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Montañismo y Exploración
En el largo aprendizaje en la montaña
14 octubre 2011

La montaña es algo más que la cumbre pero eso sólo se aprende cuando se ha estado en la montaña y se ha vivido experiencias que no se pueden repetir. Diego Montaño platica su experiencia y todo lo que se puede aprender.







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Cómo se camina hacia los sueños

A los 21 años de edad, estudio una carrera y tengo una educación de emprendedor, pero también tengo una pasión por la escalada. ¿Qué puede hacer un joven como yo cuando ha subido los volcanes nevados de México, en donde se dice que no hay escaladas técnicas? Por supuesto, soñar con otras montañas, como nos pasa a todos. Pero si realmente quería ir, debía hacer algo y no sólo quedarme con sueños. Así aprendí que el primer paso para acercarse a un sueño es aterrizarlo, domar las fantasías y darle una secuencia lógica.

Momento de paz en el Campo I, Canadá, en el AconcaguaFotos: Diego MontañoClick para agrandar.

Sí: esas montañas comenzaron para mí en un papel y en un esfuerzo cotidiano por entender todo lo que engloba una expedición al extranjero: logística, financiamiento, entrenamiento, alimentación y muchos más factores que se deben tener en cuenta desde el momento en que se piensa en ir. Las montañas no se empiezan a escalar desde su campo base ni tampoco desde el momento en que abandonas la cómoda familiaridad de la seguridad de tu hogar. Empiezan en tu cabeza.

Pasaron meses de investigación y al final pude desglosar una logística y darle una secuencia para seguirla. Después lo redacté en un formato comercial y busqué el apoyo financiero de empresas privadas y públicas. Todo esto es tan difícil como la dificultad máxima hallada el día de llegar a la cumbre.

El doctor José Cruz, parte del CAM, llegando a la Cueva del Inca.

Apunté al Aconcagua por dos razones: siendo estudiante, no sabía qué tanta disponibilidad tendría para viajar y porque quería experimentar los cambios en mi cuerpo provocados por una montaña más alta que las que ya había subido. Por eso fui por la más alta. Por otro lado, sería difícil encontrar financiamiento si iba al Artesonjraju, por ejemplo, un nombre que casi nadie conoce.

Así fue como conseguí la oportunidad de conocer otras montañas. Para mí, el montañismo es algo tan puro que venderlo de esta manera se justificaba sólo para pagar las cuentas.

Mirada desde la cumbre del Aconcagua

Los montañistas argentinos Hugo Teves y Marcelo Nikov serían mis compañeros. Para mi buena suerte un grupo del Club Alpino Mexicano, dirigido por Salvador Delgadillo, se había retrasado y coincidimos en el itinerario. Días después una tormenta nos atrapó en Nido de Cóndores (5,400) por cuatro largos días. Intercambiamos comida y gas y al final decidimos partir juntos hacia el campo Berlín. Para este momento, mis dos compañeros argentinos habían descendido de la montaña por mala aclimatación y sólo pude seguir gracias a que todos nosotros estábamos enteros y juntos.

Con Salvador Delgadillo en la cumbre del Aconcagua.

En la tarde del 12 de enero, los cinco mexicanos hicimos cumbre en el Aconcagua. Ahí, de pie en la cima de la montaña más alta de América un año después de haber comenzado toda la planeación, me di cuenta que las montañas, cualquiera, no son para personas excepcionales, sino para todos aquellos que están dispuestos a trabajar por ellas, a convertir su sueño en realidad… con trabajo.

Interludio: del por qué ser más observador

Regresé a casa emocionado y con ganas de más. Alejandra Nieto me convenció de volar a Bolivia para Semana Santa y ascender el Pequeño Alpamayo por la ruta directa: una expedición veloz y, sobre todo, barata. Pero sucedió algo que me hizo comprender que debía ser más observador: Alejandra se encargó de conseguir mis boletos hacia La Paz. La idea era encontrarnos allá (ella vive en Chile).

