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Montañismo y Exploración
Al pie de la montaña


Nueva Guinea, la enorme isla que tiene una de las “Siete Cumbres”, es el objetivo de una expedición científica, justo al Valle del Baliem, descubierto en 1938 por aire. Han pasado apenas siete años desde el primer contacto con el hombre blanco y la narración de Peter Matthiessen nos lleva a un mundo diferente.







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Peter Matthiessen. Al pie de la montaña. Una crónica de dos temporadas en la Nueva Guinea de la Edad de Piedra. Terra Incógnita, Barcelona. 2000 (edición original de 1962). 268 páginas. ISBN: 84-7651-819-6


Nueva Guinea, aquella extensa isla donde Heinrich Harrier se internara para hacer el primer ascenso de la Pirámide de Carstensz y una amplia exploración de la selva, es visto esta vez de forma diferente por Peter Matthiessen, naturalista y explorador, como resultado de su participación en una expedición científica en 1961, casi al mismo tiempo de que Harrier se internara en la isla. Para entonces, esa parte de Nueva Guinea a la que iban los científicos tenía unas pequeñas características que la hacían un objetivo muy atractivo:

"El valle de Baliem se descubrió desde el aire en 1938, pero hasta 1954, cuando se instaló un puesto del gobierno en tierras abandonadas de las tribus wukahupis, no llegó a vivir allí ningún blanco." (p. 7)

Es decir que la expedición científica entraba a un territorio prácticamente intocado por la gente del exterior porque "La selva y la montaña, la muralla de nubes, los siglos, le protegieron de los navegantes y los exploradores que tocaron las costas y se fueron de nuevo; él se mantuvo en su cultura de la Edad de Piedra. En los últimos rincones del valle, aún se mantiene en ella, bajo el muro de la montaña." (p. 13)

Científicos, no montañistas, son los que se internan y hacen estudios. Exploran. ¿Cómo mostrar los resultados tan diversos de manera clara? Matthiessen encuentra la forma:

"Se ha omitido toda alusión al contacto de la tribu con la expedición, no sólo porque las primeras reacciones de un pueblo salvaje ante el hombre blanco, aunque sean conmovedoras y tristes y divertidas, están ya bien documentadas, sino porque los kurelus brindaban una oportunidad única, quizás la última, de describir una cultura perdida en la belleza terrible de su estado puro." (p. 10)

Es decir: a partir de todas las observaciones hechas, el autor hace un retrato hablado de la gente, de su medio, de sus costumbres. Pero no es un relato tedioso, pese a ser un estudio científico, sino más bien una serie de cuentos de mayor o menor extensión donde se ve una imagen. Después aparece otra y otra más, de tal forma que el mosaico de cuentos se va entremezclando poco a poco para descubrir una verdadera novela de la vida real basada en estudios científicos, que va desde la presentación de la gente hasta el vislumbre de sus ancestros:

"En uno de estos hoyos la ladera albergaba una gruta; había un lugar para hacer fuego y, mucho tiempo atrás, antes de que los niños hubiesen ido allí por vez primera, los akunis habían hecho dibujos en la pared. En casi todos los sitios donde se había cobijado la gente debajo de una roca y encendido un fuego, se habían hecho dibujos como aquellos." (p. 43)

Pareciera cruda la forma de vislumbrar una sociedad humana así, sin opiniones ajenas, sin moralismos, pero la gente misma lo vive así:

"El que la gente sea optimista, alegre incluso, resulta más notable por el hecho de que no hay un solo momento en todo el curso de su vida en que pueda estar segura de que no le aguarda la muerte en el camino..." (p. 46)

No es un libro de montaña, pero sí es ampliamente recomendable a la gente que está yendo en pos de las "Siete Cimas" del mundo para que se entere que ahí donde están, no hay sólo una montaña y una cifra, sino que hay gente que tiene un pasado y que es en base a ese pasado que actúan, aunque haya cambiado. Y Matthiessen lo ve de esa forma en el final del libro:

"...esa gente había llegado del cielo para vivir en las tierras abandonadas de los mokokos... Lo mismo que tue significaba mordida! "ave", waro significa "serpiente" o "insecto". El primer waro había llegado a la tierra de los kurelus inmediatamente después del último mauwe, a través de la tierra de los wittaias. Tenía la piel blanca y le acompañaban hombres negros vestidos como él. Se había cortado el paso a los hombres forasteros en la frontera, y un guerrero llamado Awulapa, hermano de Tamugi, había sido abatido por un arma de waro con un ruido que resonó en las montañas, y había muerto. Aunque aquellos hombres habían huido, los waros no se habían ido del valle; estaban construyendo ya cabañas entre las tribus del río por todas partes.

"Weaklekek movía rítmicamente las manos al sol mientras montaba guardia, pues había vuelto a empezar un largo cinturón de conchas. Él estaba orgulloso de las viejas costumbres, orgulloso de que su gente siguiese viviendo como habían hecho siempre desde el tiempo de Nopu. Pero los cambios waro habían llegado hasta allí traídos por el viento. Había arraigado en los campos una flor forastera, y en un viejo roble, al lado de Homuak, había una abeja amarilla que picaba. Esta abeja se agrupaba en grandes enjambres, que aullaban en el tronco hueco como un mal viento en las rocas del Tabara; había llegado de la aldea waro del Baliem cruzando ciénegas y huertos. La flor azul y la abeja amarilla no pertenecían al mundo akuni y no tenían nombre." (p. 255-256)



 



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