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Montañismo y Exploración
Hacia el trono de los dioses
15 febrero 2002


Herbert Tichy, el futuro conquistador del Cho Oyu, realiza a la edad de 23 años una travesía por Asia que en realidad son tres viajes distintos. De entre ellos el más interesante es el que realiza disfrazado de peregrino indio (él, con rasgos europeos, cabello rubio y ojos azules) a la montaña prohibida del Kailas, un sitio prohibido a los europeos en la época previa a la Segunda Guerra Mundial.







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Herbert Tichy. Hacia el Trono de los Dioses. Editorial Labor, Barcelona. s/f. 198 páginas. s/ISBN.

El Kailas aparece ceñido por un estrato horizontal de roca gris. Pero aquí, en el Tibet, no es una capa de roca, sino la huella de una soga con la cual el demonio intentó arrastrar el trono de Siva. (p. 141)


El trono de Siva, "El trono de los dioses", montaña inaccesible por mucho tiempo a los no tibetanos, se convierte en uno de los objetivos de viaje de un muchacho de poco más de 23 años que se ha pasado "muchas horas" en la biblioteca leyendo libros de viajes. Su escasa edad le ha costado ya no ser enviado como corresponsal de un periódico al África:

"El inconveniente mayor parecía ser mi juventud. «¡Cómo! ¡Pero si usted es todavía un estudiante y no ha cumplido los veintitrés años! Tiene ante sí un hermoso porvenir, le será fácil esperar». Con estas palabras me animó el director de una editorial y, en mi lugar, envió al África a un sabio barbudo. Pero un día el sueño se trocó en realidad." (p. 14-15)

Ese muchacho es el austriaco Herbert Tichy, quien pasaría a la historia del montañismo por la conquista del Cho Oyu, cercano al Everest. Sin embargo, para ello falta mucho tiempo y nadie lo conoce, así que su empecinamiento le hace conseguir una motocicleta y viajar por Asia, comenzando en la India. Los primeros viajes son tormentosos y al final de ellos se alegra enormemente de llegar adonde encuentra un pedazo de Europa:

"Hemos invertido seis largos días en abrirnos camino desde Bombay a Solan, a través del agua y los cenagales. El tiempo me ha parecido inacabable; pero aquí, en el sen de la familia Johannsen, todo queda pronto olvidado. Se curan las heridas, se vuelven a comer platos alemanes, se habla alemán: la felicidad, en una palabra." (p. 35-36)

Su primer viaje "lejos del mundo" es a Afganistán, donde su amigo indio no recibe el permiso de entrar al país. "La alternativa es grave: o renunciar a Afganistán o continuar el viaje solo." Por supuesto, continúa solo y encuentra:

"¡Afganistán! ¡Cuántas veces he anhelado en Europa pisar el suelo de este país!... Helo aquí, ante mí, aunque cerrado por el alambre espinoso en manos de un digno anciano... El viejo baja la alambrada y estoy en Afganistán. La carretera asfaltada ha hecho paso a un camino miserable; he aquí el Asia auténtica, virgen, maravillosa." (p. 43) "Persia fue mi gran amor, aunque no del todo afortunado; pues a los europeos nos es difícil comprender el ritmo de aquel país. Somos demasiado impacientes para poder hacernos cargo de la grandiosidad de este paisaje. Es verdad que se dice que el amor desgraciado es el más hermoso, pero yo quiero esforzarme por comprender y "vivir" realmente el Afganistán. Tal vez me sea más fácil viajando solo." (p. 44)

Afganistán se convierte en el primer paso para la metamorfosis de ese muchacho a bordo de una motocicleta que no sabe absolutamente nada de mecánica, metido de lleno en las altas temperaturas, en las carreteras interminables y malas donde no se había introducido nunca antes una motocicleta, conoce y trata sin intermediaros a los habitantes del país y llega hasta los puertos del Hindu Kush.

Esta parte de su viaje tiene un problema para el lector: siempre se habla con mucha rapidez de los sitios y parece que el viajero no se ha bajado nunca de su motocicleta. Pese a todo, su cambio sigue siendo continuo:

"Así pues, miradas las cosas más de cerca, no parece quedar mucho de los peligros y méritos de un viaje. Pero, en cambio, queda algo que sí es importante: la percepción y el sentimiento de la inmensidad del mundo, el «sentido de la amplitud»...

"En la cumbre del collado hace frío; a pesar de los ardorosos rayos del sol, el tempestuoso viento helado me tiene tiritando. Del otro lado del puerto, una carretera no del todo mala desciende hasta el valle. Veo venir hacia mí dos borriquillos con su arriero; un muchacho que me dirige señas excitadas cuando me descubre. Me paro, y él corre hacia uno de los animales, y sacando de la alforja una manzana diminuta y arrugada, me la ofrece con una sonrisa radiante. Yo puedo corresponderle con unas nueces, y ambos, sin entretenernos en una inútil tentativa de trabar conversación, nos sentamos tranquilamente a la sombra del borrico. Nos miramos sonriendo y, en verdad, nos comprendemos: somos hermanos, ambos vamos de camino, el uno despacio, el otro más de prisa, los dos solitarios y, sin embargo, no solos.

