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Montañismo y Exploración
Mi vida subterránea
1 junio 2006

Norbert Casteret, uno de los más fuertes impulsores de la espeleología en sus inicios, escribe sus memorias y aunque son una biografía, la cantidad de información que contiene su libro es impresionante, tanto deportiva como científicamente: hallazgos de estatuas, pinturas rupestres y pies desnudos de veinte mil años de antigüedad, cauces de ríos subterráneos y la gran emoción del descubridor.







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Norbert Casteret. Mi vida subterránea. Editorial Bruguera, Barcelona. 1962. 384 páginas. s/ISBN.

Cuántos de nosotros, en su juventud, tras la lectura de un viaje alrededor del mundo o de una gran exploración no hemos soñado en ser un día navegantes o exploradores para poder viajar por los océanos o adentrarnos en un país lejano y maravilloso?

Norbert Casteret, el hombre que más impulso le dio a la espeleología en sus inicios, escribe sus memorias cuando ya tenía más de sesenta años y seguía explorando cavernas. Son las memorias de un explorador subterráneo que conoció su primera caverna a los cinco años de edad y que comenzó una búsqueda sistemática de más cavernas desde muy joven.

Deporte apenas incipiente, lo que practica Casteret es más la búsqueda que el logro, la exploración más que la meta. Sus entradas a las cavernas donde encuentra pinturas rupestres, estatuas de hace miles de años y huellas de hombres que vivieron en ellas con apenas una vela en la mano, haría temblar de miedo a muchos en la actualidad. A mí me impresionó.

Sin embargo, continúa: descalzo, con una sola llama, a veces desnudo porque tiene que nadar y… solo, porque en ese entonces no había nadie a quien le interesara meterse en las cuevas. Bueno, no es completamente cierto: años después arrastraba tras de sí a su hermano menor y éste se deslizaba por estrechos pasadizos donde sólo él cabía.

Con los descubrimientos que hace, se logra una fama no en el campo deportivo, sino en el científico. Es la ciencia —especialmente los prehistoriadores— quienes ven en la espeleología la actividad única que les puede llevar a nuevas concepciones. Pero también se interesan biólogos y Casteret se convierte en aficionado de los murciélagos.

Aún dentro de la primera e incluso la segunda guerras mundiales, Casteret sigue explorando y en ésta última sirve para esconder documentos importantes en cuevas de difícil acceso.

Las exploraciones se vuelven cada vez más difíciles y él abandona sus aventuras solitarias y las emprende con compañeros o su propia esposa, con quien hace varios descubrimientos. Pero más tarde, el desarrollo de la espeleología es tan fuerte que enfrentar a una caverna nueva implica mucha gente y una organización bien planeada. Así, la sima de la Henne Morte, le da la oportunidad de saber lo que es una caverna muy técnica y de paso un rescate en las profundidades.

Discípulo de Édouard Alfred Martel, el padre de la espeleología, a quien conoce años después de haber hecho varios descubrimientos, y maestro de Marcel Loubens, quien muriera en la sima de la Pierre Saint Martin apenas once años después de haber iniciado, Casteret no deja de explorar en todos lados en busca de más cavernas. Su cumpleaños número sesenta es celebrado en el fondo de una sima y anunciado su “jubilación” que, por otra parte no llevó a cabo, al menos cuando lo dijo.

El libro está escrito en el lenguaje de alguien que ha crecido en la literatura de los años cincuenta o sesenta y puede resultar un poco aburrido a las generaciones actuales, pero la impresionante cantidad de información hace de este tomo algo muy valioso y uno se pregunta cómo es que Casteret tuvo tanta “suerte” de haber hallado pinturas rupestres, huellas humanas de veinte mil años de antigüedad, estatuas, explorado cavernas tan profundas.

Es el privilegio de ser un pionero y por eso escribe:

“Proseguir la exploración de una gruta o de una sima conocida ya en parte, descubierta por otros, a veces desde largo tiempo, no puede llevar en sí el entusiasmo y la atracción que posee cuando uno mismo es el descubridor y el explorador de dicha cavidad.

“Por esta razón es preferible siempre descubrir, a marchar tras las huellas de predecesores. Lo que en alpinismo constituye la emoción de una «primera» no es apenas comparable a la emoción de una «primera» subterránea.

“En efecto, el alpinista no descubre ni improvisa más que el itinerario de una montaña conocida y escalada por otros caminos; mientras que en espeleología se descubre realmente un orificio o una entrada; se penetra en él primero, y a cada paso, a cada escalón que se avanza se descubre lo inédito y lo desconocido.” (p. 293)



 



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