HACIA EL MARBajamos por el lado sur del volcán hacia esa intensa llama de luz que ha estado destellando durante todo el dÃa pero que vimos a la perfección desde la cima. Pero la bajada no fue fácil. No es sólo bajada, sino una intensa búsqueda en los caminos de lava para encontrar el camino menos complicado y también donde nuestras huellas produzcan el menor impacto en la vegetación, que tardarÃa muchos años en recuperarse de estropearla nosotros.
Al atardecer buscamos un sitio para dormir, pero no es fácil encontrarlo entra tanta roca afilada y, cuando lo hallamos, no es precisamente el sitio que nos gustarÃa si queremos observar el atardecer. Esa hora del dÃa es uno de los espectáculos más impresionantes que se puedan dar en el noroeste de México. Por eso éramos tan quisquillosos con el sitio para dormir. Al final, elegimos un sitio apenas suficiente, pero que nos dejaba ver el juego de luces.
Al otro dÃa estábamos ya caminando hacia el mar, pero antes debÃamos cruzar otro muy distinto, más pequeño pero igualmente inmenso: el desierto de dunas, ahà donde sólo hay arena. Conforme nos acercábamos, esa tenue lÃnea de color café muy claro que veÃamos desde la cima del Santa Clara se iba agrandando y se notaba una Â?playaÂ? muy marcada: ahà donde la vegetación termina. El verde da paso al color arena. ¿Cuánto tardarÃamos en ellas?
SORPRESASEra algo que no podÃamos creer del todo, pese a estarlo viendo, palpando. Estábamos a quince metros del inicio de las dunas y justo antes, como si fuera un estero de vida, habÃa una gran zanja donde habÃa árboles. Los baobaabs de El Principito me vinieron a la mente: pequeños y robustos, fuertes como ningún ser vivo para resistir la sequÃa del verano, algunos con raÃces de hasta 70 metros de profundidad.
Nos detuvimos y comentamos ese verdor mientras veÃamos la arena hacia la que nos dirigÃamos. Como el mar, las dunas imponen cierto respeto y asà nos quedamos, sentados en ese verdor como no queriendo nadar en arena todavÃa. Hasta que nos levantamos y pusimos un pie en ella, una arena dura donde los pies no se hundÃan pero donde quedaban perfectamente marcadas nuestras huellas.
A partir de entonces, hicimos una sola lÃnea de pisadas, salvo algunas ocasiones en que tomábamos fotografÃas o las veces en que Roberto se echaba a correr de pura alegrÃa, subiendo y bajando por las dunas, como un niño en parque de diversiones. Sinceramente, esperábamos un terreno más movible pero nuevamente las lluvias lograron esta arena compacta. Si uno pisa con fuerza, a veces aparece arena más oscura, húmeda.
Pero en otras ocasiones, la arena es efectivamente más oscura. Ceniza volcánica pintada a franjas en la arena. Eso me planteó preguntas que durarÃan toda la caminata.