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Montañismo y Exploración
Los Siete Pilares de la Sabiduría
15 noviembre 2000

T. E. Lawrence es llamado al Oriente Medio para participar como representante de su país en una guerra que no le corresponde directamente a Inglaterra, pero que debe jugar tras bambalinas para no dejar crecer el poder de los alemanes a principios del siglo XX. Llevada a la pantalla grande como Lawrence de Arabia, tuvo también gran éxito.







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T. E. Lawrence. Los siete pilares de la sabiduría. Ediciones B (Biblioteca Grandes Viajeros), Barcelona. 1997. 886 páginas. ISBN: 84-406-7310-8

 

Los beduinos son gente extraña. Y para un inglés que conviva entre ellos pueden resultar insoportables, a menos que se tenga una paciencia tan ancha y profunda como el mar.


Una guerra en Arabia como preludio a la Primera Guerra Mundial, es el motivo que lleva a T. E. Lawrence "conocido posteriormente con el sobrenombre de Lawrence de Arabia" a internarse en diferentes regiones de una amplia región de arena y sol forzado más por una orden "provisional", y que no podría cambiar después, que por ambición personal. Los Siete Pilares de la Sabiduría es el relato de sus vivencias en territorio de guerra. Un libro de guerra no es precisamente donde uno se aventuraría a leer para aprender algo sobre viajes y sin embargo éste tiene todas las características para ser un libro de referencia y de ayuda.

Lawrence es el agente del gobierno británico que se encarga de dirigir de manera oculta las direcciones de Inglaterra para que el movimiento se ejecute "como debe ser". "Por mi trabajo en el frente con los árabes había decidido no aceptar ninguna recompensa. El gabinete había puesto a luchar de nuestro lado a los árabes con promesas concretas de autogobierno para después de la victoria. Los árabes creen en las personas, no en las instituciones. Ellos vieron en mí a un agente libre del Gobierno británico, y me pidieron que suscribiera por escrito tales promesas. Así que tuve que unirme a la conspiración, y, hasta donde podía empeñar mi palabra, garanticé a los hombres su recompensa. Durante los dos años que estuvimos juntos bajo el fuego se acostumbraron a creerme y a pensar que mi gobierno, como yo, era sincero. Con tal esperanza llevaron a cabo hermosas hazañas, pero, por supuesto, en vez de sentirme orgulloso por lo que hacíamos, me sentía continua y acremente avergonzado." (p. 29)

Lawrence, para poder trabajar con y junto a los árabes, se convierte en uno de ellos: "...el esfuerzo de estos años por vivir y vestir como los árabes, e imitar sus fundamentos mentales, me despojó de mi yo inglés, y me permitió observarme y observar a Occidente con otros ojos: todo me lo destruyeron. Y al mismo tiempo no pude meterme sinceramente en la piel de los árabes: todo era pura afectación. Fácilmente puede convertirse uno en infiel, pero difícilmente llega uno a convertirse a otra fe." (p. 37) "Los árabes no establecen distinciones, ni tradicionales ni naturales, si exceptuamos el poder inconsciente que se otorga a los jeques en virtud de sus hazañas; y de ellos aprendí que nadie puede llegar a líder suyo a menos que coma lo mismo que come todo el mundo, lleve sus mismas ropas, viva a su mismo nivel y a pesar de ello consiga sobresalir." (p. 207)

Es con esta nueva indumentaria, que por cierto le atrae muchas críticas por parte de la oficialía británica, que recorre el desierto, en zonas muy amplias y describe, casi como un etnólogo, las habitaciones y costumbres de las tribus que visita y a las que arrastra a la guerra, la belleza del desierto y la crudeza de la muerte en él. Un ejemplo muy vívido:

"Durante la mañana habían podido oírse retumbar los truenos sobre las colinas, y los dos picos, el Serd y el Yasim, aparecían envueltos en nubarrones de color azul oscuro y amarillo, que aparecían inmóviles y sólidos. Al cabo, pude darme cuenta de que la parte amarillenta de la nube que envolvía el Serd avanzaba lentamente contra el viento en nuestra dirección, levantando diabólicas polvaredas a sus pies.

"La nube era casi tan alta como la colina. Mientras se acercaba, los torbellinos de polvo, como dos estrechas y simétricas chimeneas, avanzaban, uno a cada lado de este frente. Dajil-Allah miró preocupadamente hacia el frente y hacia cada lado en busca de refugio, y no halló ninguno. Me advirtió que la tormenta iba a ser dura.

"Cuando la tuvimos cerca, el viento, que había estado abrasando nuestras caras con su ardiente soplo, cambió de repente; y, tras un momento de calma, sopló acremente frío y húmedo a nuestras espaldas. Asimismo incrementó tremendamente su potencia, al tiempo que el sol desaparecía, borrado por las espesas ráfagas de viento amarillo que soplaban sobre nuestras cabezas. Nos hallábamos envueltos en una horripilante luz, ocre y opaca. La marronácea pared que formaba la nube de las colinas se hallaba ahora muy próxima, abalanzándose sobre nosotros con un inmenso ruido como de molino. Tres minutos después cayó sobre nuestro grupo, envolviéndonos en una capa de polvo y pegajosos granos de arena, que se revolvían y giraban en violentos torbellinos, sin dejar de avanzar hacia el este a la velocidad de un fuerte vendaval.