"Tampoco la despedida es muy larga; nuestros caminos se han cruzado por un momento, y lo hemos celebrado. Y siempre, en mis errabundeos por el Asia, volveré a encontrarme contigo, tú, el ser humano sencillo, que ayudas al forastero, no porque te lo prescriba religión ni ley alguna, sino porque eres bueno y gozas pudiendo ayudar a tu prójimo. Sólo por ti, pobre mozo de caravana, vale la pena de encerrar para siempre en el corazón las solitarias cordilleras y desiertos del Afganistán." (p. 61-62)

De regreso a la India, unos amigos le dicen lo que Gandhi proclamaba ya años antes: "Lo que has visto no es la India. Las grandes ciudades, las cortes de los maharajás y los antiguos monumentos arquitectónicos, todo esto no es la India auténtica. La India es el campesino indio. El ochenta por ciento de la población de nuestro país vive en pequeñas aldeas, explota la agricultura, no sabe leer ni escribir, es paciente, sufre hambre y calla: esto es la India." (p. 79)

Y eso, pese a que en cada ciudad se ha adentrado en los barrios más míseros y ha sido sospechoso de ser comunista.

Hay un segundo viaje, hacia Birmania, que son puras notas de viaje, recuerdos episódicos, donde convive con cazadores de cabezas y asiste a una de sus fiestas: "Mis recuerdos de aquella fiesta son algo confusos. Si he de confesar la verdad, durante toda ella estuve completamente beodo. Las fotografías que reproduzco, supongo fueron tomadas en una especia de subconciencia fotográfica." (p. 97) "Me han resultado simpáticos esos cazadores de cabezas; parecen hombres estupendos: no mienten, no roban, sólo son aficionados a coleccionar cabezas. Pero, a fin de cuentas, nosotros tenemos también nuestras debilidades." (p. 98)

Pese a la gran distancia recorrida en motocicleta, su viaje más importante es el que lo lleva al Tibet, "hacia el trono de los dioses", un viaje en el que contrata sólo a dos porteadores. Hay que recordar que esto sucede antes de la II Guerra Mundial y en la época en que las exploraciones son grandes en cantidad de participantes. Tichy lo nota:

"A mi vuelta del Tibet me encontré con el conocido explorador holandés Dr. Visser, quien, hablando de su última expedición al Asia Central, me dijo que había llevado consigo un número imponente de porteadores. ¿Cuántos había utilizado yo? Al responderle: "Dos", pareció algo sorprendido, y luego dijo: "¿Cómo, sólo dos cientos?". No le cabía en la cabeza que no hubiese dispuesto más que de dos mozos. Y, seguramente, sigue considerándome como un redomado embustero." (p. 104)

¿Cómo ir hacia el Kailas si el sólo entrar al Tibet estaba prohibido? Rubio, con ojos azules y facciones marcadamente europeas, se disfraza de peregrino de la India con una historia difícil de creer y se adentra en el Tibet. De esta forma, haciéndose pasar por indio, no tiene privilegios sobre sus porteadores, sobre todo cuando encuentran más gente: "...aquí se aprende a callar y a pensar, pero se olvida el arte de decir palabras bellas." (p. 119)

En el camino al Kailas, se desvían hacia el Gurla Mandata, una montaña de más de siete mil metros que no ha sido escalada aún. La ascensión no es fácil, pues el equipo que llevan lo han conseguido en la India y ahí no es fácil hacerse del que necesitan. El Gurla Mandata, una montaña lejana, de gran altitud, le hace reflexionar:

"Según las experiencias obtenidas hasta hoy, cabe distinguir dos técnicas utilizables en las ascensiones al Himalaya. La de asedio se empleó con las cumbres Nanga Parbat, Kanch[enjunga] y Everest... Las ventajas de esta técnica son patentes; cabe siempre demorar por un tiempo la última ascensión, y el número relativamente grande de europeos permite, en el momento oportuno, enviar a los que se encuentran en mejores condiciones físicas. Pero sus inconvenientes son también manifiestos: es una técnica que implica dispendios enormes. Además, una expedición de este tipo se mueve con gran dificultad, y se ha dado repetidas veces el caso de que el monzón, al presentarse prematuramente, ha sepultado los largos preparativos bajo una espesa capa de nieve reciente.

