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Montañismo y Exploración
Aconcagua: la estrella y el sendero
16 febrero 2005

El Cerro Aconcagua es el más alto del continente Americano y es un imán para los numerosos alpinistas que quieren llegar a su cima tocando casi los 7 mil metros de altitud. Esta es la narración de un ascenso por su ruta normal efectuado en el 2002.







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y el cielo inquieto y nocturno,
los sueños que sorprendería…

CONFLUENCIA

Otro amanecer. Un día más. Partiríamos hacia el Aconcagua. Abordamos unas camionetas que en un trayecto de aproximadamente 15 minutos nos dejaron en la entrada del parque, cerca de la laguna Horcones. Por primera vez pudimos divisar, a lo lejos, el Aconcagua, imponente y destacando por su blancura. Durante todo el trayecto desde Mendoza, cuando veníamos en la camioneta, la pregunta obligada era: “¿Desde aquí se ve al Aconcagua? ¿Aquel que se ve allá es el Aconcagua?” Y siempre recibíamos la misma respuesta de nuestro guía-conductor: “No, ese no es el Aconcagua. No, desde aquí no se ve”. Ahora lo veíamos frente a nosotros, a lo lejos, enmarcado por otras montañas más cercanas, y no parecía una visión tan magnificente y espectacular como en mis sueños, sin embargo de alguna forma auténtica, íntima y sencilla, me emocionó contemplar la montaña por primera vez.

Después de hacer el trámite de acceso en la cabaña del Guardaparques, iniciamos la caminata por todo el valle (ahí les llaman quebradas. Son valles muy estrechos, rodeados de muy altos y escarpados picos) del río Horcones hacia el primer campamento, bajo fuertes ráfagas de viento. Yo suponía que sería una caminata agotadora, pero al cabo de casi tres horas de marcha, en un recodo del camino, miré hacia abajo por un vallecito, y ahí estaba un grupo de tiendas dispersas y algunas tiendas más grandes, las tiendas-comedor de las compañías comerciales: Confluencia.

Nos instalamos. Aún era temprano por la tarde, en una latitud donde el sol se pone a las 9 de la noche. Después fuimos a caminar por los alrededores un rato, ascendimos alguna empinada cuesta y tomamos fotos, pensando en hacer trabajo de aclimatación, pues de eso se trataba el asunto de ir por etapas.

Esa noche miraba la multitud de estrellas que se podían observar en el cielo. Estrellas nuevas para mí, pero no todas. Algunas constelaciones y estrellas muy visibles y conocidas: Orión y Sirio estaban ahí. La Vía Láctea austral, se desplegaba en todo su esplendor atravesando el cielo. A su lado unos pequeños manchones de luz difusa recortados contra la oscuridad, intuitivamente supe que se trataba de la famosa Nube de Magallanes. Pero, fugazmente... me parece recordar que hay dos.. y sí ,ahí está la Pequeña Nube de Magallanes, mucho menos visible a primera vista, pero claramente distintiva si se mira con atención.

Portentosas acumulaciones de millones de estrellas que se perciben únicamente en el hemisferio sur como un manchón claro en el cielo. En los días previos a la salida, había anticipado la sorpresa y admiración que podría producirme el mirar un pedazo del universo que hasta ahora jamás había podido contemplar, alzar la mirada y mirar por primera vez en mi vida un cielo distinto. Por supuesto, fui deleitablemente recompensado. Estuve largo rato azorado mirando el cielo y sus maravillas, hasta que el frío de la noche me obligó a entrar en mi tienda de campaña, y aun después, a través de la ventana del techo de la tienda, continué atrapando estrellas fugaces (a fin de cuentas, todas lo serían para mí), insomne e inquieto, hasta que poco a poco, sin apenas darme cuenta, el sueño me venció.

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