Camino al campo base de la región del Condoriri en la laguna de Chiarakota

Una semana después me encontraba en el aeropuerto corriendo para que el vuelo no me dejara. Documenté mi equipaje, me subí al avión y cuando despegó me di cuenta que no íbamos en la dirección correcta y para cuando sobrevolábamos el Mar de Cortés, comenzó a ser razonable la cantidad de acentos norteños: volábamos a la Paz, en Baja California, no en Bolivia. No podía creer lo que pasaba. ¿Qué podía hacer? Una vez en La Paz equivocada, tomé el primer vuelo de regreso a casa.

Nuestra expedición se había venido abajo por una equivocación en el destino del avión y como el precio de ambos vuelos era similar, no pensamos en confirmarlo. Por llegar tarde al aeropuerto no revisé el itinerario ni me preocupé de los detalles en el check in. Fue cómico y deprimente a la vez. Como difícilmente podría conseguir otro financiamiento en poco tiempo, pensé en viajar de nuevo, pero hasta el siguiente año. Para mi sorpresa, mis patrocinadores del Aconcagua comenzaron a ver resultados en su publicidad por mi ascenso y me refirieron a nuevos contactos. Con ellos negocié mi segundo viaje.

Con Damián en la cumbre del Tarija

Diferencias en la montaña

Quería hacer escaladas técnicas, de esas que se dice ya no existen en México. Alejandra y yo pusimos nuestra mirada en el Pequeño Alpamayo por la ruta directa, el Condoriri por la arista suroeste y el Huayna Potosí por la vía francesa. Un amigo argentino se unió a nosotros y seríamos tres: Damián Parmuchi, Alejandra y yo.

Camino al Pequeño Alpamayo ascendimos al Tarija pero por pequeñas diferencias nuestro itinerario ideal se veía retrasado y cuando llegamos a las tres de la tarde al Tarija, el sol calentaba ya la pared de hielo y se desvaneció nuestra oportunidad de escalar la vía directa. Aún así decidimos escalar por la ruta normal pero en el campo base otros montañistas nos habían dicho que no necesitaríamos las estacas en la cumbre del Tarija y las dejamos pensando en cargar menos.

Alejandra en la bajada del Tarija

Al llegar a lo más inclinado de la pared, el viento soplaba fuerte y sacamos la cuerda. Nuevamente diferimos en el modo. Damián lo quería hacer largo por largo y nosotros como ensamble. La discusión se prolongó y el sol continuó calentando la nieve. Para cuando comencé a subir, la nieve era tan inestable que todo se derretía a mi lado. Me asusté porque tenía ya todo un largo de cuerda y sin protecciones. Confiar en esa información dada de buena fe fue otro error brutal porque las estacas nos hubieran sido muy útiles.

En esas condiciones no podía armar una reunión para recuperar a mis compañeros y decidí subir un poco más hasta encontrar un sitio donde poner un hongo de nieve como reunión. Les comuniqué lo que haría y cuando alcancé ese sitio estaba a sólo 20 metros de la cumbre. De todos modos hice la reunión y recuperé la cuerda pero pronto descubrí que no había nadie encordado al final de ella. Había subido más de 70 metros y así no les fue posible alcanzar la cuerda. Vi la cumbre a tan sólo 20 metros pero también notaba que todo estaba derritiéndose y que comenzaba a resbalar. Era el momento adecuado para descender.

Ante el pequeño Alpamayo

Tras varios intentos inútiles de hacer un buen anclaje para rapel, decidí que la única manera de bajar era como había subido: con piolets y crampones y cayéndome nieve todo el tiempo. A cada paso sentía que el siguiente paso sería tan frágil que podría caer. Para mi sorpresa, a la mitad encontré a Ale. Preocupada por mí, había subido a buscarme sin importar las condiciones de la arista. Descendimos lo más rápido que pudimos y cuando llegamos a la base, Damián ya no estaba: había regresado al Tarija pensando que yo los había abandonado y había ido por la cumbre yo solo. Ale y yo estábamos felices de haber salido ilesos de todo esto y ese detalle no nos pesó.

El Condoriri y su Ala izquierda

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