Heinrich Harrer. Vengo de la Edad de Piedra. Nieve perpetua en la jungla de los Mares del Sur. Editorial Juventud, Barcelona, 1976. 254 páginas. ISBN: 84-261-5815-3
Me mantengo entusiasmado ante esta belleza majestuosa: dos gigantescas paredes roqueñas, entre las que se abre la grieta de un ventisquero y, arriba, unas cuantas nubes. A veces incluso, un rayo de sol se desliza sobre el resplandor azul del cielo. Por el momento, apenas encuentro palabras con que poder reflejar mis emociones. ¿Dónde estoy? ¿En los Alpes? ¿En el Himalaya? No, estoy cerca del Ecuador, en los mares del Sur. Ayer mismo llegué de la jungla cálida y humeante y ahora me encuentro frente a esta mole poderosa de roca y de hielo. (p. 37)
La Pirámide de Carstenz es "la más alta montaña entre el Himalaya y los Andes." (p. 58) y, ahora, una de las "siete cumbres" buscadas por la gente que quiere tener en su vitae el símbolo de haber estado en las montañas más altas de todo el mundo. Situada en Nueva Guinea y rodeada de selva, se alza más de cinco mil metros desde el mar. "...en 1623..., precisamente Jan Carstenz, navegó en los dos barcos Pera y Arneheim junto a la costa sur de Nueva Guinea." (p. 6) y de esta manera se convirtió en "...el primer europeo en descubrir la nieve en la jungla de Nueva Guinea: Jan Carstenz, navegante al servicio de la corona holandesa.." (p. 6)
Heinrich Harrer decide hacer una expedición para conquistar las cimas más altas de Nueva Guinea, proyecto que en 1962 es visto con escepticismo, pues los problemas políticos de la región incluyen una amenaza de guerra. Pero "...si uno permite que sus propios planes dependan de crisis amenazadoras y de acontecimientos políticos, nunca podrá llevar una vida activa." (p. 13) Así, se interna en la isla con tres compañeros y varios porteadores y una idea es la que lo impulsa continuamente: "En esta isla fascinante continúa existiendo un territorio inexplorado, hay todavía un misterio, una aventura, una desconocida Edad de Piedra. Todos los imaginables deseos de los investigadores pueden aquí hallar satisfacción." (p. 28)
Pronto descubre que andar en Nueva Guinea no es lo mismo que estar en el Himalaya, pues los cotidianos aguaceros no les permiten toda la movilidad y visibilidad que quisieran e incluso ascienden varias cumbres con mal tiempo porque "Si quisiéramos esperar aquí un tiempo "seguro", no llegaríamos nunca al menor resultado." (p. 52) "Ahora que lo veíamos desde el Oeste, comprendí también por qué se le había llamado Pirámide. Es una pirámide de impecable hermosura. Estoy seguro de que si, en 1936, se hubiera publicado una foto que mostrase a la Pirámide Carstenz tal como la hemos visto hoy, al año siguiente habría partido hacia acá una nueva expedición. Por suerte nuestra, no ocurrió así." (p. 69)
De esta manera, el 13 de febrero de 1962, "Una vez más tuvimos que pasar por la mella. Siempre bien asegurados, seguimos dificultosamente hacia arriba hasta llegar a la flecha roquera. Luego nos balanceamos sobre una cumbre de nieve. De golpe y porrazo, todo había terminado. Ahora ya sólo se podía mirar hacia abajo. Eran las dos de la tarde. Estábamos en la cúspide, el punto más alto de la isla de Nueva Guinea, a 5,030 metros sobre el nivel del mar." (p. 58-59) Las primeras ascensiones llegan más lejos que la Pirámide: "...la cima Idenburg. También este monte de 4,800 metros, el segundo en altura del grupo montañoso de Nueva Guinea, ha sido escalado por primera vez." (p. 69) "Han sido escaladas en total treinta y una cumbres, treinta de ellas en primera ascensión." (p. 76)
La expedición de Harrer no se limita a la escalada del Grupo Carstenz, pues una vez cumplido su objetivo decide ir en busca de la "Fuente de las Hachas de Piedra": "...el 13 de enero... tuve en mis manos por primera vez una de las magníficas hachas de piedra que posee todo indígena de la región... Mi pregunta constante era: ¿De dónde sacan las piedras para construirlas los papúes de la montaña? Y la respuesta también constante era: No lo sabemos... con toda evidencia, el origen de las piedras constituía un secreto celosamente guardado. Un tabú para cualquier extranjero. Y yo era un extranjero." (p. 81)
