Bahía Crosley
Cruzamos durante horas una gran pared de roca que cae al mar, acompañados por un gran número de cormoranes. Así dejamos Bahía Flinders y sus mágicas dunas llenas de historias, para llegar, luego de fuertes aguaceros y leves lloviznas, a Bahía Crosley. Esa madrugada la lluvia se prolongó. Al despertar, dudamos en continuar, pero la comida ya era poca y debíamos hacer frente al temporal.
Depósitos de arena en la Bahía Franklin.
Nuestra estación meteorológica portátil, posía un sistema de alarma de tormenta que comienza a sonar por cambios de presión. Llegó a sonar más de siete veces en un día. Tomar los datos meteorológicos diariamente resultó muy cómico: la temperatura y la presión parecían alterar los censores del aparato y el único parámetro que se mantenía casi estable era el de la alta humedad.
Esta bahía mira al NW, posee dos playas de arena y piedra separadas entre sí por un kilómetro y medio de bosque. Cada playa posee una baliza, y ambas están muy deterioradas. En sus extremos tiene grandes acantilados decorados con cuevas. En el siglo XIX, Luis Piedra Buena instaló en esta bahía una fábrica de aceite. Ahora sólo quedan sus restos, cubiertos por arena.
Elefante marino juvenil.
El gran valle que nos seduce se despliega hacia el sur. Caminamos por un esponjoso y húmedo pastizal de altos juncos que esconden profundos pozos de agua y barro. Dejamos atrás la zona montañosa para transitar el más extenso y plano valle que se encuentra en la isla. Esta vez vamos a Bahía Franklin, acosados por escuas que nos acechan con vuelos rasantes: nos encontramos cerca de su colonia.
El viento nos sorprende con su fuerza incontrolable: mientras contorneábamos una gran laguna, una explosión generó una espiral de agua de más de 40 metros de altura y desapareció de golpe al tomar contacto con la costa. Caminamos casi 12 horas para llegar a Caleta Lacroix, totalmente mojados y embarrados. Aquí, después de unos días de caminata, todo se halla humedecido: estuches de las cámaras, bolsas de dormir… y la ropa tiene esa sensación fría y maloliente generada por la humedad.
Permanecer muchos días en la montaña y a la intemperie, logra destruir progresivamente todo, ya lo hemos experimentado más de una vez. Cuerpo y temperamento sufren una notable desintegración, pero es vital para lograr integrarnos al medio ambiente. Este proceso inevitable, del que debemos estar concientes y que lleva unos cuantos días, trae aparejado momentos de intenso dolor físico, alteraciones del sueño y el humor, cuestionamientos muy profundos que intentan boicotear nuestros objetivos. Cuando todo esto se supera, llega un particular bienestar que hace disfrutar absolutamente de cada momento.
Elefante marino.
En Caleta Lacroix pudimos contabilizar gran cantidad de fauna: entre ciervos, cabras, pingüinos, jotes de cabeza colorada, caranchos, cóndores, gaviotas, bandurrias, petreles, gallinetas, cormoranes, zorzales, cauquenes, lobos marinos y huillin, especie en peligro de extinción. También hay restos de naufragios y hasta una cadena de ancla: se cree que este sería el posible lugar en donde se produjera el naufragio del “Espora” de Luis Piedra Buena en el año 1873. Más adelante, como un cementerio, encontramos casi 20 cabezas de ballenas esparcidas por la playa.
Rumbo a Punta Pardou y Península López
Con dirección sur comenzamos a subir para llegar a Punta Pardou. Muy lentamente ganamos altura y divisamos la península que se extiende hacia el mar y cierra la parte sur de Bahía Franklin. Un largo y agotador descenso entre renovales de canelos, grandes árboles caídos y helechos nos acerca a un bellísimo bosque de árboles muy grandes que posee un arroyo que desemboca en el mar.
En las cercanías de Bahía Canepa.
En el lado norte de la playa, pingüinos de Magallanes y pingüinos penacho amarillo cubren la montaña hasta los 300 metros de altura por miles. Angostas sendas facilita su desplazamiento, van en busca de comida al mar y regresan a sus nidos sin titubear. Hay colonias de cormoranes imperiales mezcladas pero conviven en armonía. Cerca de la costa, petreles gigantes y un grupo de lobos marinos controlan la población de pingüinos.
Toda la península es una gran meseta de alta y tupida vegetación mezclada con turba. Laa lagunas parecen los espejos del cielo. Casi llegando al extremo sur, una colonia de petreles gigantes estaban empollando. Ciervos y cabras corren a lo lejos.
Esa noche salimos a caminar y encontramos una imagen distinta, colmada de pequeños insectos, ruidos y sensaciones diferentes a las que habíamos apreciado de día. Recorrimos los alrededores por horas para llegar a un lugar estratégico en donde pudimos ver la silueta de la hermosa isla grande de Tierra del Fuego que, con las luces de un increíble amanecer, se contorneaba en nuestro horizonte. Recordábamos que durante nuestra expedición por Península Mitre veíamos la Isla de los Estados, dibujada en un amanecer frío del mes de abril del año 2008.
La escarpada costa sur.