Desde niño le apasionó viajar. Y lo hizo. Cambiaba de continentes y de trabajos continuamente. Aprendió a remar, a pedalear, a correr, a acampar… hasta que llegó a África y vio el extenso mar de arena extendiéndose hasta donde la tierra toca el sol, al amanecer o al atardecer. Arena por todos lados. Un mundo sin límites donde el sol seca toda agua y restringe la vida.
Cambió su vida, esa vida que había transcurrido en montañas, bosques, veleros y en todo sitio imaginable. Había sentido el poder del desierto y decidió que su siguiente paso era cruzar el Sahara. Así de sencillo. Cruzarlo. De oriente a poniente. Unos siete mil kilómetros de arena.
Los habitantes de ese desierto, el más grande del mundo, ni piensan en hacerlo y si lo han hecho alguna vez es con caravanas y debido a razones tan fuertes como el comercio o la guerra. Pero nadie lo cruza porque sí, al menos no en su totalidad. Christian Bodegren lo haría. Originario de Suecia, donde todo es verdor o blancura, depende de la estación en la que se esté, decidió abandonar ese mundo de vida para adentrarse en el corazón del Sahara, auténtico reino del sol.
Lo curioso es que la idea le vino mientras navegaba en un velero en el Mediterráneo. Para Christian estaba claro que “algunas veces hay un camino muy largo entre la idea y la realidad”. Sabía que había de poner los pies en la tierra. Es decir: obtener dinero. Y trabajó. Porque para él no eran opciones pedir prestado el dinero ni tampoco obtener un patrocinador. La aventura sería de él nada más. Sin coerciones. Una aventura. Así, sencilla.
“Me maravillaba pensar cuanto trabajo debía hacer para cruzar el Sahara”.
Pero eso mismo le daba mucha libertad. No tenía tiempo para hacerlo y de repente se dio cuenta que los días pasaban muy rápido antes de salir de Suecia. “Probablemente estaré un largo tiempo en Egipto antes de ir al Mar Rojo”. Primer paso: conseguir buenos camellos, que consiguió tras una negociación de varios litros de té: tres hembras de unos siete años de edad.
Era el 21 de octubre del 2009. Tiempo de comenzar el largo recorrido.
Los nombres de los miembros de expedición del pasado han sido inscritos en el antiguo templo romano construido de arenisca llamado Deir Al-Haggar. Casi cada explorador del siglo XIX que pasó a través del oasis de Dakhla tiene su nombre escrito ahí. No lejos de este templo me preparé para mi expedición. La diferencia hoy es la tecnología moderna que usamos. Estoy sólo a una llamada telefónica si algo sale mal. Pero el desierto, el sol y los camellos son los mismos de siempre.
Tras haber cruzado el desierto hasta el Nilo, descubriría que una de sus “damas” era demasiado débil para llevar las cargas que esperaba en una travesía así. “Un peso peso práctico para viajes en el desierto es entre 150 y 200 kg por camello, pero un camello fuerte puede llevar hasta 300 kg durante 50 kilómetros en un periodo de un mes.” Compró a Antar a una familia beduina. Podía cargar lo que dos de sus camellos, pero que dejó un profundo agujero en su presupuesto.
“Siete días y unos calzoncillos sucios después”, llegaban al oasis Bahariya. Esta vez, su guía era Hassan “el mejor guía que haya tenido hasta ahora. Tiene un gran entendimiento de los camellos y de la vida en el desierto”. Pero Christian llegaba con el recuerdo de una serpiente que lo atacó mientras colectaba leña. “Pude haber terminado mis días justo ahí, en el desierto, sólo por una taza de té.”
Después de ese viaje de una semana en el desierto, vino uno “un poco” más largo: “El camino a Siwa sería el más largo en Egipto sin tener un lugar donde los camellos pudieran beber.” Duraría aproximadamente 15 días y cruzarían dunas de arena. Su nuevo guía se llamaba Ahmed y todo marchó correctamente hasta que llegaron a un viejo lago.
El paisaje está cambiando lentamente de planicies a altas dunas. Algunas veces caminamos hacia algunas marcas pequeñas kilómetro tras kilómetro en la planicie y no las alcanzamos ni al día siguiente. Tengo el sonido del viento y los camellos en un oído, para saber si algo cambia en los sonidos normales. Esto podría significar que algo va mal.
Siwa, un oasis cercano a la frontera con Libia, es famoso por algunas cosas que dejaron huella en la historia: la huella humana más antigua en el mundo fue encontrada ahí. Es de hace tres millones de años. Alejandro Magno estuvo ahí para hablar con el oráculo de Siwa. La armada del rey persa Cambyses desapareció completamente en el desierto cuando trató de destruir al oráculo.
El viaje a través del desierto más grande del mundo ha continuado. Las temperaturas han llegado hasta los 50º centígrados y los pequeños oasis donde obtener agua y dar de beber a sus animales, se convirtieron en cada vez más escasos.
El 24 de abril Christian escribía que dejaba a sus camellos en una casa donde vivir porque el verano se acercaba y sería una locura cruzar el desierto en esa época. Sus camellos deberían esperarlo hasta que llegara el momento y él regresara para continuar su expedición hasta el Atlántico, a miles de kilómetros de distancia.
Entre sus miles de kilómetros andados hasta ahora aprendió algo importante: “Nosotros los del mundo occidental tenemos una actitud que parece estar en guerra contra la naturaleza. La gente del desierto nunca han tenido esta actitud. Sobreviven porque aceptan que son parte de la naturaleza.”