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Montañismo y Exploración
Un forastero en la selva. A pie por Borneo

Un hombre que quiere recorrer la tercera isla más grande del mundo a pie se desliga del mundo y penetra solo en calidad de aprendiz de un mundo que no conoce y que va palpando poco a poco hasta poder sobrevivir solo. Explorador sin ansias de fama, Un forastero en la selva es el relato de este hombre que fue más allá de los bordes de la civilización y regresó después de haber cruzado la isla.







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Eric Hansen. Un forastero en la selva: a pie por Borneo. Ediciones Península (Col. Altair Viajes, No. 11), Barcelona, 1999. 376 páginas. ISBN: 84-8307-198-3

. . Generalmente se tiene la idea de que las grandes exploraciones han terminado con la conquista de los polos, y posteriormente de los picos del Himalaya, y que no hay ya nada que explorar. Eric Hansen quedó fascinado por una imagen de un sitio que nunca antes conoció: la isla Borneo. Años después, regresa con la intención de cruzar la isla de mar a mar y a lo largo de tres intentos que se suceden a lo largo de cuatro meses, se da cuenta que no lo podrá hacer solo y sin seguir las normas elementales de vida en la isla: debe convertirse en mercader para sobrevivir, pues tierra adentro no aceptarán su dinero.

"Practicaban un complejo sistema de trueque. Era evidente que en muchas zonas tendría que cambiar géneros por la labor de los guías y para hacer regalos. Ciertos géneros se vendían en las tierras altas por cinco o diez veces su precio de compra, pero no había conocido a nadie que supiera o estuviera dispuesto a decirme cuáles eran estos artículos." (p. 60)

Asesorado por un comerciante especializado en este tipo de comercio, realiza sus compras y se adentra en la selva de Borneo con dos guías penan, los "dueños de la selva", y cargando su mercancía. Borneo, la tercera isla más grande del mundo, está frente a él y no piensa renunciar pese a que vaya él solo acompañado de sus guías y a que su mercancía pueda acarrearle la prisión o un asalto en la selva. El hombre occidental comienza a transformarse poco a poco con las vivencias cotidianas: "Era evidente que empezaba a afectarme el hechizo del entorno natural en el que me hallaba." (p. 155)

De este "hechizo" son responsables en gran medida sus guías, que simplemente viven como lo hacen en la selva y él se deja llevar.

"Siempre he consultado los mapas de una manera compulsiva, siempre he experimentado el temor insuperable a extraviarme, y de ahí que necesitara el mapa impreso, por inexacto que fuera, para adquirir confianza. Así pues, aquella tranquilidad en una situación en la que podría haber sido extremadamente vulnerable constituía un auténtico placer para mí. Era un alivio liberarme de los problemas del destino, el tiempo y la dirección. Bo "Hok y Weng se encargarían de todo ello... Al prescindir del elemento de control imaginario de mi entorno, observé de repente que la inmediatez de mis experiencias se intensificaban sobremanera. Era una delicia pensar sólo en el tiempo presente. Más o menos por entonces llegué a aceptar finalmente el hecho de que la selva tropical no era un territorio caótico al que debía enfrentarme y conquistarlo. No había nada que conquistar, y el caos se debía por completo a mi inexperiencia." (p. 174-175)

Un viaje de exploración es más que un simple objetivo final, que una meta. Es la vivencia de cada paso y de cada día. El autor también pasa por esta etapa: "..me di cuenta de que el gran logro no estribaba en el recorrido físico, sino que el valor del viaje consistía en los encuentros cotidianos, mientras que el destino iba convirtiéndose en un subproducto del viaje." (p. 212-213)

Y en estas vivencias continuas, traba amistad con las diferentes tribus de la isla, entra en conflicto con su propia cultura y se desespera de estar en la selva: "La experiencia del viaje por la jungla se había vuelto embrutecedora, pero lo peor de todo era que cada vez tenía más conciencia del tiempo que llevaba ahí... Había pasado en el interior el tiempo suficiente, deseaba salir de allí, quería un respiro de la jungla, sumirme de nuevo en las comodidades de mi cultura, aunque tan sólo fuese por un día." (p. 205)

Dos experiencias son dignas de mención por lo contrarias. El autor escribe: "Durante generaciones los hombres han abandonado el aislamiento de las comunidades en las tierras altas para viajar por el mundo. Viajar lejos se considera "bueno". Los kenjah llaman a esta práctica peselai (el largo viaje), y los iban bejelai (caminar). Esta tradición se remonta a la época en que cazaban cabezas." (p. 191) Así, a los tres meses de andar en la selva y muchas veces solo (pues sus guías lo han dejado al terminar un tramo), un anciano le dice: "No sólo recoges hojas y cortezas de árbol, tuan. Has venido desde muy lejos, también tú haces un peselai. Eres como nosotros." (p. 193)

La otra es diferente: "...todos los años, en octubre y noviembre, la gente está aislada en los campos, desherbando [sic] los arrozales y construyendo pequeñas chozas para la época de cosecha. Ese periodo del año solía ser una de las temporadas tradicionales de la caza de cabezas, porque era relativamente fácil tender emboscadas a individuos que trabajaban lejos de los poblados. La caza de cabezas ya no se practica, pero el temor estacional se ha mantenido gracias a la creencia en el bali saleng." (p. 246)

"El papel de un bali saleng consiste en recoger la sangre [de las personas]. Es medio hombre y medio espíritu, vive en la selva y se cree que está al servicio de las grandes compañías", pues la tradición exige que antes de la construcción de cada vivienda se dé una ofrenda de sangre y así "para un gran proyecto, se emplean muchos bali salengs".

Precisamente el año en que él atravesaba la selva, la descripción del bali saleng coincidía con su descripción, por lo que se ve en problemas con una comunidad. Aunque el bali saleng no puede ser muerto, muchos lo intentan y así, el autor pasa de la confianza que llegó a adquirir en la selva al miedo profundo. El explorador se ve entre la aceptación en una comunidad a la que no pertenece y el rechazo de otras que lo consideran "forastero" y tratan de eliminarlo.

Después de cruzar toda la isla y estar a punto de llegar al mar, decide regresar a Sarawak (en Malasia) por tierra y otra ruta diferente, lo que implica mucho tiempo y muchas vivencias más. Cuando está por llegar al fin de su viaje, reflexiona: "Quería finalizar el viaje en un estado de euforia, navegando por una tranquila corriente en la jungla, el corazón golpeándome en el pecho, sintiéndome fuerte por haber sido capaz de poner a prueba mi límites de resistencia. No se trataba tanto de los aspectos físicos como de la increíble gimnasia mental que acompaña a los grandes viajes: la soledad y las dudas constantes sobre mi capacidad de adaptación en un entorno desconocido. Aprender a sentirme cómodo con la vulnerabilidad y a reírme de todos los problemas que me creaba: tales fueron las auténticas lecciones." (p. 336)

Lo que llama inmediatamente la atención es que no se trata de una expedición enorme y costosa con objetivos científicos ni patrocinada por nadie. Es más: se trata del viaje de un solo hombre de cultura occidental. "Me encantaba pensar que el viaje había sido un asunto tan privado. No había ninguna presión por parte de los patrocinadores, ninguna fecha tope ni obligación para con nadie, excepto conmigo mismo. Había disfrutado de libertad para tomarme el tiempo que quisiera, y ése había sido uno de los grandes lujos del viaje". (p. 352)




 



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