Heinrich Harrer. Siete años en el Tibet. Editorial Juventud, Barcelona, 1953 (décima edición, 1998), 296 páginas. ISBN: 84-261-5538-3
Una expedición alemana de reconocimiento al Nanga Parbat es sorprendida en pleno Himalaya por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y sus componentes son capturados y enviados a un "campo de concentración" en la India.
"Hay algo que, sin embargo, quiero dejar claro de antemano: los ingleses nos trataban tal como se había acordado en la Convención de Ginebra. Verse entre alambres de espino no resultaba de ningún modo inaguantable, sino más bien agradable. Disponíamos de libros, hacíamos deporte, excursiones por los alrededores, y siempre recibimos suficiente comida. No había motivo, pues, para una fuga. Mi ansia de abandonar los alambrados no se debía a la necesidad de realizar algo. Quizá fuese el constante afán de libertad que vibra en el hombre, pero en mí influía también el amor a las montañas y en el fondo, sin duda, la quimérica idea de alcanzar el prohibido Tibet situado detrás de la cercana cordillera del Himalaya." (p. 291)
Así, Heinrich Harrer, quien un año antes (1938) fuera uno de los que escalaran por vez primera la pared norte del Eiger, se dirige al Tibet, el país en el "Techo del mundo". Después de una fuga frustrada, en la segunda ocasión logra adentrarse en el país adonde no se permiten extranjeros junto con varios compañeros, pero poco a poco el grupo va disminuyendo hasta quedar Peter Aufschnaiter y él, que recorren a pie y en condiciones "de miserables" la Cordillera del Himalaya hasta llegar a Lahsa, la capital del reino prohibido.
Sin embargo, muchas veces tienen que hacer maniobras para evitar cruzar la frontera con el Nepal, pues cada autoridad les "invita a salir" del Tibet. Así, cruzan las fronteras en la clandestinidad, son perseguidos por ladrones cuando toman los caminos menos transitados para no ser vistos y el continuo contacto con los tibetanos, de quienes aprenden el lenguaje y las costumbres. En esta condición, llegan a Lahsa:
"Aufschnaiter y yo no logramos conciliar el sueño. A punto de entrar en la ciudad prohibida, se nos plantean dos graves interrogantes: ¿Cómo vivir sin dinero? ¿nos dejarán siquiera cruzar las puertas del recinto?" A Decir verdad, más que dos europeos, parecemos dos khampas [ladrones]. Nuestros vestidos están destrozados, y los abrigos de piel de cordero, cubiertos de una espesa capa de grasa y de mugre, se ve a la legua que pasaron por pruebas muy duras. En los pies no llevamos más que restos de calzado. Además, nuestras revueltas barbas contribuyen a hacernos notar... En este momento nos quedan, por toda fortuna, una rupia y una moneda de oro cosida en el dobladillo de mi abrigo. En cuanto a nuestros sacos, no contienen ningún objeto valioso, a excepción de nuestros croquis y dibujos, que, por otra parte, sólo tienen valor para nosotros." (p. 97-98)
Extranjeros en un país prohibido, sin pasaporte para llegar al corazón mismo del Tibet, cruzan la puerta de la ciudad y consiguen se alojados por un magistrado. "De momento, esto nos basta; el solo hecho de saber que somos huéspedes de una familia noble, nos colma de alegría" (p. 104)
Inicia así el período en que esperan ser "invitados a dejar el país" en el tiempo de la posguerra, a pocos días de su llegada se enteran que la guerra ha terminado pero aún así solicitan el derecho de asilo para evitar que los envíen a un campo de concentración inglés, pues la situación de Alemania al terminar la guerra es de lo más comprometida y la de Europa, con su hambre y su nueva organización política, sólo quieren saberla, pero no vivirla.
El permiso de residencia nunca es otorgado pese a lo cual conviven con las familias más poderosas y ricas del Tibet y con los funcionarios religiosos. En el ínterin, se le han encargado numerosos y diversos trabajos y, lo más importante, Harrer se ha convertido en uno de los muchos profesores de Kundun, "es decir, «la presencia». Su título oficial es Gyalpo Rimpoché, que puede traducirse por «el muy honorable soberano»... los tibetanos no emplean nunca la denominación de Dalai Lama, la cual es de origen mongol y significa «vasto océano»". (p. 116)
El libro termina con la partida de Harrer hacia la India y luego a Europa debido a que el ejército de la China comunista de Mao invade el Tibet.
El libro está claramente dividido en dos etapas: la primera es la de la huida y el continuo esconderse de los habitantes y de las autoridades del Tibet en su marcha a Lahsa. Se advierte el cansancio, la alarma, el continuo trajín en el camino y su pobreza que cada vez va aumentando.
En Lahsa, el libro toma otro cariz: ya no se trata de dos vagabundos que huyen sino de dos residentes extranjeros en una ciudad prohibida, y de eso están conscientes ambos. Dos residentes que, además, se elevan muy rápidamente en la escala social. Es decir: Harrer logra plasmar la vida de los gobernantes y de los gobernados con la misma precisión porque vive en el mismo plano de ellos, cada uno a su tiempo.
Sin embargo, Harrer no hace ostentación de ello ni de su amistad con Kundun, sino que lo aprovecha para describir a la sociedad tibetana y nos ofrece la vida de las altas esferas antes de desaparecer. Las anotaciones de otra cultura son tomadas con precisión, quizá gracias a los años pasados en el camino y sus múltiples obstáculos. No se trata de europeos que ven a una cultura con ojos de europeos, sino de hombres que hacen de Lahsa su única oportunidad de vida. De ahí que las descripciones sean tan precisas y sin prejuicios, pero también sin tendencias occidentales.
Siete años en el Tibet fue llevado a la pantalla en 1997, pero la historia contenida en el libro es mucho más profunda y amplia que la cinta y, al mismo tiempo, le valió a Harrer ser considerado persona non grata por el gobierno chino.