"La segunda técnica es la que los ingleses llaman de rush, de «golpe de mano», podríamos decir nosotros. En este caso se aplican al Himalaya los procedimientos alpinos: con un mínimo de porteadores y equipo, se trata de «asaltar» a la montaña con la mayor rapidez posible... El más conocido representante de esta técnica es el doctor inglés Longstaff... Sin duda el futuro se declarará por esta técnica." (p. 128)

El estilo en que ascienden es también el de Tom Longstaff, en total aislamiento, sin ayuda del exterior. "Aquí estoy, empeñado en la realización de un ferviente anhelo. Quiero alcanzar un punto sin ningún valor geográfico, y para ello pongo en juego mi existencia. Pero no estoy solo en el Himalaya; al Este de aquí los ingleses intentan de nuevo asaltar la cima del mundo, y al Oeste, en el Karakorum, una expedición francesa está sitiando el "Hidden Peak". Se sacrifican fortunas y se exponen vidas por unos objetivos que no han de aportar a la humanidad ni una partícula de felicidad ni de saber. ¿Habría que condenar entonces estas empresas? No, rotundamente no; los que podemos lanzarnos a ellas, deberíamos dar gracias a Dios por esta voluntad que ha puesto en nosotros de luchar por cosas que, aun sin reportarnos ningún beneficio material ni a nosotros ni a los demás, con todo, nos traen felicidad." (p. 129)

Pero el mal tiempo les persigue:

"La tempestad ha amainado, la cresta aparece cubierta de una cornisa helada, hay niebla en el aire y, lentamente, caen los copos de nieve. Embalamos la tienda y nos miramos mutuamente un instante con expresión interrogativa; luego hacemos un gesto afirmativo con la cabeza: seguiremos. Volvemos a encordarnos y a ponernos los crampones. Arriba, en la arista, nos coge la tormenta. Necesito de seis a doce inspiraciones para adelantar un paso. Recuerdo estas cifras, porque iba murmurando al compás de la respiración jadeante: "¡De-des-su-bir-pe-rro!". Al decir perro, me designaba a mí mismo. Mas, a pesar de estas exhortaciones, la cosa no marcha... Una vez una violenta ráfaga coge de lleno su mochila [de Kitar, su compañero de cordada] y lo precipita por la escarpada pared del ventisquero. Yo he podido afianzarme y lo sostengo. Cuando vuelve a estar a mi lado, respira jadeante y con dificultad... Aquí está de pie en una cresta azotada por la tempestad, a miles de metros por encima de los valles de los vivos. Ha penetrado con un infiel en el mundo de los dioses." (p.136)

Después de eso, bajan de la montaña. La altura alcanzada fue mayor a los 7,300 metros. "Alguien vendrá otro día, que sabrá luchar mejor y con más éxito, y alcanzará la cumbre. Yo sólo puedo desearle que, después de la victoria, se sienta tan feliz y holgado como yo después de mi derrota." (p. 138)

Después de su intento al Gurla Mandata, su objetivo principal es la peregrinación al Kailas, el monte prohibido. Por su audacia al hacer fotos únicas, está a punto de ser sorprendido por un funcionario que se encuentra haciendo también la peregrinación pero pese a quitarse el turbante (tiene teñido el cabello), no es descubierto. El funcionario le explica: "Jamás ningún hombre podrá subir al Kailas, si no es uno que nunca haya cometido pecado alguno. Pero a éste no le será preciso escalar las verticales paredes heladas, sino que se transformará en ave y llegará volando a la cima". (p. 154-155)

Después de un año, Tichy se dirige en motocicleta a Europa. Pero Afganistán, Birmania, el Himalaya, el Tibet y los montes Gurla Mandata y Kailas regresan a un Herbert Tichy sumamente cambiado: "Había cenado la víspera en casa del embajador de Alemania, con él y su amable esposa, servidos por criados de negro, y con vino, whisky y aguardiente. Yo traté de llevar la conversación y de no dejar transparentar demasiado mis "maneras" asiáticas." (p. 182)

¿Qué le deja el viaje? Una profunda reflexión que vale la pena reproducir:

"La gente, en particular la que no viaja, tiene de los viajes una opinión totalmente dogmática. Y favorable en extremo." (p. 59)

"Se necesita más valor parea concurrir en Europa a una reunión de sociedad, de la cual se sabe ya de antemano que estará integrada por personas que nada tienen que decir y a las que uno no quiere decir nada, que para viajar por Afganistán o el Tibet." (p. 60)

"Por supuesto que existen los héroes del viaje: son los pusilánimes. Hay que admirarles. Leí un libro sobre el Afganistán, escrito por uno de esos caballeros. Varios lugares donde yo pernocté, fueron también utilizados por él hace algunos años, como refugios nocturnos. Es emocionante leer sus descripciones de las veladas: un silencio lúgubre lo envuelve, el terror le acecha por todas partes, un sonido de pasos que se arrastran, le hace temblar.

"También yo recuerdo aquellas veladas, con la quietud infinitamente apacible reinando a mi alrededor; y si es cierto que a veces los chacales se acercaban al campamento, también lo es que echaban a correr al más leve rumor. Entonces no podía yo por menos de pensar en aquel angustiado viajero. ¡Qué gesta la suya! No sólo la de haber conseguido asustarse, sino la de haber proseguido la marcha al día siguiente. Casi un héroe, a pesar, mejor dicho, a causa de su miedo." (p. 60-61).



 



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