Pese a ello, Harrer y Phil Temple (su compañero de Carstenz) deciden ponerse en marcha pero tienen que regresar porque Harrer tiene un accidente en una catarata al cual sobrevive. "Cuanto más a menudo se enfrenta a la muerte de cara, con tanta mayor intensidad se experimenta la felicidad de la resurrección y tanto más se aprende a apreciar la vida." (p. 108) Tendido en el lecho de enfermo en un hospital, vuelve a postular su viaje: "Sé que ahora se me objetará: ¿y quién demonios quiere cruzar un canal? ¿Quién quiere subir al Nanga Parbat? ¿Quién quiere escalar la pared norte del Eiger? O, con referencia a mí: ¿quién quiere llegar a la "Fuente de las Hachas de Piedra"? Yo opino que existen muchísimas personas a las que les gustaría y muchas que lo quieren de una manera efectiva. Sin embargo es escaso el número de las que se atreven. Es un asunto que depende de la concepción que se tenga de la vida y... de la experiencia." (p. 109)
Y hay algo más que le motiva: "...informes no confirmados según los cuales al norte de "mi" cantera, en las proximidades del altozano de los lagos, existe una tribu que fabrica sus hachas con un metal blando, de color amarillo rojizo... ¿Será acaso cobre?... la pregunta no puede ser contestada desde un lecho de enfermo." (p. 110)
Por fin, después de muchos contratiempos, como la ausencia de porteadores que recuerdan su caída y la ven como un mal augurio, llegan a su meta: "¿Podía ser aquella cantera lo que los papúes llaman Jä-Li-Me, la «Fuente de las Hachas de Piedra»?... ¡Era Jä-Li-Me! ¡Hemos llegado a la meta de nuestra expedición! Es un sitio romántico, de encanto casi indescriptible. Si en algún lugar de la tierra es posible aún percibir el aliento de la Edad de Piedra, es aquí." (p. 138)
Vale la pena reproducir aquí lo que Harrer vio en Jä-Li-Me, la "Fuente de las Hachas de Piedra":
"...me enteré por fin de cómo los hombres de la Edad de Piedra rompían sin herramientas piedras durísimas, destinadas a la construcción de sus hachas. Pegadas a un gran bloque de roca de verdosos destellos, habían colocado estacas de madera de unos seis metros de altura. Sobre ellas, los danis montaron un andamio y, a unos dos metros de altura, prepararon una terraza de piedra, en la que acumularon leña para prenderle fuego. Por medio de montones de hierbas, mantenían el calor junto a la pared, en ligera pendiente, del bloque de roca. Era un cuadro inverosímil el que ofrecían aquellos hombres desnudos y de aspecto salvaje, que trepaban por los postes como monos y que, con los medios más primitivos, encendían una hoguera junto a la misma roca. Cuando por fin prendía el fuego, se dejaban caer al suelo y se quedaban mirando en silencio. Una y otra vez atizaban y esperaban, atizaban y esperaban. Algunos utilizaban el tiempo de espera para aclararse y despiojar sus enmarañados cabellos. Otros golpeaban piedras ya frías para fabricar las primeras hachas. Me había olvidado por entero de la era atómica, desde la cual llegué hasta aquí para contemplar un trozo de la prehistoria. Me había olvidado del encendedor que llevaba en el bolsillo. Me había olvidado del reloj. Todo eso, toda la técnica, es algo que no se concibe aquí. Había retrocedido a la fuente, no ya de las hachas de piedra, sino a la humanidad en general. Nunca me he sentido tan cerca de la naturaleza como aquí, en Jä-Li-Me, rodeado de indígenas desnudos, que no sabían nada de nuestros progresos y que, sin embargo, eran felices." (p. 139)
Además, hay una importante advertencia:
"...no sólo somos los primeros blancos que hemos podido lanzar esta ojeada a lo más primitivo de la historia de la humanidad, sino que, probablemente, seremos también los últimos. Porque no transcurrirá mucho tiempo antes de que las piedras sean rotas por medio de máquinas y vendidas en los aeropuertos a los turistas, cosa que ocurre ya hoy en la parte australiana de la isla con las magníficas hachas de piedra de Hagen." (p. 141)
Una vez conquistada la cumbre de la montaña más alta de Oceanía y de haber encontrado la fuente de las herramientas de los papúes de Nueva Guinea, ¿qué más podría hacerse en esa isla? "Nueva Guinea goza fama de tener el terreno más inextricable de toda la tierra. Ni siquiera África y el territorio del Amazonas pueden compararse con ella." (p. 132) Así que fija su meta en el barranco de Baliem, "El gran [río] Baliem empieza en el Norte, en la altiplanicie, atraviesa la montaña por la garganta de Baliem y se llama luego, en la llanura, Catalina." (p. 232)
El recorrido del Baliem se mostrará como una de las experiencias más difíciles de Harrer, pues atraviesan territorios donde los grupos indígenas están en constante roce o guerra. Así, a los porteadores ya no les queda más alternativa que no alejarse de los "tuanes" (hombres blancos) para que no les pase nada. Y seguir con ellos, no importa cuán descabellado pueda ser el recorrer una zona donde nadie vive. "Cuanto más nos acercamos a nuestra meta, tanto más incomprensible me resulta que no se le haya ocurrido aún a persona alguna explorar el curso de este río, que es el mayor y el más famoso del país... Gerard dice que la idea la han tenido, desde luego, muchos, pero que siempre ha sido rechazada por las penalidades y peligros que entrañaba..." (p. 190-191)
