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Montañismo y Exploración
Testimonio de vida en los Andes

Testimonio de vida en los Andes es un relato de una expedición a los Andes ecuatorianos escrito por Jaime Arteaga. Es el relato es el de una expedición más a los Andes, pero con una consecuencia importante: Jaime tiene que …







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Testimonio de vida en los Andes es un relato de una expedición a los Andes ecuatorianos escrito por Jaime Arteaga. Es el relato es el de una expedición más a los Andes, pero con una consecuencia importante: Jaime tiene que ser operado y pierde una pierna. Las razones las explica él mismo en su relato, que fue dado a conocer por Internet hace varios meses.

En el relato se aprecian más cosas de las que el mismo Jaime menciona y el propósito de este artículo es señalar los errores que se cometieron en esa expedición y que probablemente llevaron a ese desenlace. Quisimos pedir el permiso del propio Jaime para hacer el análisis y publicarlo, permiso que nos otorgó.


La expedición

Un grupo de amigos decide ir a los Andes asumiendo que serán sus últimas ascensiones en alta montaña. Saben que deben prepararse y se entrenan. En febrero de 2010, van al Iztaccíhuatl. “El volcán se veía majestuoso, impenetrable, aún para los más osados, la nieve lo cubría todo, incluso el manto plateado se extendía 10 kilómetros a la redonda… en esta ocasión con la mayoría del equipo, todos jóvenes, ascendieron un poco la montaña, pero, para no exponer al grupo, decidió retornar al campamento, pues el estado y el espesor de la nieve, hacían peligroso el ascenso.”

En octubre de 2010 partieron rumbo a Ecuador con la mira de subir el Chimborazo (6,310 metros), el Cotopaxi (5,897) y el Cayambe (5,790). Su primera montaña sería el Chimborazo y pasaron dos noches en el refugio Whymper. Según el guía, el plan era solo estar una noche pero aquí empecé a notar un comportamiento un poco raro en Jaime, que ya había notado anteriormente en otras cumbres al estar a más de 4000 msnm en los entrenamientos, cosa que yo atribuía a que se estaba aclimatando, por eso propuse quedarnos dos noches en vez de una, porque pensé que necesitaba más tiempo para aclimatarse”.

“El plan trazado al inicio, era subir y acampar a los 5500 msnm y el siguiente objetivo era llegar a la cumbre ubicada a 6310 msnm, ahí hacer el último campamento y regresar”, comenta Jaime. A su primer campamento llegaron a las 16:00 horas del día que abandonaron el refugio. Durmieron en tiendas separadas: Jaime en una y sus dos compañeros en la otra.

“…sin embargo yo no sentía la alegría como en otras montañas, estaba como si algo me faltara, como cuando vamos a un lugar sin el permiso de la familia. Me sentía taciturno y melancólico, pensaba que era debido a la altura, aunque ya había estado a ese nivel, sabía que la disminución de oxígeno actúa de diferentes formas por lo que no le preste atención, aun cuando tropecé en dos ocasiones en el campamento y estuve a punto de perder el equilibrio.”, escribe Jaime de esa primera noche.

Al día siguiente, Jaime continuaba perdiendo el equilibrio, pero continuaron. Dejaron instalado el campamento y continuaron con una mochila ligera para “llegar a la cumbre, tomar fotos y regresar a dormir al mismo lugar”. A los 5,700 metros

“...saqué mi cámara de la chamarra para tomar una foto y al pararme se me dobló el pie derecho, solté la cámara que se fue por la pendiente de la arista hasta el vacío; en ese momento llegaba Ricardo, se hincó para empezar a sentarse cuando vio que yo no estaba sentado, si no parado y peligrosamente inclinado viendo hacia la parte izquierda del glaciar, por lo que me dijo:
“—Jaime, ¿qué haces?, ¡siéntate!— a lo que le respondí:
“—Se me cayó la cámara, estoy viendo donde se detiene para intentar recuperarla—
“Él volteo nuevamente y me dijo:
“—No, siéntate Jaime, de todos modos no podemos bajar allá por ella”

A una pregunta de cómo se sentía, “le contesté que continuáramos pues no sentía nada que me frenara y tendría más cuidado en la travesía pero Ricardo respondió que él se sentía bien de condición pero que si sentía cansancio y sugirió regresar”.

Ricardo se había dado cuenta de las cosas y por eso había propuesto abandonar la cumbre y regresar: “Jaime se andaba tropezando con los vientos de su casa de campaña, y que se había cortado la mano sin darle demasiada importancia al hecho”. Y también propuso otra cosa: regresar todos juntos. Jaime aceptó el retorno.

Serían como las 10:00 hrs, cuando dimos vuelta, me cargué la mochila y al intentar caminar el pie derecho no me soportaba, por lo que tuve que caminar arrastrándolo, no tenía apoyo en él, lo que me dificultaba caminar, algo me estaba pasando y no sabía que sucedía.”

Regresaron al campamento y lo desmontaron y para descender buscaron una ruta menos “accidentada” que la de su ascenso el día anterior. Su búsqueda fue ardua y de repente Jaime perdió la noción de su pierna:

“…caminé hacia él pero al desplazarme arrastrando el pie derecho, ya no lo sentí, por lo que caí de lado, que intenté clavar el piolet, pero como iba dirigido sin control, este rebotó; estaba en una pequeña canaleta, giré, abrí piernas y manos para detenerme de las paredes, al mismo tiempo que Riqui se arrojó y me sujeto de la mochila; así detenido de las paredes con manos y crampones, no resbalé nada. Me levanté, quise caminar y ya no tenía apoyo alguno en el pie derecho, no lo sentía en absoluto. Me empezó a doler a la altura de la rodilla, me di cuenta que algo estaba muy mal y debía enfrentarlo.” Sin embargo, a una pregunta de sus compañeros, contestó solamente que le dolía el pie.

