estos pueblos es que ellos comen fresco casi a diario, que no pagan por la compra y que la naturaleza les provee de una inagotable fuente de alimentación tanto en tierra como en el lago. Nuestro primer mundo ha ido agrandando la distancia entre el lugar donde se encuentra el producto y nuestra mesa… No soy ni he sido un ecologista a ultranza pero sí he reflexionado sobre lo que llamamos calidad de vida y, como consecuencia, civilización.” (p. 99-100)

África es todo un continente y en 1956, fecha en que se realiza el viaje, es un sueño, pues apenas está entrando a la historia escrita del mundo. Por eso impacta tanto la naturalidad de la gente, su sencillez, sus valores primarios donde “…el desprecio es más cruel que la pobreza.” (p. 102)

“Viendo a las madres bagandas regañar a sus hijos por negarse a comer, me daba cuenta de que son un puñado de elementos fundamentales los que resumen la raza humana. El amor, la ambición, el reto, la soledad, la vejez, el odio, la indiferencia, la codicia, el cansancio, son otros tantos pilares que sostienen la urdimbre de nuestra especie. ¿Qué son las diferencias de piel o de ojos? Las cosas se expresan de forma distinta, sea el color de piel que tengamos, pero todos decimos lo mismo, soñamos igual y deseamos valores universales referidos a la felicidad y al bienestar.” (p. 109)

Elefantes muertos al chocar la embarcación en que viajaban, pigmeos multados por vender flechas envenenadas en un mercado, cenas con gobernadores ingleses o reyes africanos, invitados de honor en cenas de gala o rechazados por una fiesta inglesa a la que fueron especialmente invitados por no llevar esmoquin, misioneros, comerciantes con su mercancía viajando por caminos imposibles, negros que les dan en palabras sencillas las normas de su vida, blancos impecables, negros llenos de energía… el mundo a la vista de dos hombres de veintiséis años.

Cuando tienen hambre descubren un secreto: “Si llegas al árbol y arrancas el racimo, no te cuesta nada. Te lo regalan. Pero tienes que cargar con él hasta el centro. Si lo quieres a la puerta de tu casa, lo pagas más caro porque alguien hizo el esfuerzo de cogerlo y traerlo a hombros.” (p. 163)

“…me hizo reflexionar mucho el que aquellas gentes, que nosotros teníamos por primitivos, resolviesen este tipo de problemas mejor que lo hubiese hecho cualquier médico europeo. La sabiduría que encierran estos pueblos se irá perdiendo irremediablemente, en África, en Asia, en América, porque estamos tan engreídos de nuestra superioridad que no les dejamos que hablen. Sólo queremos que nos escuchen.” (p. 153)

El viaje no termina en Cabo, sino que regresan a Buganda pues no tienen una sola moneda y deben regresar a El Cairo. El Kabaka les presta el dinero y pueden regresar.

Aunque el autor señala que “Ahora reflexiono sobre nuestra audacia y me admiro de la temeridad de dos jóvenes de veintiséis años, sin dinero ni medios de transporte propios, ni quías, ni precauciones médicas, sin la información de que dispone hoy cualquier viajero avezado merced a guías, mapas de carretera y GPS de localización, sin las comunicaciones propias y, en muchos lugares, ajenas.” (p. 173-174), la verdad es que su viaje fue, quizá, el primero que harían cientos de viajeros con mochila a la espalda. Sin muchas preocupaciones y casi hasta fácil.

Pero eso fue en 1956 y Enrique Meneses apunta: “Es increíble lo fácil que era, en aquel entonces, encontrar ayuda entre los habitantes del país, blancos o negros. No quisiera que, leyendo estas páginas, algunos jóvenes se lanzasen a la aventura creyendo que todo el monte es orégano. Han transcurrido 42 años y son muchos los trotamundos que llegan a todas partes creyéndose que los blancos tienen un deber de solidaridad.” (p. 230)

En un libro que no reprime en nada sus ideas sobre los ingleses (“Siempre me han maravillado estos británicos que, como los caracoles, se llevan la casa a cuestas.” [p. 93]) y que también peca de parcial (“¿Por qué menospreciaron los ingleses los nombres autóctonos de lo que iban descubriendo como blancos pero que nunca era nuevo para los indígenas? Una cosa es construir en América, ciudades a las que bautizamos, las más de las veces, con nombres de nuestras ciudades de origen, y otra es creer que estamos descubriendo lo que otros seres humanos, desnudos e incultos, ya conocían desde hacía tiempo.” [p. 73]), el autor reconoce que

“En numerosas ocasiones, he vuelto a ese continente donde he vivido siete años. Pero la experiencia adquirida durante aquella expedición de locos, buscando una belleza nuer, en el Alto Nilo, fue realmente la base de mi comprensión de este continente.” (p. 254-255)

Pero también señala a todo viajero por África que “Quizá lo único que recomiendo, a mis blancos coetáneos, es que escuchen los tambores de África y no me refiero al tam-tam sino a su sensibilidad.” (p. 102)


Erratas

Página 66, primer párrafo, dice: “…ciudad donde Jean-Baptiste Marchand llegó en julio de 1898 con un pequeño destacamento militar francés para impedir que los ingleses uniesen Sudán a Uganda. Este militar había salido de Senegal a principios de enero de 1997…” Un error de un siglo entre ambas fechas.



 



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