Pronto, Harrer se daría cuenta que su optimismo era prematuro, pues en medio de la selva se enfrentan al hambre, pese a que reciben una vez desde una avioneta un cuantioso suministro que no pueden llevarse por completo: "Una cosa se me ha hecho evidente durante nuestro camino: nadie puede atravesar esta jungla sin llevar consigo sus propios víveres." (p. 211)
Pero también están las dificultades del terreno, que los aproxima a límites de cansancio y hambre: "Aquél constituyó asimismo un día típico de esta región. Empezó con grandes expectativas: luz de sol, jungla poco espesa, apenas cal[iza] y la esperanza de llegar a la última curva, no ver ya ninguna montaña y no tener por delante ningún barranco. Pero luego ocurrió exactamente lo contrario de todo eso: profunda maleza, desbroce ininterrumpido, agujas de cal[iza] nuevas montañas, otro barranco aún. Durante todo el día he estado oyendo las maldiciones que Gerard soltaba detrás de mí. No obstante y como es costumbre, también hoy, al alcanzar la meta del día, nuevamente se ha apaciguado y se ha mostrado lleno de confianza." (p. 214)
Cansados y hambrientos como están, sólo piensan en avanzar lo más posible: "...el romanticismo y las bellezas de la naturaleza no sirven de gran cosa cuando la necesidad lo tiene asido a uno por el cuello y lo obliga a avanzar lo más velozmente posible para salir así de la tierra de nadie. De este modo pasamos junto a bellezas de las que no gozamos como es debido. Ya desde hace varios días vengo pensando que la alegría ante estos cuadros extraordinarios de la naturaleza sólo nos asalta por la noche..." (p. 210)
Cuando el terreno deja de ser montañoso, se enfrentan con la planicie: "El camino que, entre tanto, hemos dejado a nuestras espaldas era corto y duro. Desde el principio hubimos de vadear, metidos en agua hasta las caderas, entre los canales y caños. Resultaban a veces tan profundos que no podíamos cruzarlos. Entonces, a la vieja manera muju, derribábamos un árbol que nos servía de puente, lo que una vez más reducía de modo considerable nuestro ritmo de marcha. Y, por último, hubimos de capitular ante el terreno enormemente inundado. No había esperanza alguna en el empeño de querer continuar a pie. Nuestros porteadores propusieron entonces iniciar allí mismo la construcción de una balsa." (p. 220-221)
El recorrido finaliza en el Mar de Arafura y con ello, Harrer, Gerard (geólogo que a la sazón lo acompañaba en ese recorrido) y los porteadores, de quienes no se conserva los nombres, se convierten en los primeros en realizar el recorrido del Baliem. Pero, ¿por qué meterse en tanto problema?
"A menudo me han preguntado por qué siempre me he propuesto para mis empresas objetivos tales como la pared norte del Eiger, el Himalaya, el Tibet o la isla de la Edad de Piedra de Nueva Guinea. Sólo he podido responder que durante toda mi vida me han fascinado el contraste y el cambio que existen entre aquellos lugares y nuestro mundo civilizado y el encuentro con personas y circunstancias extrañas y extraordinarias que proporcionan nuevas medidas para enjuiciar la vida." (p. 6)
Un aspecto importante de Vengo de la Edad de Piedra es que Harrer da su lugar a los indígenas que no piensan a la manera europea: "Estos llamados "salvajes" son seres humanos... Conciben la vida de una manera muy distinta a nosotros. Pero, ¿qué demuestra eso? ¿Es que piensan erróneamente?... ¿Por qué ha de ocurrir algo con más rapidez de lo que ocurre? ¿A quién beneficia eso? A los papúes, no... Estamos en camino de olvidar todas estas formas de vida y eso me conmueve de un modo cada vez más profundo... He aquí que existen seres humanos que viven como nuestros antepasados de hace veinte o treinta mil años y apenas si sabemos algo sobre su vida. He aquí que existe toda una isla, el mayor museo de Historia Natural de la Tierra y en el que hay aún mucho por investigar y, no obstante, estoy seguro de que pronto se conocerá mejor la Luna que esta tierra en que vivimos los hombres. Yo no los olvidaré nunca y espero que, mediante este libro, muchos otros hombres conozcan algo sobre su existencia y sus formas de vida." (p. 250-251)
Libro lleno de datos, tiene la desgracia de ser el diario de viaje, aunque corregido, sin dar al lector la oportunidad de saber cómo se organizó la expedición y sus objetivos iniciales, además de ponerlo de entrada en Nueva Guinea sin más explicaciones.