Hermann Buhl. Del Tirol al Nanga Parbat. Ediciones Desnivel, Madrid, 2001. 382 páginas. ISBN: 84-95760-24-X
Estás entregado a la montaña, pero además tienes que estar a su nivel. La idea de perecer por incapacidad alguna vez en la montaña es insoportable. Tengo que aprender a hacer frente a toda situación. (p. 45)
...y ahora que han pasado ya unos días, esta ascensión a la cima me parece completamente irreal. Se me antoja algo soñado, que no se puede entender, tan inconcebible y, sin embargo, tan presente. (p. 371)
A él [Mummery] puedo mirarle a los ojos; puedo tenerme tieso mientras doy parte de que he ascendido el Nanga Parbat, no con ayuda de medios técnicos, sino por entero según el espíritu de Mummery, «by fair means», en juego limpio, con mis propias fuerzas. (p. 374)
Nanga Parbat, la montaña que había sido denominada “Montaña asesina”, fue finalmente escalada por Hermann Buhl en solitario, convirtiéndose así en una leyenda del montañismo mundial. Pero ¿quién es Hermann Buhl? ¿Cómo es que apareció? Buhl se describe a sí mismo: “Yo era de niño tan delicado, tan enclenque, que incluso empecé el colegio un año después de lo normal. Sin embargo, soñaba con la montaña.” (p. 11) “¿Qué yo no pintaba nada en la montaña? ¡Si yo sé que no podía vivir sin la montaña! Yo no imaginaba, soñaba, vivía; nada que no fuera la montaña. E hice un juramento secreto, mientras iba a trompicones en pos de los otros por la Canal Pedregosa, la Steinerne Rinne: «¡seré montañero, mal que les pese!».” (p. 23)
El libro es una autobiografía de Hermann Buhl desde el punto de vista del escalador y sólo se permite dos ocasiones para mostrarse a sí mismo como persona: durante su niñez y cuando se casa. El capítulo primero es bello por eso: aquí se ve a un niño como cualquier otro. El resto de los capítulos tienen importancia como currículum deportivo pero después de haber leído algunos, uno se percata de que son todos iguales: se habla de la dificultad de las paredes, de la superación de problemas, de largos de cuerda uno tras el otro. Lo único que cambia es el escenario y por ello llega a resultar algo aburrido, salvo para quienes tomen las descripciones de las escaladas como una guía.
Sin embargo, de vez en cuando aflora más que el esfuerzo físico:
“La generación de los mayores nos acusa a los jóvenes de que ya no tenemos respeto a la montaña. En la medida en que puedo hablar por mi propia experiencia, el respeto ha seguido siendo exactamente el mismo; sólo ha cambiado la actitud respecto al alpinismo, a la dificultad técnica. Creo que también el joven montañero de hoy, puesto al pie de una pared así, no experimenta otro sentimiento diferente del que otros, antes que él, ya experimentaron. Esa mezcla de ganas de trepar, entusiasmo, gozo anticipado, reverencia ante la naturaleza y —¡vamos a confesarlo!— una buena porción de miedo. Claro que uno conoce la montaña y sus peligros: ¿cómo sería posible no sentir respeto? En cada nueva ascensión se desafía a la naturaleza, que puede ser una amiga benévola, pero también una enemiga implacable, así se explica la exaltación que nos embarga cuando, tras el combate con la naturaleza hostil, coronamos la cima radiantes, triunfales, aunque exhaustos, la montaña gigante a nuestros pies. Ahora unidos en amistad con la naturaleza y todo lo bello de este mundo, pero sabiendo bien que no hemos domeñado la grandiosidad de la montaña, sino tan sólo a nosotros mismos. Cuán minúsculo e insignificante resulta el hombre en el conjunto del universo lo sabemos tal vez mejor que nadie los alpinistas, precisamente los «extremos».” (p. 33-34)
Es un muchacho de entre guerras en busca de retos cada vez más difíciles: “Por bien que haya ido, cuando uno deja hecha una vía difícil, cuando vuelve a casa con el triunfo la noche del domingo, ya gira el pensamiento en torno a la meta siguiente, que tal vez suponga un problema mayor.” (p. 42) Y estos nuevos retos lo aproximan al límite entre difícil y peligroso, más marcado aún entonces. Y después de lograr las dificultades más serias, comienza la imaginación a crear nuevas:
