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Montañismo y Exploración
Sin riesgo no hay aventura
7 junio 2007

En la vida cotidiana, el hombre ya no arriesga su vida, así que se crea y resuelve problemas que no existen. Es una forma de ver el surgimiento de las actividades extremas o de aventura. Pero Pit Schubert, especialista en análisis de accidentes, tiene su propia visión de las cosas, donde todo se deja a la publicidad.







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Al contrario de la vida que se llevaba hace siglos, el hombre civilizado de hoy en día no tiene la necesidad de luchar permanentemente por su supervivencia. Así es que tiene que crearse él mismo problemas que pongan en riesgo su vida. Es posible que los humanos necesitemos una determinada cantidad de riesgo para estar a gusto. Al parecer, la naturaleza nos ha dotado de esa necesidad. Y a unos más que a otros.


Pero también se puede argumentar de otra manera: siempre ha habido personas que buscaban sus propios límites y no temían a la muerte (y sobrevivieron). A estas personas es muy típico calificarlas con el más equivocado de los refranes, “el éxito les da la razón”. No, no es el éxito, sino a menudo sólo la suerte. De los que no corrieron tanta suerte en situaciones parecidas normalmente ni se habla. Han sido olvidados.


En nuestros tiempos se han escuchado muchas grandes palabras y frases célebres, como por ejemplo la siguiente: “¡Mejor es una vida corta e intensa que una vida larga y aburrida!” Esta expresión gusta de ser citada por los aventureros y tiene bastante tirón entre el público, ante todo en los medios. Sin embargo, cuando realmente están al filo de la muerte, ninguno de los aventureros defenderá esas palabras. Y es que cuando se presenta una muerte lenta (no repentina) en la montaña o la espesura, por ejemplo por culpa de una herida grave, de repente cualquier vida nos parecerá increíblemente entretenida y valiosa de vivir, incluso la más aburrida. En esas últimas horas a uno se le ocurren una tremenda cantidad de cosas que habría querido hacer, y se acuerda de todos aquellos con los que se ha portado mal, sin que ahora quede opción alguna a rectificar. Los que se hayan codeado con la muerte durante unos días o incluso sólo durante unas horas, saben bien cómo es todo esto.


¿Cuántas aventuras arriesgadas nos pueden salir bien? Una cosa está clara: cuantas más emprendamos, mejor será nuestra probabilidad de supervivencia a la larga.


¿Cambiará algo? ¡No! Las aventuras terminadas en muertes apenas lograrán que otros desistan de sus intenciones. Todo lo contrario. La ascensión del Everest se ha vuelto más popular todavía desde la fatídica tragedia del 10 y 11 de mayo de 1996, los dos días más negros de la montaña más alta del mundo. Increíble pero cierto: esta tragedia, con su impacto en los medios y en la literatura, ha logrado que las dos empresas de expediciones de Hall y Fischer, que tras su muerte siguieron funcionando, aunque dirigidas por otras personas, lograran al año siguiente un incremento en su productividad del 20%.


Hoy en día nos tomamos el riesgo con mucha más soltura que hace unos pocos decenios. En cierta ocasión, Eduard Rabofski (†), el que fuera durante muchos años secretario de la junta administrativa austriaca para la seguridad alpina, formuló una frase bastante acertada para las tendencias aventureras actuales, que tiene su aplicación a cualquier tipo de deporte de aventura: “La Constitución le otorga el derecho a todo ciudadano a matarse durante el ejercicio de su deporte”.





Más emociones para sentirse vivo.


Una persona que haya sobrevivido a alguna aventura arriesgada en la montaña o donde sea, tenderá con facilidad a suponer que esto siempre va a ser así. Sin embargo, deberíamos tener claro que confiar únicamente en la suerte también puede acabar mal. Al fin y al cabo, desafiar la suerte cuando no podemos estimar correctamente los riesgos, no es más que jugar a la ruleta rusa con tres balas en un tambor de seis. Es decir, con posibilidades de supervivencia del 50%. Y eso no es mucho. Reinhold Messner lo ha expresado claramente: ¡el riesgo debe ser calculable! Añadamos que sólo es posible calcular (estimar) el riesgo con ayuda de suficiente conocimiento y experiencia.


No tiene ningún sentido decir siempre que el montañismo y la escalada en roca o hielo son muy bonitos y que nunca pasa nada, ignorando los accidentes, por muy espantosos que éstos sean. Así nunca comprenderemos la necesidad de tener que cambiar algo. Y es que mostrar predisposición hacia el cambio, ya sea un cambio de tipo técnico o una diferente concepción interna del riesgo, será suficiente para aumentar las probabilidades de supervivencia en montaña.




Tomado de: Pit Schubert. Seguridad y riesgo en roca y hielo. Análisis y prevención de accidentes en montaña. Volumen II. Ediciones Desnivel, Madrid. 2007. Extractos de las páginas 238-255. Reproducido con permiso de Ediciones Desnivel.





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