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Montañismo y Exploración
Aconcagua: la estrella y el sendero
16 febrero 2005

El Cerro Aconcagua es el más alto del continente Americano y es un imán para los numerosos alpinistas que quieren llegar a su cima tocando casi los 7 mil metros de altitud. Esta es la narración de un ascenso por su ruta normal efectuado en el 2002.







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...es entonces cuando cae del corazón todo el peso
y la vida se convierte en un sueño de pomposa felicidad.

Silvia Platt

Ahora que recuerdo las sensaciones de esos minutos en la cima, muchos detalles escapan a mi memoria. O quizá fue así, un estado de confusión mental, un remolino de sentimientos, recuerdos nebulosos, tomar fotos, recoger piedras, firmar el libro de cumbre, abrazar a mis compañeros, sostener la mítica cruz de aluminio, tantas veces vista en fotos, tratar de grabar ese momento en el Super 8 de la memoria, jamás olvidar esos 35 minutos en la cima.

Tenía un sentimiento reprimido, quería externarlo y hacer ese momento más añorable, que representara mas genuinamente el enorme cúmulo de esfuerzo, deseo, determinación, todas esas cosas dentro y fuera de mí que me llevaron hasta ese sitio, hasta esta explanada semiinclinada hacia el Sur, perpetuamente azotada por el viento y la nieve, rozando las nubes, a casi 7000 m.

Pensé en todos mis seres queridos, pero extrañamente, ninguna lágrima salió de mis ojos. Algo me lo impedía. Aun tendría que pasar mucho tiempo antes de que pudiera asimilar lo que representó esa cima para mí. Un enorme triunfo personal, pero también el final de una era, marcada por el espíritu romántico de salir a la montaña inspirado únicamente en la fuerza de los sueños.

La visibilidad era de unos cuantos metros, el viento y la nieve nos golpeaban con fuerza y peligrosamente, así que la idea era estar el menor tiempo posible en la cima. Después de las fotos de rigor, Rossy, Gustavo, Benjamín y yo salimos de regreso. Aun me demoré un momento más, quería un momento de soledad. Agradecí a la montaña muy a mi manera, y me dispuse a emprender el descenso.

Casi a punto de salir hacia abajo, llegan otros alpinistas. Alguien me saluda. Es el Mike, de Monterrey. Extraño encuentro, por todo lo que lo rodeaba. Nos abrazamos con mucho gusto y aun nos tomamos unas fotos rápidamente, antes de despedirnos. Inicié el descenso, alcanzando a Rossy. La bajada por la canaleta la hicimos por la parte más llena de nieve, con lo cual nos sentíamos más seguros, tratando de evitar un percance.

Después sabría que en esos momentos, en algún otro lugar de la Canaleta, iban subiendo otros dos compañeros, Juanjo y Salvador, quienes desafiaron lo peor de la tormenta en un febril y desesperado intento de cumbre, que finalmente resultó exitoso.

De nuevo en la travesía, en el sitio llamado Nevero Schiller, por momentos perdíamos la huella, no veíamos el paso clave hacia el Portezuelo de los Vientos. Fue en este instante cuando la tormenta soltó toda su fuerza, la visibilidad era casi nula y habría sido fácil perder la ruta de descenso. Vemos unos argentinos agazapados en un saliente rocoso, el único en muchos metros alrededor, creo que es una aguja llamada el Diente. Sabíamos que no estábamos lejos del Portezuelo.

Seguimos caminando y de repente ya estamos en una arista. Pensando que por ahí era el descenso me bajo por una ladera y le digo a Rossy que me siga. Ella se queda. Bajo un poco más y empiezo a dudar, de repente casi sin darme cuenta estoy en un resalte de hielo muy inclinado, de unos 60 grados, con algo de nieve encima, que me sostiene precariamente. Empiezo a resbalar, me sostengo con los bastones en forma bastante grotesca. Al final quedo en una posición extraña, como muñeco desmadejado. No me quiero ni mover, pues siento que seguiré resbalando. El cansancio y la incertidumbre acerca de que hay más abajo me aterran.

Permanezco así algún tiempo. Rossy siguió por la arista, pero no se ve. Después de un rato de indecisión y angustia finalmente me decido a moverme con cuidado, asegurando cada paso, hasta que gradualmente empiezo a encontrar más nieve y la pendiente es menos inclinada. Mas adelante, de repente se abre un poco el temporal y diviso las huellas del descenso correcto. Más arriba ya vienen bajando los argentinos y mi compañera. Al fin estamos en el camino.

Conforme bajamos, el viento no cede, pero la visibilidad mejora, así que el resto del descenso a Berlín transcurre sin incidentes, solo con el esfuerzo de ir hundiéndonos en la nieve, con la piernas muy cansadas. Algunas horas después, cuando ya había oscurecido, llegan Juanjo y Salvador, quienes hicieron un descenso in extremis. Salvador durmió en el refugio y el doctor le administró un medicamento, para mejorar su estado, pues tenía síntomas de hipoxia.

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