“Una idea fue cobrando forma paulatinamente. Me tentaba realizar alguna vez una actividad invernal en que se notase de verdad que era invierno. En que a uno se le congelase en la frente el sudor y le saliese escarcha en la barba. Pelear alguna vez en serio con nieve y hielo, y no hacer turismo en roca seca de altura, al aire de mayo y al sol de comienzos de primavera.” (p. 129-130) “Como práctica de endurecimiento, siempre que yo andaba al aire libre llevaba constantemente una bola de nieve en cada puño, así se me pusieran ya verdes y azules de frío los dedos.” (p. 133) Y aunque la experiencia es muy dura, Hermann Buhl obtiene el aprendizaje correcto: “Es bueno allegar pronto experiencias por el estilo, con tal de que salve uno el pellejo en ellas. No se puede aprender demasiado pronto a conocer y respetar las leyes de la montaña.” (p. 139)
Alpinista sobresaliente reconocido por los mejores, tiene una inquietud más alta: “¿Por qué, me pregunto, no me invitan alguna vez también a mí a una expedición así? ¡Si yo consiguiera saber qué hace falta para que se me considere digno del Himalaya! Pero a última hora, es privilegio del director de la expedición determinar con qué criterios elige a su gente.” (p. 308)
Es en 1953 cuando el Dr. Karl Herrligkoffer organiza una expedición al Nanga Parbat, cuando es invitado y entonces “Ya no me pregunto quién es este Dr. Herrligkoffer ni cuáles son sus cualificaciones. Para mí es, sencillamente, el hombre que por fin me da la ocasión de ir al Himalaya, y la oportunidad, quizá, de ponerme allí a prueba.” (p. 309)
La expedición al Nanga Parbat, de la que Herrligkoffer nos da su versión en Victoria en el Nanga Parbat, tiene otro tinte en el relato el Buhl, pues menciona muchas irregularidades de la expedición, pero principalmente la falta de carácter del líder en montaña, que no se decide a hacer un ataque a la cima justo cuando el tiempo es bueno y ordena retirada.
“¿A qué ton nos silban para que volvamos? ¡Si en realidad no hay motivo fundado alguno! Hans formula varios deseos, nos los rechazan. Se nos rehúsa categóricamente todo ulterior apoyo. Esto en conjunto nos lleva a la oposición, y esta oposición fortalece nuestra unidad. Aún me da tiempo de escribir una apresurada carta a casa, es del 30 de junio. «Ya llevamos semanas aquí arriba. ¿Habrá de ser todo en vano? Mañana pretendemos salir para el campamento IV, luego establecer el campamento V, poco debajo del Silbersattel, y desde allí pretendemos salir luego. Esperemos que esto cuaje, ¡por mí no quedará! Y una cosa te digo, cuando alcancemos la cumbre, será sólo ‘culpa’ nuestra...»” (p. 342)
Con Hermann Buhl están Walter Frauenberger y Hans Ertl:
“En la cumbre del Fleischbank trabo conocimiento con un montañero de extraordinaria simpatía, que ya superó su etapa de «tempestad y empuje»: Walter Frauenberger. Oído, tengo ya mucho sobre él; para eso estuvo ya con Schwarzgruber en el Himalaya, y también en el Cáucaso. No puedo saber que años después acabaremos, allá en los perdidos hielos del Nanga Parbat, siendo compañeros.” (p. 174)
“Hans Ertl, el «vagabundo de la montaña». El Dr. Herrligkoffer ha hecho venir ex profeso a casa, desde Bolivia, al gran montañero y fotógrafo.” (p. 318)
Todos ellos, junto con Otto Kempter [que enel libro de Herrligkoffer se cita como Kempfer], instalan el campamento V.
“Hans y Walter renuncian magnánimamente a un intento de alcanzar la cumbre, nos dan oportunidad a los jóvenes para esta ocasión, y tras una despedida cordial con su bendición y deseos de éxito descienden al campamento IV. Para nosotros es tranquilizador saber que toman sobre sí cuidarnos las espaldas dos compañeros en quienes podemos confiar por completo y sin reservas. Porque tras nosotros cuatro hay un vacío de casi tres mil metros de desnivel. La comunicación con la base está cortada, y los campamentos intermedios, vacíos...” (p. 347)
El relato del ascenso en solitario a la cumbre del Nanga Parbat es impresionante por los detalles y se encuentra en él a un Hermann Buhl que ya había hecho su aparición muchas veces en diferentes escaladas de alta dificultad.
