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Montañismo y Exploración
Emilio Carranza

Sé dónde está la rompiente. “Siempre rompen en el mismo sitio”, me había dicho Andrés Sierra, y era cierto. Todos los días me ponía a estudiar las olas y la rompiente era siempre en el mismo sitio, aunque no a la misma frecuencia.







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Lechuguillas


Encontré los restaurantes y los pasé. Adelante debía estar la entrada arenosa de las lanchas de que me platicó el hombre. Pero ir hacia un punto en específico es bastante difícil con tanta ola y fuerza de mar que empuja en una dirección que no es la que uno quiere seguir.


La zona de oleaje es muy larga. Quizá quinientos metros. Serán cuatro o cinco olas rompientes grandes.


—Tranquilo. Lo sabes hacer —me digo en voz alta.


Sí, lo sé hacer. Desaguo por última vez mi bañera porque a pesar del cubrebañera, se ha llenado poco a poco de agua y con tanta, el kayak se vuelve más difícil de maniobrar. Si se llena totalmente, será ingobernable. El peso es excesivo y cualquier maniobra es muy lenta y difícil. Entonces me dirijo a la playa. Las olas tienen dirección hacia el sur, por lo que tendré que orientar la proa hacia el oeste para que el oleaje pegue de costado y poder gobernar el kayak hacia la playa sin volcaduras.


La playa. Tantos kilómetros como he recorrido de playas y todas habían sido arenosas. Sólo en Camaronera, donde tuvimos que salir de noche, nos tocó una playa rocosa. Las playas de las lagunas han sido un paseo fácil, pero ésta se ve sinceramente difícil. Qué fácil sería si todo fuera arrimarse a la orilla, salir del kayak y caminar. Pero estamos en el Golfo de México. Cuando estaba en Cancún, en el 2000, los pescadores me decían que no continuara porque “el Golfo es el Golfo” y no un charquito como el Caribe.


Del segundo viaje, cuando el recorrido de Cancún a Veracruz, sólo nos tocó como mar fuerte un oleaje por Campeche, donde Alex surfeaba a gusto y yo trataba de seguirlo.


Ahora no se trata de surfear. Ni siquiera sé si la playa a la que voy es la de los restaurantes. El día que había amanecido claro comenzó a nublarse unos minutos después de que hube pasado la barrera de rompientes y más tarde casi no veía la costa de lo oscurecido que estaba. La lluvia no tardó en llegar. Tenía que salir. Y he aquí que me dirijo hacia unas casas, sin saber si la playa es rocosa o arenosa. Una vez metido en la ola, no podré dar marcha atrás.


El viento es fuerte. Varias veces he tenido que hacer mucha más fuerza en las manos para que no me arrebatara el remo. "Como un pájaro: lo suficientemente firme para que no se escape pero lo suficientemente suave para no ahogarlo". Pero cuando venían esas rachas de viento fuerte, lo apretaba mucho.


Subo el timón para que no se estropee con un golpe. A partir de ahí, dependo sólo de mi habilidad para conducir mi kayak por las rompientes y poder aterrizar bien en la playa.


Una ola… Dejo que pase.




Un recuerdo


Es un pueblo pequeño. Casas de madera y el interior de arena. Me gusta sentir la arena fresca de la mañana en los pies desnudos, aunque siempre escuche que me ponga los zapatos. Fuera, un gran árbol con una iguana enorme, del tamaño de un dragón, está amarrada y no le tiene miedo a nadie. Me pregunto por qué semejante monstruo está capturado. La playa está cerca pero está más cerca el estero y es mucho más seguro para nuestra edad.


Ahí vamos, cargando una cámara de llanta. A nuestra abuela materna, quien nos ha traído aquí, le decimos que vamos a la playa. Nos metemos y jugamos y pronto vemos que estamos en mitad del estero y la corriente, aunque poca, nos lleva al mar. El mar, con sus olas rugientes. Gritamos. Mi prima está dentro de la cámara inflada y yo, el gran nadador, fuera. Pero los dos sentimos que el mar se acerca.


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