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Montañismo y Exploración
En el largo aprendizaje en la montaña
14 octubre 2011

La montaña es algo más que la cumbre pero eso sólo se aprende cuando se ha estado en la montaña y se ha vivido experiencias que no se pueden repetir. Diego Montaño platica su experiencia y todo lo que se puede aprender.







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Recuento de daños

Lo cierto es que no nos acomodábamos como cordada: llegábamos tarde y por lo tanto la montaña ya no estaba en condiciones, el exceso de confianza nos alentó a continuar aunque fuera por la ruta normal y habíamos confiado ciegamente en lo que otros nos habían dicho, aunque de buena fe, sin pensar en que podríamos necesitar las estacas. Tener diferencias en tu cordada es comenzar con el pie equivocado. Pero Damián no es mala persona. Sucede que no tenemos la misma visión, eso es todo. Pero seguíamos siendo amigos los tres. Lo más importante fue que la ruta normal del Pequeño Alpamayo me dio el susto de mi vida y eso mismo me hizo valorarla más.

En la cumbre del Austria Norte

Receso

Decidimos tomar un día para relajarnos y replantear la estrategia para el Condoriri. Yo decidí que era demasiado pronto para meterme de nuevo en una montaña donde había secciones en las que podíamos meternos en situaciones similares. Simplemente se me hacía absurdo salir de una muy difícil para entrar a otra igual. Así que no fui al Condoriri. A veces es bueno controlar esos impulsos  y darnos cuenta que no somos infalibles ni invulnerables sino simples mortales ante gigantes inmortales. Me sentía triste pero seguro de mi decisión. Abandonar el Condoriri sin siquiera intentarlo es la decisión más madura que he tomado en montaña y quizá en mi vida.

Decidí salir a caminar por la ruta normal del Pico Austria y partí sólo con bastones y agua, pensando en tranquilizarme pero a los 20 minutos me sentí en ritmo y terminé por subir al Austria y al pico que está al sur y que terminé bautizando como Austria Sur, pues nadie que conociéramos sabía su nombre. Eran dos cincomiles y debía hacerlos en un día para regresar al campo base.

Subí a uno y bajé corriendo después de ver el Lago Titicaca desde la cumbre; subí el segundo y nuevamente de bajada a toda velocidad. Cuando llegué al campo base habían pasado sólo cuatro horas, estaba exhausto y decidí hacer la cena para mis amigos que regresarían más tarde del Condoriri.

Pirámide Blanca

Pirámide Blanca

En la noche, un grupo de argentinos del campamento aledaño se acercó a platicar. Franco Filippini y yo nos reconocimos: él había trabajado como porteador en el Aconcagua cuando yo estuve ahí. Es pequeño el mundo de los montañistas pero es gigante el mundo para los montañistas. Pasamos horas bebiendo mate y té, platicando y riendo. Al día siguiente regresábamos a La Paz porque Damián debía regresar a Argentina. Ale y yo debíamos reaprovisionarnos.

Entonces Franco me invitó a intentar por la madrugada una montaña bella con pasos de escalada mixta: Pirámide Blanca. No pude rehusar la oferta: antes del amanecer. Habíamos cruzado el glaciar del Tarija y enfilábamos a la arista del Pirámide Blanca. Después, las verticales rampas de hielo por tres largos de cuerda, una fácil escalada en un colador mixto y a las ocho de la mañana estábamos en la cima. Fue una escalada veloz y audaz. Nos entendimos a la perfección como alpinistas y amigos. Ese mismo día llegamos a La Paz.

Franco Filippini en el ascenso al Pirámide Blanca

Huayna Potosí

Ale y yo regresamos a la montaña porque teníamos poco dinero y muchos días por quemar. Fuimos al Huayna Potosí, sólo por ver qué podríamos hacer. Ahí hay un lujoso refugio que hace que la montaña se haya convertido en un destino con atractivo turístico. Decenas de personas no entrenadas intentan diariamente la cumbre. Nosotros no podíamos darnos el lujo de pagarlo y llegamos a él cargando casi 30 kilos de equipo y comida para una semana a la espalda.

Queríamos subir hasta el campo argentino (5,600) para estar más cerca de la vía francesa, pero las nevadas ya habían dejado dos metros de nieve en la zona. Armamos el campo junto al refugio mientras algunos guías bolivianos preguntaban si llevábamos aletas y snorkel, pues eran imprescindibles en la vía francesa.

Un día escalamos en una arista cercada al Glaciar Viejo: una escalada divertidísima con nieve dura y algunos pasos mixtos en sólo dos largos de cuerda. A la siguiente noche fuimos invitados a hospedarnos en el refugio. El guarda nos adoptó y nos presentó con el resto de los guías. Lo curioso de todo esto es que cuando comenzamos a quedarnos sin comida fue cuando comimos mejor que nunca, por la hospitalidad de los buenos amigos que hicimos.

Franco y yo en la cumbre del Pirámide Blanca

La montaña seguía llenándose de nieve y cansados de la espera, decidimos ir por la ruta normal. Ese día ningún grupo estaba en la montaña. Salimos de noche pensando que podríamos seguir la huella hasta la cumbre y que al salir el sol el tiempo mejoraría al menos un poco, pero después de un par de horas, comenzó a nevar y las nubes nos cubrieron por completo y la visibilidad era escasa. Pronto perdía la huella. Solos en una montaña que no nos era conocida, decidimos que lo más prudente era regresar.

Dar la vuelta era regresar a casa pero me sentí aliviado porque había terminado de escalar. En la noche oscura, perdimos nuestra propia huella y comenzamos a sortear grietas y caminar por enormes pendientes. Fue una noche larga pero poco antes del amanecer logramos encontrar el camino de regreso.

Nuestro  hermoso campo alto en el Huayna Potosí

Recapitulación

Nos quedaba un día más en la montaña y fuimos a escalar al Glaciar Viejo. Pasamos el día reflexionando y escalando. No me sentí mal de no alcanzar la cumbre. Sentí una felicidad interna porque había ido tan lejos en busca de cumbres y conseguí algo más valioso: conocimiento, madures y una perspectiva que no tiene nada que ver con la cumbre, sino con el recorrido. Entonces me di cuenta que la cumbre es el pretexto para todo lo vivido en el camino. Sí, habíamos cometido errores pero los problemas surgidos los habíamos solucionado. Quizá no volvamos a escalar con Damián, pero no por eso deja de ser nuestro amigo. Y también hicimos muchos amigos y valoramos más nuestra vida. Pero de entre todas las lecciones aprendidas, me quedaba claro que las montañas son para cualquiera que logre domarse a sí mismo y logre interactuar con ellas. Tal vez así se vuelva uno un poco más humano.

Alejandra en la tormenta en el Huayna Potosí.

Con Alejandra luego de abandonar el intento de cumbre del Huayna Potosí

Escalando en el glaciar viejo

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