Este año de 1941 fue muy difÃcil y muy cargado para mÃ; me dediqué por completo a mis hijos y sólo en el mes de octubre Â?ya fuera de estación, en la montañaÂ? pude liberarme y subir con [Marcel] Loubens a la Henne Morte.
Josette Segouffin no pudo venir con nosotros y éramos de nuevo dos Â?número insuficienteÂ? los que nos disponÃamos a descender a la sima.
Inmerso en la niebla, aquel gran embudo tenÃa en verdad un aspecto siniestro. Por un lado una enorme hondonada de paredes verticales que oculta, invierno y verano, gran cantidad de nieve; luego el orificio de la sima, que se abre ante nosotros como en una mueca.
Fue en este lugar, realmente impresionante y lúgubre, donde se desarrolló, medio siglo antes, el drama que dio su nombre a la sima antes anónima. Una mujer de aquellos lugares perdida en la niebla (muy frecuente en este macizo), vagaba por el sombrÃo bosque de abetos, a través de un caos de rocas despedazadas y cayó en la sima, como atestiguaron uno de sus zuecos encontrado al borde del abismo y su pañoleta cogida en un matorral.
Naturalmente, nadie soñó en bajar a esta sima horrible, que desde entonces tomó el nombre de Clot de la Henne Morte (�Abismo de la mujer muerta�).
Hoy, rehaciendo las maniobras y los ejercicios que un año antes efectuaron Josette y Marcel, llego con mi compañero a la neviza subterránea, una sólida colina de nieve. Las nieves del invierno se acumulan aquà y forman una montaña blanca de un efecto inesperado e insólito en aquellas tinieblas.
Es aquÃ, bajo este lienzo de nieve, donde yace el cadáver Â?probablemente bien conservadoÂ? de la desgraciada vÃctima de las simas.
Rápidamente alcanzamos lo que fue el término del reconocimiento del año anterior y seguimos descendiendo con ayuda de nuestras cuerdas y escalas.
A los ciento diez metros de profundidad nos vemos detenidos por una gatera demasiado estrecha, que tras largos esfuerzos logramos franquear, para alcanzar más abajo un balcón en el que nos encontramos faltos de aparejos.
Un sondeo rápido nos revela una vertical de cuarenta metros, lo que resulta una profundidad de ciento setenta metros desde la superficie del suelo.
Mientras descendÃamos habÃamos encontrado ya el riachuelo que en 1940 oyeron Loubens y su compañera. Además, en el fondo del último pozo, escuchamos un nuevo rÃo más importante aún.
La sima de la Henne Morte iba a vernos descender de nuevo al asalto de las profundidades. Pero comprendiendo que, siendo sólo dos, la exploración resultaba imposible y además una locura, reclutamos un equipo de voluntarios.
Todos ellos eran de gran empuje, pero todos novicios. A causa de las circunstancias, de los años de guerra, se trataba de muchachos muy jóvenes, demasiado jóvenes acaso.
Estos mismos años de guerra y de restricciones alimenticias y de todas clases, originaron que en las exploraciones subterráneas Â?que se revelaron muy difÃciles por la baja temperatura de la sima y las terribles cascadasÂ? nos encontrásemos mal nutridos y mal equipados.
Nuestros colaboradores, realmente incondicionales y llenos de entusiasmo, eran: Castéran, Careen, Compans, Delvigne, Maurel, Pellegrin, Rieusset, Seurey. Todos amigos de mi hijo Raúl, que me acompañó en todos los descensos. El único adulto y experimentado era Delteil, que desde sus primeras armas en el rÃo Labouiche se habÃa convertido en mi alter ego, mi compañero inseparable en todas las ocasiones.
A pesar de las circunstancias tan desfavorables y en ciertos momentos inquietantes, fuimos progresando y hundiéndonos cada vez más en este abismo húmedo.