"Habíamos vuelto las grupas de nuestros camelos contra la tormenta, para marchar a favor de ella; pero las turbulencias internas nos arrancaban las capas que sujetábamos fuertemente con nuestras manos, nos cegaban los ojos y nos hacían perder el sentido de la dirección, desviando a nuestras monturas hacia la derecha o hacia la izquierda de su marcha. A veces el remolino llegaba a hacerlos girar completamente en redondo; en una ocasión chocamos irremediablemente en medio de una vorágine, mientras grandes trozos de matorral, matas de hierbas y hasta arbustos eran arrancados de cuajo junto con grandes trozos de tierra, que eran despedidos contra nosotros, o pasaban rozando peligrosamente nuestras cabezas. Nunca llegamos a quedar cegados del todo —siempre era posible ver siete y ocho pies por cada lado— pero resultaba arriesgado intentar mirar, ya que, además de los golpes de arena, nunca podíamos saber si podíamos dar con un árbol volador, o una tromba de guijo, o una ráfaga de polvo cargada de hierbas.

"La tormenta duró unos dieciocho minutos, y nos dejó, saltando hacia delante, tan repentinamente como había venido. Nuestra partida se había dispersado sobre un radio de una milla cuadrada o más, y antes de que pudiéramos reagruparnos, cuando todavía nosotros, nuestras ropas y nuestros camellos nos hallábamos cubiertos enteramente de un polvo amarillo y pesado de la cabeza a los pies, torrentes de espesa lluvia empezaron a caer sobre nosotros, llenándonos de barro hasta la piel. El valle empezó a llenarse de torrenteras, y Dajil-Allah nos urgió a cruzarlo a toda prisa. El viento empezó a soplar de nuevo, esta vez hacia el norte, y la lluvia iba precediéndolo con fuertes chaparrones. Traspasaba nuestras capas de lana en un instante, y las pegaba junto con nuestras camisas a nuestros cuerpos, calándonos hasta los huesos." (p. 275-276)

Descripciones muy importantes son las del camello:

"El camello, esa intrincada y prodigiosa obra de la naturaleza, da en manos expertas excelentes resultados. Sobre ellos podíamos estar autoabastecidos durante seis semanas, con sólo que cada hombre dispusiera de medio saco de harina, de cuarenta y cinco libras de peso, colgado de su silla de montar.

"De agua no era deseable llevar más que una pinta cada uno. Los camellos tenían que beber, y nada ganábamos mostrándonos mejor provistos que nuestras monturas. Algunos de nosotros nunca bebíamos entre pozo y pozo, pero se trataba de hombres duros; la mayor parte bebía a voluntad en cada pozo, y llevaba agua para un día intermedio de secano. Durante el verano, los camellos podían hacer unas doscientas cincuenta millas una vez abrevados: tres días de fuerte marcha. Cincuenta millas era una jornada llevadera; ochenta, una buena jornada; en situación de emergencia podíamos llegar a hacer ciento diez millas en veinticuatro horas... Los pozos raramente estaban separados por más de cien millas, así que la pinta de reserva era ampliamente suficiente.

"Nuestras seis semanas de provisiones nos daban autonomía para unas mil millas de incursión y vuelta a casa. El aguante de nuestros camellos hacía posible... recorrer quinientas millas en treinta días, sin miedo a morir de hambre, ya que, incluso si pasaba más tiempo, cada uno de nosotros se asentaba sobre doscientas libras de carne en potencia, y el hombre dejado sin camello siempre podía abordar otro, cabalgando en uno, en situación de emergencia." (p. 449-450)

El "pavimento del desierto":

"...[el] suelo estaba formado por un disgregado recubrimiento de gastados bloques de basalto, pequeños como puños, y lindamente encajados como adoquines sobre un piso de finos, duros y negros detritus cenicientos. La lluvia con su prolongada acción había sido el agente de estas superficies empedradas, al lavar el polvo más ligero de encima y de los lados, hasta que las piedras, estrechamente encajadas unas contra otras, habían llegado a nivelarse como una alfombra, cubriendo toda la llanura y protegiendo del directo contacto directo con los agentes atmosféricos al salitroso barro que llenaba los intersticios de la capa de lava inferior." (p. 321)

Sin embargo, lo más importante es toda esa colección de observaciones que pueden servir a quien se quiera adentrar en el desierto, como las enfermedades: "Los árabes son descuidados en lo que hace a las roturas de huesos. En una tienda de Wadi Ais había podido ver a un joven cuyo antebrazo había soldado mal; dándose cuenta de eso, había empezado a escarbarse con la daga hasta desnudar el hueso, romperlo de nuevo y colocarlo correctamente; y allí estaba tumbado, soportando filosóficamente las moscas, con su hinchado antebrazo recubierto de musgo y arcilla curativos, aguardando a ponerse bien." (p. 292)