A las cinco de la tarde volvió a perder el control de su pierna y cayó. ¿Qué le pasaba? Su respuesta fue que “en la caída anterior había sufrido un esguince, pero podía continuar. No les quise decir que el pie no me respondía, que estaba muy mal y me costaba un gran esfuerzo seguir, pero tenía que continuar.”

Acamparon en una plataforma después de que una gran laja hubiera pasado rozando cerca de ellos. Una vez dentro de su bolsa de dormir, Jaime “aflojé las agujetas de la bota plástica, así como el calcetín de hule espuma interior y descubrí un poco el pie derecho, al revisarlo note que estaba frio de la rodilla hacia abajo, blanco, totalmente insensible, concluí que ¡Mi pie estaba muerto!, ¿Por qué? ¡No lo sabía!”

Comenzó una etapa muy difícil para Jaime: “Si amanezco vivo, ¿hasta dónde llegaré así?, ¿llegaré al refugio?, y mis compañeros, ¿los voy a retrasar y a exponer?… ¡No!, No tengo derecho, ellos están bien y tienen a su familia que los esperan, posiblemente mañana los convenza de que se adelanten y yo continuar solo y como pueda desplazarme”.

A las siete de la mañana continuaron el descenso. Jaime recibió la ayuda de sus amigos durante el descenso, pero el caso es que sus movimientos estaban cada vez más restringidos, sin poder usar una pierna y con una mochila de aproximadamente 15 kilos a la espalda, lo que indica que ellos aún pensaban que se trataba de un esguince severo.

“…me desplazaba interrumpiendo el paso para insistirle a los Ricardos que me dejaran, que continuaran ellos pero la respuesta siempre fue ¡No!, yo habría hecho lo mismo.” Finalmente llegaron al refugio, en medio de una nevada. Era el 23 de octubre y al día siguiente ingresaba al hospital. Hasta ese momento, sus compañeros fueron notificados que no se trataba de un esguince sino de algo que ponía en peligro la vida de Jaime.

El día 28, Jaime perdía el pie derecho porque la sangre se había coagulado días atrás: una trombosis arterial había detenido el flujo sanguíneo hacia el pie. El otro pie también sufrió de trombosis pero el tratamiento lo salvó.

Testimonio de vida en los Andes es un relato bastante largo. Si quieres leerlo en su totalidad, puedes checar el archivo PDF o asomarte a Facebook.

 

Diez puntos importantes del relato

El relato comienza hablando de una preparación. De los tres miembros del grupo, dos tenían 61 y 67 años de edad. Jaime tenía 61 y los otros dos eran padre e hijo. Los que salta a al vista es:

1. La primera salida de preparación para ir a los Andes, a una montaña de más de seis mil metros, sólo subieron un poco “para no exponer al grupo”.

2. En el refugio Whymper, el guía se da cuenta que Jaime no está del todo bien, pese al plan de entrenamiento que llevaron durante meses.

3. Durante el primer día de ascensión, a los 5,500 metros, Jaime ya no se sentía bien.

4. A los 5,700, comienza a perder el control de su pie. Sus amigos lo notan, pero él lo atribuye al cansancio y decide continuar. Ricardo (67 años) decide abandonar la montaña.

5. Cuando comenzaron a bajar, el pie ya no le respondía y lo tuvo que arrastrar, apoyándose de alguna manera en él, pese a todo.

6. Más adelante volvió a tropezar y entonces Jaime respondió que le dolía el pie.

7. A las cinco de la tarde, vuelve a caer y para no preocupar a sus compañeros, decide decirles que en la caída anterior tuvo un esguince.

8. Por la noche, Jaime se dio cuenta que su pie estaba muerto.

9. Su pensamiento se desplaza hacia el “que se salven ellos, y yo que me quede atrás”.

10. Todo el tiempo siguió cargando la mochila con el mismo peso. Posiblemente le quitaron algunas cosas, pero su mochila estaba muy pesada para su condición.

 

Análisis

En esencia encontramos dos tipos de errores: el primero recae en sus compañeros. Hasta donde es posible leer en el relato, sus compañeros hicieron todo lo posible por ayudarle y salvarlo, pero sin saber que le estaban salvando la vida, pues sólo sabían que tenía un esguince y le costaba trabajo caminar. Sin embargo, en montañistas que han ido ya al Aconcagua, detalles de ese tipo debieran verse con más claridad. Lo cierto es que cualquier “culpa” que pudieran haber tenido, se opaca porque Jaime les ocultó la información necesaria.

El principal error es el de la víctima: no proporciona información necesaria. Se sentía mal, no tenía control de su pie y aún así ¿sólo decía que le dolía? ¿Un esguince cuando no lo siente y pierde el control? ¿Un cansancio cuando sabe que está muerto su pie?

¿Qué hubiera pasado si hubiera dicho desde el principio que tenía problemas? Quizá hubieran bajado, le hubieran quitado peso y lo hubieran metido de inmediato a un hospital. Posiblemente hubiera salvado el pie. Posiblemente… eso es ya especulación. Pero también es posible que no hubiera habido cambios.

Lo que sí me llama la atención es que en su perspectiva, era más importante no estropear su último viaje de alta montaña a su salud o, peor aún, a sus compañeros. Mucho se habla del compañerismo de la montaña, pero Jaime no vio que estaba perjudicando no sólo a su pierna sino que ponía en peligro la vida de sus compañeros.



 



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