Miguel Hernández es un joven que no aparenta los 24 años que tiene. Estudia medicina física y rehabilitación y trabaja en una clínica de rehabilitación. Por el momento, ésa es su vida entre semana: su día inicia a las seis de la mañana, cuando sale de su casa, y regresa a las once y media de la noche, a estudiar y terminar lo que quede pendiente. Vida de médico como todos los estudiantes o pasantes de medicina del mundo, metido entre libros, estudios, consultas y horarios tan justos que apenas les queda tiempo para descansar.

Miguel Hernández en Actopan, Hidalgo. Foto: Carlos Cardona

Sin embargo, Miguel es también escalador y su pasión por la vertical la desarrolla los fines de semana, cuando se olvida de los libros, la escuela y el consultorio. Claro, entre semana también entrena, pero no es tanto como él quisiera porque lo que gana en el consultorio es lo que gasta los fines de semana en escalar. “Hay veces en que me desmotivo. Me falta tiempo. Con la escuela, el trabajo y los entrenamientos, no puedo. Pero si no trabajo, no escalo”.

Para Miguel, o “Miguelito”, como lo conocen todos los escaladores, el hecho de escalar una pared no es nuevo. Comenzó hace ocho años. Pedro Ibarra, Javier Canché e Iván Monroy lo invitaron un buen día. Miguel tenía entonces 16 años.

Desde entonces comenzó en la escalada tradicional, donde comenzó a superar a la mayoría. Un día, hace seis años, tuvo una caída y se fracturó la cadera. “La escalada es muy segura, lo más que te juegas es un hueso roto por una mala caída, pero el vencerte a ti mismo es más satisfactorio.”