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Montañismo y Exploración
Al asalto del Fitz Roy


El Fitz Roy, o Chaltén, la montaña más alta de la Patagonia, es quizá una de las más perseguidas por los escaladores. Este es el relato del primer ascenso, hecho por Guido Magnone y Lionnel Terray en febrero de 1952.







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Louis Depasse. Al asalto del Fitz Roy. Ediciones Peuser, Buenos Aires. 1954. 338 páginas. S/ISBN

La montaña tiene su historia humana, impuesta por el hombre, a veces a costa de sacrificios. Pero los Andes parecen desiertos. La vida no se manifiesta en ellos. Salvo el vuelo del cóndor, esta cordillera, más abandonada aún que el Himalaya, parecería no tener alma.


En 1782, Antonio de Viedma escribió: “En el fondo de esta ensenada que forman las sierras, hay dos piedras como torres, la una más alta que la otra, cuyas puntas muy agudas exceden a todas las sierras vecinas en altura, sin nieve en ellas y las llaman los indios Chaltel” (cit. en p. 18)

El Fitz Roy, o Chaltén, era en 1951 la montaña más atractiva por escalar en la Patagonia porque nadie la había subido y porque varios grupos habían fracasado en el intento. La montaña más alta de la Patagonia se convierte entonces en el objetivo de una expedición francesa que la sitia desde diciembre de 1951 y termina escalándola en febrero de 1952. La cordada: Guido Magnone y Lionnel Terray.

Este libro pretende ser la crónica de ese primer ascenso, narrado por uno de los escaladores y basado en los relatos que sus compañeros le hicieron. El resultado es desastroso. Lionnel Terray, una figura legendaria en el alpinismo, es el personaje que sobresale de todos y de vez en cuando Magnone o algún otro. Pero el primer personaje siempre es el narrador y no es difícil que el lector se aburra de tanto “yo hice”.

Incluso la narración del ascenso a la cima, que sólo podía ser hecha por los escaladores que llegaron a ella, es hecha desde el punto de vista del observador que mira a través de un telescopio desde el campamento base y narra con más intensidad su preocupación por los escaladores que la misma escalada, que es tan superficial que prácticamente no vale la pena leerla. Es una historia narrada por una tercera persona anteponiendo su propia figura a los hechos.

Louis Depasse aclara al principio que “No es una obra literaria, es la suma de nuestros «diarios» y de nuestras reminiscencias.” (p. 13), pero no es la “suma” sino su propia perspectiva lo que predomina. Es una lástima que de un ascenso tan valioso se conserve tan mala historia que incluye, además, un ascenso al Aconcagua posterior al ascenso de Fitz Roy.

No por estar contra de la fama de Lionnel Terray, quien se la ganó limpiamente en el ascenso al Annapurna de 1950, aún sin haber sido uno de los miembros de la cordada de cumbre, y en ascensos anteriores y posteriores al Fitz Roy. No es eso. Es sólo que el énfasis puesto sobre él es excesivo. Por ejemplo, cuando regresan de la cumbre al campamento base, Louis Depasse (llamado Lulú por Terray) lo abraza y le da sus felicitaciones. Terray dice sin cortarse: “¿Sabés, Lulú? —me dice—, es Guido quien merece el abrazo. Estuvo extraordinario. Nunca había visto cosa igual. Sin él, el Fitz estaría todavía invicto.” (Lionnel Terray, cit. en p. 204)

Es el mismo Terray que en el Aconcagua se niega a usar mulas en el acercamiento porque sabe lo que es la aclimatación y que, a la vista de montañas no ascendidas aún, exclama: “Pero, ¡Dios mío! ¿por qué no se intenta escalar esas espléndidas cumbres y, en cambio, todos se lanzan hacia el Aconcagua, archiconocido y con una senda casi hasta la cima?” (Lionnel Terray, cit. en p. 301)

El libro contiene una ficha técnica del Fitz Roy y un topo de la ruta que se siguió por Terray y Magnone. El único detalle curioso es que la traducción tiene cambios importantes: a los escaladores se les llama trepadores, por ejemplo.



 



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