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Montañismo y Exploración
Un sendero entre las nubes
15 julio 2000

Durante un viaje, un hombre descubre que la cordillera de los Pirineos y la de los Alpes podrían unirse en un solo recorrido hasta cruzar toda Europa y llegar al Mar Rojo. Un sendero entre las nubes es la pequeña reseña de un viaje largo por la historia de las sociedades con las que convive, incluyendo el tiempo presente.







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Nicholas Crane. Un sendero entre las nubes: a pie de Finisterre a Estambul. Ediciones B (Biblioteca Grandes Viajeros), Barcelona. 1999. 430 páginas. ISBN: 84-406-8912-8

 

No esperes que todo sea apasionante.


Finisterre. El fin de la tierra en España, ahí donde termina Europa. Hacia el este, una línea imaginaria que no había sido seguida antes: recorrer a pie por todas las cordilleras de Europa hasta Estambul, un recorrido que le llevaría al autor 506 días: la Cantábrica, los Pirineos, las Cevenas, los Alpesl los Cárpatos y los Balcanes, en un solo viaje y solo. ¿Qué es lo que un viaje de esta magnitud puede ofrecer a una persona que no es profesional ni es un alpinista de gran nivel?

"—No me pregunte por qué lo hago. Es una aventura; sentir las vibraciones de las piedras bajo los pies, demostrar que puedo lograrlo..." (p. 31) Y, por supuesto, "Ese era el inicio del viaje interior; el experimento de la soledad." (p. 32)

El inicio se presenta como lo novedoso y se encuentra con algo poco visto: la hospitalidad, a veces ruda, de la gente con la que se topa. Como todo inicio, se hace lleno de energía, de ojos abiertos a lo que no tiene que perderse. Así atraviesa la cordillera Cantábrica y entra a los Pirineos, donde

"Empezaba a comprender el pavor o, mejor dicho, empezaba a comprender que era imposible no tenerlo. El peligro constante concentraba la mente en las aspectos prácticos de mantenerse con vida, de no cometer un error. Era una cuestión de las normas establecidas y de la intuición. El miedo real se representaba cuando las garras del destino te arrebataban el control." (p. 50)

Poco a poco, esa novedad deja de ser sentida en la lectura, que se vuelve en ocasiones monótona. Un alto que hace despertar es el ascenso invernal al Mont Blanc, donde asciende junto con algunos amigos eventuales para regresar al valle exclamando: "¡Lo he conseguido! ¡Lo he conseguido! ¡Lo he conseguido!" (p. 205)

Pero hay más todavía: "En la montaña, la vida era muy sencilla; lo prioritario era seguir con vida. Ésa fue la lógica que aprendí de les gens de là-haut, los habitantes de las alturas." (p. 188) "En casa solía almorzar en la cocina mientras leía el periódico y escuchaba la radio; en los Alpes descubrí que un café o un diario tenían que saborearse por separado para evitar una fusión sensorial. Averigüé que tenía aptitudes para esa actividad de ocio tan subestimada: la reflexión." (p. 210)

Uno tiende a dejar la lectura aparte cuando se topa con días y semanas en que se camina en medio de nevadas y cuando se descubre que el caminante "Ya no me sentaba a la mesa de desconocidos. Las culturas alpinas, más frías y autoprotectoras, desconfiaban de un extranjero que viajaba en invierno a pie con el equipaje a cuestas. Yo también me aislé; los rigores de la estación me obligaron a abstraerme. Empujaba una rueda dividida en los cuatro cuadrantes de la supervivencia (orientación, cobijo, alimento y calor) y formada no sólo de espacio sino también de tiempo. Así pues, mientras giraba sin cesar, tenía que prever y planear el siguiente cuadrante. Mi ruta aún se componía de disgresiones y caprichosos desvíos, pero ya me sentía indiferente a su objetivo. Disponía de muy poco tiempo, y los días eran demasiado fríos para investigar. Me limitaba a mirar, lo que aumentaba la indiferencia, como si me mantuviera al margen, como si no fuese realmente yo quien estaba ahí." (p. 219)

Y sin embargo, justo en ese momento, ocurre algo que lo hace cambiar: "...había aprendido a sacar al máximo el provecho del aquí y ahora. Los coches (al igual que los televisores, los aviones y demás artilugios) permitían sortear cualquier inconveniente; sin esa opción tenía que apañármelas por mis propios medios. Ahora todo funcionaba porque no me quedaba otro remedio. Lo único que el automovilista podía brindarme era un asiento incómodo y aire reciclado rumbo a algún lugar del que no sabía nada. En la nieve, en cambio, me sentía en cierto modo a gusto, conocía mi destino y tenía la certeza de que, cuando me detuviera al anochecer, experimentaría un alivio inimaginable. Había algo más; mi independencia y confianza sólo existirían mientras me mantuviera solo. No había nada por lo que valiera la pena sacrificarlas." (p. 233)

Al mismo tiempo descubre algo más: "Agotado tras un invierno interminable y a la espera de las tierras extrañas al este del antiguo Telón de Acero, me sentí atrapado entre dos horizontes; más allá del fin del principio, pero increíblemente lejos del principio del fin." (p. 246) "Al alcanzar a pie el extremo de mi propio imperio occidental europeo, presentía la admiración y el temor que esta zona fronteriza debía de despertare en la civilización romana." (p. 247)

Es quizá debido a este abandono de la Europa que le da la seguridad de sentirse en su "propio imperio" lo que hace que el libro se vuelque a los descubrimientos de la otra Europa y así se involucra en cientos de situaciones pero donde predomina siempre la sorpresa. Hay un momento en que el autor y sus padres se encuentran, lo que le hace escribir: "Su presencia motivó que el viaje perdiera su carácter insólito para convertirse en una excursión familiar..." (p. 282)

¿Cómo pasar culturas y naciones, países y razas? "...comprendía que la única forma de entender el mapa cultural consistía en hacer caso omiso de las fronteras políticas y remontarse a la división más antigua de todas: las poblaciones de las llanuras, las montañas y la costa, aparte, por supuesto, de los nómadas." (p. 352), nómadas de los cuales él se siente parte aunque sea como modo de vida, no como identidad étnica: "No se obtiene ningún placer al caminar por el terreno allanado por una apisonadora. Los giros y las depresiones que adoptan las veredas para encontrar la línea de menor resistencia ase decantan por las riberas. Es imposible transitarlas sin sentir las fuerzas del agua y el hielo, la falla o el fuego. Sólo los romanos y las apisonadoras consiguen que una senda resulte aburrida." (p. 389)

Más que 506 días de caminata que fuera planeada a bordo de un ferrocarril, Un sendero entre las nubes es la pequeña reseña de un viaje largo por la historia de las sociedades con las que convive, incluyendo el tiempo presente. Inmerso en ese sueño de tanto tiempo, "cobré conciencia de que no volvería a ver a los amigos que había hecho, las personas que me habían ayudado en el camino..." (p. 421) Y así termina su viaje en Estambul, el "cuerno de oro" y se cuestiona: "El día había sido largo, y estaba tan cansado que me limité a alejarme unos metros de la carretera antes de dejarme caer al abrigo de un roble para contemplar por última vez las estrellas. Habían sido buenas compañeras, siempre tranquilizadoras, dignas de confianza. Pronto las perdería. No lamentaba regresar a la «civilización», pero ignoraba cómo conseguiría vivir sin la naturaleza. La libertad casi absoluta, que sólo existía en los ligares elevados, brindaba una calidad de vida que jamás me brindaría una ciudad." (p. 427)



 



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