Por eso es que "Tenía miedo de ponerme seriamente enfermo, y la perspectiva de ir a caer en las bienintencionadas manos de los beduinos en semejante estado no era muy placentera. Su tratamiento para cualquier enfermedad consiste en quemar el cuerpo del paciente en aquellas partes que se consideran complementarias de la parte afectada. Era una cura tolerable para quien tuviera fe en ella, pero una tortura para el incrédulo; incurrir en ella contra mi voluntad hubiera sido estúpido, y sin embargo, muy probable; ya que las buenas intenciones de los árabes, tan autistas como sus digestiones, para nada toman en cuenta las protestas del enfermo." (p. 249)

Vivir entre árabes durante dos años y ser el líder de ellos traía muchos problemas personales que no se aprecian al observar únicamente los resultados. La individualidad se va perdiendo porque "Los árabes, que habitualmente viven amontonados, sospechan de alguna segunda intención en cualquier forma de privacidad. Recordar esto, y renunciar a la paz y la quietud egoístas mientras anduviera con ellos, fue una de las menos agradables lecciones de la guerra del desierto, y también de las más humillantes, pues forma parte del orgullo inglés recrearse en la soledad; nos encontramos interesantes a nosotros mismos, cuando no hay competencia a la vista." (p. 347)

O de las serpientes:

"En condiciones ordinarias, decían los árabes, las serpientes no eran mucho peores que en cualquier otro lugar del desierto donde hubiera agua; pero aquel año el valle parecía rebosar de víboras cornudas, cerastas, cobras y serpientes negras. Por la noche moverse resultaba peligroso, y se nos hizo necesario andar con palos, golpeando los matorrales a uno y otro lado, mientras caminábamos cautelosamente con los pies descalzos.

"No podíamos ir a la ligera a sacar agua a los pozos después del oscurecer, porque había serpientes nadando en las charcas, o arracimadas en nudos por sus orillas. Por dos veces hubo alarma en nuestro círculo de bebedores de café por el descubrimiento de cerastas. Tres de nuestros hombres murieron a causa de las mordeduras; cuatro consiguieron recuperarse después de no poco miedo y dolor, y de la hinchazón del miembro mordido. El tratamiento howeitat para las mordeduras consistía en vendar la parte mordida de un emplasto de piel de serpiente, y leerle al paciente capítulos del Corán hasta que moría...

"Un extraño hábito de las serpientes, por la noche, era su manía de arrebujarse a nuestro lado, probablemente, para calentarse, debajo o dentro de nuestras mantas. Cuando nos dábamos cuenta de ello nos levantábamos con el mayor cuidado, y empezábamos a buscar por donde yacían los demás con un palo hasta que se podía decir que nos desembarazábamos de ellas por completo. Nuestra partida de cincuenta hombres mataba fácilmente al día veinte serpientes..." (p. 360-361)

Pronto llega a identificarse con los árabes que se enfrenta a una discusión sobre la razón de ser de los "occidentales":

"«¿Por qué los occidentales están siempre deseando más y más?», preguntó provocativamente Auda. «Detrás de nuestras pocas estrellas nosotros podemos ver a Dios, que no está detrás de vuestros millones.» «Queremos llegar al fin del mundo, Auda.» «Pero eso es de Dios», se quejó Zaal, medio enojado. Mohammed no quería que se olvidara su tema. «¿Hay hombres en esos mundos más grandes?», preguntó. «Dios sabe.« «¿Y tienen todos Profeta, y cielo e infierno?» Auda le cortó: «Amigos, conocemos nuestras comarcas, nuestros camellos y nuestras mujeres. El exceso y la gloria son para Dios. Si el colmo de la sabiduría es sumar estrella tras estrella, nuestra locura no tiene fin.»" (p. 376)

¿Dónde termina esta locura? Para él, inicia en la cadena de mando que lo llevó hasta los árabes:

"La gente con influencia da crédito a los generales porque sólo ve de ellos las órdenes y los resultados; hasta Foch llegó a decir (antes de tener el mando en tropas) que los generales ganan batallas, pero ningún general lo ha entendido así de verdad. La campaña siria de septiembre de 1918 fue probablemente la más científicamente planeada de la historia inglesa, jugando mucho más en ella el cerebro que la fuerza. Todo el mundo, y especialmente los que estaban a sus órdenes, concedían la victoria a Allenby y a Bartholomew, pero éstos nunca pudieron verla bajo nuestro prisma, sabiendo cómo sus vagas ideas se precisaban sólo al aplicarlas, y cómo sus hombres, a veces sin saberlo, las forjaban." (p. 775)

Un libro que tiene una gran calidad literaria, profundidad histórica e incluso una crítica contra el sistema que lo puso dentro de los árabes, Los Siete Pilares de la Sabiduría es, además, el libro de un viajero por tierras vetadas hasta entonces a los extranjeros.



 



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