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Montañismo y Exploración
Los Himalaya: ¿Atracción fatal?
12 noviembre 2006

Esta pared de roca, hielo y nieve de más de medio millón de kilómetros cuadrados, que cruza cinco países y comprende las 14 cumbres más altas del planeta, atrae no sólo a los alpinistas sino a celebridades de diversos ámbitos







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El Universal

Domingo 12 de noviembre de 2006


La misma traducción literal de la palabra himalaya -”la morada de las nieves”- es un fiel retrato hablado de la cordillera más larga y alta del planeta. Se le llama también “el techo del mundo”, porque más de 200 de sus cumbres o picos superan los 7 mil metros de altura sobre el nivel del mar y 14, los 8 mil.


Este inmenso paredón de roca, hielo y nieve ocupa una superficie de un poco más de medio millón de kilómetros cuadrados -que abarca territorios de Pakistán, China, India, Nepal y Bután-, con una longitud de más de 2 mil 500 kilómetros lineales y una anchura entre los 200 a 400 kilómetros.


Cada año, estas montañas atraen a millares de personas de todas las nacionalidades. Algunos buscan gozar de la vista de un paisaje único; entre ellos, varias celebridades de Hollywood que, convertidas al budismo, aprovechan su visita al Tíbet para echar una mirada, a bordo de un helicóptero, a la majestuosa cordillera.


En este caso, el más conocido es Richard Gere, quien desde los años 70 apoya activamente la lucha del Tíbet contra China. Él ha tomado una serie de fotografías espectaculares de la región, que expuso en Nueva York.


Otros que han experimentado la fascinación del Himalaya son Brad Pitt (que filmó en aquellas latitudes 7 años en el Tíbet), Harrison Ford, Sharon Stone, Orlando Bloom, Oliver Stone, Uma Thurman, Steven Segal y Goldie Hawn.


En su tiempo, Ted Turner, propietario de la cadena de CNN, y su entonces pareja, Jane Fonda, también hicieron el largo viaje para llenarse los ojos con el imponente paisaje nevado.


Igualmente lo ha hecho el empresario regiomontano Federico González Sada, amante del montañismo.


Pero fuera de estos turistas de clase premier hay otros visitantes que buscan la emoción de vencer un desafiante pico nevado, donde el oxígeno escasea y el frío casi congela la sangre.


Cada temporada, más de una docena de montañistas pierden la vida o alguna parte del cuerpo, por congelamiento grave (los casos han aumentado mucho, y la falta de servicios sanitarios en el Tíbet no permite la atención rápida a los heridos).


A finales de mayo pasado, en el mítico Everest (entre Tíbet y Nepal), la punta más elevada de los Himalaya con sus 8 mil 848 metros sobre el nivel del mar, se vivió una temporada trágica. Entre sus paredes y laderas de nieve hubo 11 muertes confirmadas, aunque algunos escaladores en la zona hablan de hasta 15.


El alemán Thomas Weber, con un problema de visión que empeoraba con la altitud, agonizaba en el camino cuando se confirmó el fallecimiento de un compañero de equipo: Lincoln Hall, un australiano de 50 años con gran experiencia en el Himalaya.


El 25 de mayo, Lincoln fue dado por muerto tras dos horas sin signos vitales. El jefe de expedición ordenó a los sherpas que retrocedieran al campamento más próximo, ya que el resto de los montañistas corría serio peligro por falta de oxígeno, agotamiento y ceguera producida por la nieve.


La mañana del 26 de mayo, sin embargo, el jefe de otra expedición, en camino a la cima, pasó junto al presunto cadáver y descubrió que éste se movía. ¡El australiano había sobrevivido a una noche a la intemperie a 8 mil 700 metros, sin oxígeno y con un posible edema cerebral!


La noticia se esparció por el área y 11 miembros de todas las grandes expediciones del campamento base se coordinaron para rescatar a Lincón.


La operación duró 12 horas y al día siguiente, el resucitado habló con su familia a Australia, aunque los dedos de sus manos mostraban graves síntomas de congelación.


En su lugar, murió otro integrante de su grupo: Igor Plyushkin, de 54 años.


El alpinista británico David Sharp no tuvo la misma suerte que Lincón: 40 escaladores pasaron a su lado cuando él moría y ninguno se ofreció a prestarle ayuda.


En su descargo habría que mencionar que a 8 mil 848 metros, ni el oxígeno ni las cuerdas ni los sherpas salvarán a un escalador cuyas fuerzas se agotan o cuyo organismo falla. Pero al menos pudieran intentarlo.


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