no me fueras mas remota, si antecedes las memorias de tu edad...
NIDO DE CÓNDORES Y BERLÍN
Sin novedad alcanzamos Nido de Cóndores, por tercera vez, para quedarnos. Pensábamos salir el día siguiente hacia Berlín, el siguiente campamento de altura , pero se decidió esperar un día mas para aclimatar aún mejor. Ese día de espera fue providencial para mí, pues durante el ascenso del día anterior, con un calor demasiado intenso por el reflejo del sol en la nieve, y agravado por no cumplir la recomendación de derretir nieve y beber mucho agua, me deshidraté mucho y sufrí todo el día las complicaciones del mal de montaña.
Tan solo ponerme de pie era una tortura, por lo débil que me sentía y el dolor de cabeza tan fuerte. Ese día lo pasé por completo derritiendo nieve, bebiendo, sentado dentro de mi tienda. Ya caía la tarde cuando salí a las inmediaciones de Nido de Cóndores a tomar fotos. Me sentía mucho mejor y listo para el ascenso definitivo.
Durante el día había podido observar a un grupo de italianos que abandonaban en ese punto, según dijeron, porque ya tenían demasiado con el frío que habían soportado. No era para menos, en las noches la temperatura descendía hasta alrededor de 20 C bajo cero. De cualquier manera me preocupé un poquito, porque su equipo era ostensiblemente mejor que el mío, pero ellos optaban por irse, y yo me quedaba.
A la mañana siguiente subimos a Berlín, 5900 m. muy cargados. Hubo que llevarnos la tienda, pues desde luego los refugios en temporada “buena” están siempre a su máxima capacidad. Es un trayecto de menos de dos horas, pero con mucha pendiente, que hay que negociar haciendo zigzag. Después de los 5700 m, cada paso que daríamos hacia arriba era un nuevo record de altura para la mayoría de los componentes de nuestro grupo. Llegamos sin contratiempos, armamos la tienda y comimos lo que cada quien pudo soportar a esa altura. Las sopas siempre fueron deliciosas.
La noche, más fría aun que las anteriores y con viento. El interior de la tienda amanecía con una capa de escarcha que nada más moverse un poco, caía como lluvia de hielo sobre la cara, el cuello, algo muy molesto. Fue la hora de ponerse todo lo que llevábamos a la montaña, todas las calcetas, todos los polares, gorras, guantes, ropa interior térmica. Aun así, no lograba desentumir los dedos de mi pie derecho, que frotaba constantemente.
Ya para entonces habían transcurrido tres días de calma, por lo cual parecía que efectivamente tendríamos una posibilidad de intentar la cima. Solo sería necesario que el buen tiempo se mantuviera un día más. Evaluando mis posibilidades, me alegraba saber que por lo menos tendríamos un buen intento.
Aun con todos los factores mejorando, guardaba para mí un trozo de incertidumbre, porque a fin de cuentas, nos estábamos adentrando en terreno desconocido, es decir, en alturas a las cuales jamás habíamos estado, entonces no quería sentir nada seguro, no quería ilusionarme demasiado con la idea de llegar a la cima.
Pero, por otra parte no había venido de tan lejos para llenarme la cabeza de dudas acuciantes en el último momento. No, las dudas acerca del valor y la trascendencia de estar ahí e intentar la cima, no existieron en estos últimos instantes, antes del ascenso final. Ese día, además de la mochila de ataque, iría equipado con la enorme carga de motivación, aliento e inspiración que había acumulado durante tanto tiempo, con todos los recursos a mi alcance. Estaba absolutamente dispuesto a dejar la piel en el intento.
Esa noche en Berlín dormí temprano, sin sueños.