“Un retroceso, una renuncia sólo por flojedad, eso en mí jamás se ha dado. Pero aquí es otra cosa. Aquí es un constreñimiento incomprensible, irredimible, lo que impulsa al exhausto cuerpo a seguir.” (p. 355)
“Con indecible esfuerzo me arrastro a lo largo de una cresta horizontal. Lo sé, aquí no impera ya más que el espíritu; el espíritu, que no piensa en otra cosa que en subir. El cuerpo hace ya mucho que no puede más. Como en una especie de autohipnosis, me muevo hacia delante... Y luego piso el punto más alto de esta montaña, la cumbre del Nanga Parbat, a 8,125 metros de altura [3 de julio de 1953].
“Por ninguna parte se puede seguir subiendo: un escaso rellano de nieve, dos gibas, y en todas las direcciones el terreno no hace más que bajar. Son las siete de la tarde. ¡Aquí estoy ahora, primer humano, desde que el mundo existe, que pisa este punto, meta de mis deseos! Sin embargo, no siento en mí ninguna embriaguez de dicha, ningún gozo jubiloso ni la exaltación del triunfo. No estoy consciente, en absoluto, de lo que significa este momento. ¡Estoy completamente acabado! Muerto de cansancio, me dejo caer en la nieve, clavo, de modo automático, como si ya lo hubiera ensayado, el piolé en la nieve apelmazada por los temporales. Llevo ahora diecisiete horas continuas en camino, cada paso fue un combate, un indescriptible esfuerzo de voluntad. Sólo me alegro de no subir más, de no tener que pensar en el resto de la ascensión, de no tener ya que mirar a lo alto preguntándome si se podrá continuar.” (p. 356-357)
Ahí, en la cumbre abandona su piolet, que sería encontrado en 1999 por una expedición japonesa:
“Como prueba de la primera ascensión —ya que nadie pudo observarme— y a la par como símbolo, abandono mi piolé con la enseña de Pakistán, la media luna blanca con estrella sobre fondo verde. Además, añado a las piedras más altas algunos pedruscos más, formando un pequeño hito, aunque pronto tengo que dejar esta labor, es demasiado fatigosa; cale como está. ¡Queda una construcción hecha por la mano del hombre!” (p. 358)
En el descenso tiene que pasar la noche a la intemperie sin equipo especial y de pie, pues no encuentra otro sitio. Además durante la bajada ha perdido una correa de uno de sus crampones, por lo que su estabilidad es precaria, pero “...a las siete de la tarde, cuarenta y una horas después de haber dejado este lugar, estoy cerca de la tienda.” (p. 366)
Con los dedos de los pies congelados, todavía tiene que enfrentarse al frío recibimiento de sus compañeros de expedición en el campamento base:
“¿Es que no van a hacernos de algún modo un recibimiento especial? Nos alegramos de poder llevarnos a nuestra tierra el triunfo, nuestro férreo aguante no fue, pues, vano. Ahora estamos aquí, a unos pasos de las tiendas. “La recepción es fría con ganas. Únicamente los porteadores muestran de modo abierto júbilo por la victoria, ahora pueden volver orgullosos a sus mujeres.” (p. 370)
Aschenbrenner se ha retirado de la montaña y la mayoría de los alimentos y medicamentos se han ido, pues se prefiere mantenerlos para una expedición siguiente.
“Hans y Walter toman a su cargo mi cuidado y se ocupan conmovedoramente de mí. Ahora ya non puedo andar, en absoluto. Tengo en el pie una herida abierta, los dedos congelados están negros ya. Me pongo a escribir a máquina las impresiones de mi ascensión a la cima, que nuestro director de expedición reclama impaciente.” (p. 371)
Pese a todo, Hermann Buhl no se amarga y obtiene, como muchas veces anteriores, la lección correcta: “...y ahora que han pasado ya unos días, esta ascensión a la cima me parece completamente irreal. Se me antoja algo soñado, que no se puede entender, tan inconcebible y, sin embargo, tan presente.” (p. 371)
“Una gran montaña, un ochomil, no se deja conquistar sino con máximos riesgos personales. Los dirigentes de la expedición de 1953 no quisieron responsabilizarse de ellos. Estaban en su derecho, desde su perspectiva, condicionada por la sensatez que sopesa y por un parte meteorológico que resultó errado. El grupo puntero aceptó el riesgo. Y estaba en su derecho, ya que podía juzgar correctamente las condiciones meteorológicas y generales. No fuimos unos locos. También nuestra voluntad estuvo guiada por la razón.” (p. 375-376)
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