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Montañismo y Exploración
Espíritu libre. Vida de un escalador

Autobiografía de Reinhold Messner a través de sus expediciones en las montañas del Himalaya que deja claro el por qué postula una idea y por qué la defiende cn tanto ardor. Sin embargo, no es una autobiografía lo que pretende, sino el planteamiento de sus ideas y eso sólo se logra por medio de sus propias experiencias.







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Reinhold Messner. Espíritu Libre. Vida de un escalador. Ediciones Desnivel, Barcelona, 1992. 240 páginas. ISBN:84-87746-20-9


. . "El hombre no tiene profesión alguna por naturaleza. Tal vez, acaso, vocación. Si un hombre ha vivido un tiempo en que ninguna hora es igual a otra, en que al volver la vista atrás las horas vuelan pero son eternamente largas por ser únicas, este hombre buscará ese tiempo, lo necesitará de nuevo." (p. 29)

Así escribe Reinhold Messner en un libro que abarca sus principales ascensiones y que, más que escaparate de presunciones, nos deja entrever la filosofía que lo llevó a ser el primer ser humano que pisara la cumbre de las catorce montañas que sobrepasan los ocho mil metros, dos de ellas por dos ocasiones (Everest y Nanga Parbat). Considerado por la mayoría como el prototipo del "hombre aventura", él la define con pocas palabras: "...la aventura no está en lejanos países ni en cumbres elevadas, sino más bien en la propia disposición para cambiar la intimidad del hogar por un cobijo desconocido." (p. 27)

Y con esa mentalidad se interna en las escaladas que narra con mayor profusión en el Séptimo Grado, cuando "No queríamos demostrar nada, sólo queríamos lograrlo y resistir, queríamos ser justos con nuestras propias exigencias. Nuestra tentativa no era contra nada ni nadie. Quizás sólo queríamos entrar en un juego que se llamaba «aventura». En esta escalada no se trataba de demostrar quien era el más fuerte. La alternativa no era victoria o derrota, sino la conquista del propio ser." (p. 44)

Desde el principio, define su actividad de escalar montañas como algo que debe ser tomado con una precaución máxima: "No éramos jugadores que apostaran su vida, apostábamos nuestras capacidades. Tampoco éramos unos idealistas que nos sacrificábamos por un concepto superior. Eramos dos hombres jóvenes, llenos de alegría por la vida, y nos habíamos zambullido en lo desconocido para conocer otras dimensiones de la existencia al margen de los estudios y el trabajo. No, no era el placer por el peligro el que nos estimulaba. Conocíamos los peligros y tratábamos de reducirlos al mínimo. Sin embargo, al pasar por el límite de lo posible, siempre era la vida lo que contaba." (p. 46-47)

Contado como uno de los escaladores que usara la velocidad como uno de los medios con los que lograra sus ascensiones, también delimita este parámetro: "La rapidez sólo cuenta cuando la seguridad de los escaladores depende de ella, cuando hay peligros objetivos que requieren avanzar contra reloj. Según la antigua escuela de alpinismo, los peligros objetivos son las caídas de piedras, aludes, cambios atmosféricos bruscos... en contraposición a los peligros subjetivos, que podrían atribuirse sobre todo al exceso de confianza. Pero los peligros que dependen de las leyes de la naturaleza no eran para mí peligros objetivos. Es obligación del alpinista detectar estos peligros y planificar las cosas de acuerdo con ellos. Estos peligros fortuitos se pueden evitar o bien tomar en cuenta. Aquí no valen la rapidez ni la seguridad: sólo paciencia para elegir el momento adecuado para escalar. O simplemente, quedarse en casa." (p. 78)

Por supuesto, ser un alpinista que está en primera línea, encontraba, como Walter Bonatti en su tiempo, una resistencia: "Cuanto más éxito tenía como alpinista, más expediciones podía costearme, pero también crecían la envidia y la rivalidad entre los «compañeros de montaña». Quien escala con entusiasmo y sueña con el Himalaya no puede menos de entristecerse o encolerizarse al ver que otro viaja una docena de veces allí donde él mismo quisiera ir tan sólo una vez en su vida." (p. 154) "Había hecho amigos, me había sentido decepcionado por otras personas, y esto sólo porque en un principio yo no admitía que, también entre los escaladores, existen personas honestas y deshonestas, complacientes, bien dispuestas, envidiosas y alegres. No somos mejores que otros ejemplares de la raza humana, y tal vez la única diferencia es que en situaciones de vida o muerte emergen con más agudeza nuestras cualidades personales que las del hombre de la calle." (p. 277)

Pese a estar en la línea delantera por años y lograr éxitos notables, Messner encuentra algo inesperado: "En los últimos años he sentido que ya no era importante ser el mejor escalador o tener varios récords. Para mí cuenta más recoger experiencias. Había destruido mitos y ahora ellos se vengaban. No podía escalar más alto que el Everest y tampoco más solo que en solitario. Así que busqué un nuevo terreno de juego." (p. 233)

De esta forma, la filosofía de un escalador aparece tras las ascensiones a los ocho miles, en las paredes donde se establecía por vez primera el séptimo grado o en las montañas más altas de los siete continentes porque "Aventurero no es ninguna profesión, sino más bien una condición. Uno no puede ganarse la vida con ello." (p. 128) Y eso pese a que con ello, Messner se ganó la vida.





 



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