Barrancas y sierra
16 agosto 2004
La Sierra Madre Occidental del estado de Durango se está convirtiendo en una importante zona para los exploradores. De las barrancas más accesibles, las de los ríos Presidio y Piaxtla son las que serán abordadas más rápidamente. Además de las vivencias obtenidas, en este artículo se ofrece un panorama histórico de la Sierra.
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SIERRA ARRIBA
Nos marchamos poco después de las dos de la tarde. Queríamos subir hasta Mala Noche con luz y luego hasta La Desmontada —en la parte alta de la sierra— por la noche porque en toda la subida no había un solo curso de agua.
El camino a Mala Noche era tropical: lleno de plantas, mosquitos que se paraban en la piel a beber el sudor o a chupar sangre, que se lanzaban a los ojos o zumbaban en los oídos. Todo saturado de calor. Hicimos un descanso en el único arroyo y luego subimos a una de las entradas a la mina. Justo antes hay una subestación eléctrica. Por supuesto, el boquete hecho en la montaña nos llamó la atención y nos metimos. De ahí habían sacado antaño oro y plata. Nos metimos. Era un largo y amplio pasadizo pero llegó el momento en que el piso se encharcaba y así parecía continuar.
En Mala Noche un matrimonio joven nos dio agua para la subida y nos indicó el camino a seguir. La noche sería larga porque tendríamos que seguir cada vuelta de la carretera porque no había cortes. Una noche rodeados de neblina y con alta posibilidad de lluvia, pero siempre con calor.
Pronto equivocamos el camino y llegamos a la puerta de una casa, en medio de la noche. Un hombre salió a averiguar por qué ladraban sus perros. “Una vez, hace muchos años, pasaron tres muchachos por aquí, desde entonces, nadie más, hasta ustedes.” Recordaba que entonces habíamos dormido en su casa y que él nos había enseñado, como ahora, el camino a seguir. Claro que él no vio al grupo de 16 montañistas de la UNAM que en 1988 también pasaron por ahí.
Al mediodía, en La Desmontada, alguien nos preguntó si éramos los mismos que “el año pasado” habían cruzado la sierra en vehículos 4 x 4. Todo había sucedido de la manera más fácil: la gente había vendido parte de los bosques para que una compañía los talara y les diera algo de dinero al año (unos cinco mil pesos por ejidatario). La compañía abría caminos que de repente terminaban porque esa era su finalidad. Pero un camino sí llegó al fondo: el que pasa por Palmarito y de ahí había pasado al otro lado, abriendo ampliamente el camino de apenas un metro que antes existía. El cruce de la sierra, en vehículos motorizados era ya una realidad y, para los habitantes de la sierra, una pesadilla ver pasar 14 vehículos con motores rugiendo.
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