Jean-Christophe Lafaille y Benoît Heimermann. Prisionero del Annapurna. Ediciones Desnivel, Madrid. 2005. 192 páginas. ISBN: 84-96192-66-0
Todo hombre necesita de una piedra que le ayude a vivir… Está hecha de una sola materia, su superficie no tiene ni principio ni fin y su poder es infinito...
Tahca Ushte
A casi ocho mil metros sobre la pared sur del Annapurna, un accidente deja a Jean Christophe Lafaille solo en esa inmensa pared sin cuerdas, clavos, tornillos ni compañero. Es su primera expedición al Himalaya y ese ascenso en estilo alpino de sólo dos personas por una pared tan complicada le hace pelear por su vida.
"En primer lugar, razonar. Después actuar. Y sólo entonces, finalmente, tranquilizarse. Es la regla de oro que se impone en mi cabeza. La regla que me sugiere mi instinto de supervivencia, mi deseo de librarme de lo peor. En el lugar en el que me encuentro, sin cuerda y sin clavos, no tengo ninguna posibilidad de salir con vida. A menos que la desesperación me ordene dar el todo por el todo, salir a flote, encontrar, cueste lo que cueste, una puerta de salida." (p. 13)
La tarea de sobrevivir le cuesta varios días, en los que se fractura el brazo derecho y tiene que seguir descendiendo con su brazo menos hábil hasta usar recursos increíbles:
"Debo terminar de destrepar esta pista de patinaje, cada vez más empinada, cuanto antes. Problema: no me quedan anclajes. Ni una estaca, ni un solo tornillo. Y la pendiente se niega a frenar su caída un solo instante. Sin pensarlo demasiado, registro mi mochila. Saco las varillas de la tienda y, con un golpe de piolet, corto la goma que las une. Me preocupa el diámetro de estas barritas de aluminio, dudo de su solidez, pero, un largo tras otro, las voy sacando de mi mochila convertida en aljaba para clavarlas en la nieve conforme voy bajando. Inclinadas hacia arriba, acogen la cuerda y cumplen como pueden con su función de estacas. No permiten que cargue todo mi peso sobre la cuerda, pero me ayudan a equilibrarme. Una astucia que me permite ganar otros ochenta o cien metros. Un premio que no tiene precio." (p. 58-59)
Contra todo pronóstico, en una pared muy difícil, Lafaille sobrevive, pero se siente apenado por ello:
"Son las ocho de la mañana cuando por fin siento mi trasero en el glaciar. Estoy grogui, asfixiado pero -¿cómo atreverse con esta palabra?- ¡feliz!
"Por supuesto, Pierre sigue ahí. Y su mirada, y su silencio. Pero yo estoy vivo. Este pensamiento, aun siendo indecente, es un consuelo que no tiene precio…" (p. 75)
Aunque el síndrome del superviviente le incomoda, su llegada al campamento base de otra expedición es su logro por sí mismo. Pero se ha instalado en él la obsesión por el Himalaya y por el Annapurna. Se siente atrapado, como lo estuvo físicamente hace poco. Pero si bien ha librado una batalla importante, le esperan otras más:
"...lo que más me dolió fueron los numerosos comentarios vertidos después. Aquella atmósfera de sobreentendidos y aquella supuesta culpabilidad que imperceptiblemente fueron cubriendo con un velo de indecencia todo lo que, bueno o malo, había precedido. ¿Acaso la torpeza se vuelve obligatoria cuando se aborda la intimidad? Es una explicación bastante insuficiente." (p. 81)
Prisionero también de las críticas de los que no estuvieron ahí, toma decisiones: regresar al Annapurna y al Himalaya en estilo alpino:
"Enfrentarse a los inmensos itinerarios del Himalaya con un equipamiento tan ligero como en los Alpes, sin la ayuda de cordadas de apoyo, sin porteadores de altitud, sin la multitud de cuerdas que aseguran subidas y bajadas, sin oxígeno, devolvía todo su significado a la palabra de compromiso. Porque este juego ya no era concebido como una forma de vencer las montañas, sino como una manera de sumirse en la naturaleza en un sitio en el que el nombre no tiene su lugar, y salir del paso. Escalar en estilo alpino es, como en una cacería, tener el valor de ponerse del lado de la presa." (p. 18)
Pese a todo, Jean-Christophe también analiza lo que ha pasado y se inclina por deducciones lógicas:
"Respirando este aire enrarecido, tras varios días de lucha sin miramientos, nuestras capacidades intelectuales, nuestros recursos psíquicos no podían estar al cien por cien. Tras la equivocada decisión de salir del último vivac para averiguar qué había más arriba, en lugar de empezar a bajar inmediatamente, habíamos cometido un nuevo error de juicio al pensar que no estábamos vencidos. Sin embargo, no era un cálculo complicado: habrían hecho falta diez días de recuperación en el campo base más otros cuatro o cinco de escalada. Punto y final, pues, a la expedición de 1992…" (p. 51)
Prisionero del Annapurna no es, curiosamente, el relato de sus ascensiones a ochomiles, sino del asedio a una sola montaña: el Annapurna, en estilo alpino. Los demás ochomiles, incluidos el K2, son tocados sólo como referencia, pero sin darles más importancia. Siempre la idea del Annapurna y de su pared sur, de esa ruta donde muriera su compañero Pierre Béghin, Lafaille hace expediciones y sigue su vida.
Cansado de los compañeros que ha tenido, decide buscar y se encuentra con compañeros: Ed Viesturs está preparando una expedición al Annapurna.
"El mundo del himalayismo de alto nivel es una limitada camarilla integrada por no más de cincuenta o sesenta aguerridos alpinistas. Nos conocemos todos por habernos cruzado alguna vez en un campo base, en un hotel de Katmandú, en un festival o en alguna reunión internacional banal. Raros son los que nunca has llegado a conocer, aunque tampoco se puede decir que sean unos desconocidos: alguna vez hemos hablado con sus compañeros de cordada, estamos al corriente de sus intentos y de sus éxitos." (p. 142-143)
La cima del Annapurna la toca con Alberto Iñurrategui. Han pasado diez años desde aquella prueba de sobrevivencia en donde tuvo el irresistible deseo de dejarse caer. Y una vez alcanzada la cima, ¿qué? Bueno, no es posible deshacerse de una pasión de diez años en un solo día. ¿Seguirá atrapado por el Annapurna?
Jean Christophe Lafaille tiene una narrativa estupenda, de las culpables de no dejar dormir una noche por saber qué es lo que pasará. Fuera de los patrones de "frases importantes" que se hacen para elaborar un libro, lo importante de Prisionero del Annapurna es el libro mismo y es sorprendente la escasez de clichés.
Libro de gran calidad literaria, también es de alta calidad técnica y humana, donde el autor se asoma al mundo del montañismo, con esas grandes envidias de que hablaba Walter Bonatti. Pero también da su lugar a cada quien, como al meteorólogo que le da los pronósticos para el tiempo en la montaña en que está.
Prisionero del Annapurna ha resultado un libro excelente y uno se pregunta si Jean Christophe Lafaille detendrá aquí su producción literaria. Ojalá que no.
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