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Montañismo y Exploración
VOLCANES Y DUNAS
28 diciembre 2003

Ahí donde el estado de Sonora se adelgaza y se dirige hacia la península de Baja California, está la Reserva de la Biósfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, una zona muy amplia de volcanes y desierto. El cruce de la reserva a pie cruzando el escudo volcánico y la parte más angosta de dunas es el tema de este artículo.







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DUNAS
Caminar es suave en las dunas. Poco a poco se sube en verdaderas montañas de arena hasta alcanzar la parte más alta para descubrir que más allá hay otra �cordillera� de arena. Subir y bajar, casi siempre en aristas finas, perecederas. Es un andar suave y silencioso. Sobre todo silencioso, de ese silencio que taladra los oídos. Sólo el crujir de la arena cuando la pisamos.
En la cima de la primera cordillera de dunas descubrimos que para llegar a la otra deberemos cruzar por una especie de oasis: una mancha vegetal entre ambas, muy curiosa. No es como si fuera un valle entre montañas, sino como otro cráter entre dunas. Un agujero verde donde abundan huellas de animales que no vemos por el mucho ruido que hacemos o porque su vida es nocturna. Huellas de caninos pequeños, liebres, muchísimos insectos �sobre todo el pinacate, ese pequeño insecto negro que le da nombre a la Reserva� y también huellas que las plantas han producido al moverse por el viento.

Este es un mundo aparte. No imagino cómo será atravesar esto en mayo, que es cuando el grupo de Altamira cruzó el desierto más al poniente. Por supuesto, es mucho más duro por el calor, por la arena más seca donde se hundían los pies y por la enorme reverberación del sol en esta superficie tan clara.
Pero si hay quienes han atravesado en la primavera tardía, también hay quienes han cruzado a mitad del verano, en la parte más ancha del desierto arenoso. Su forma de avance es similar a subir una montaña muy alta: hacen varias entradas para dejar el agua que usarán cuando crucen en definitiva. Fernando Ordaz, uno de los encargados de la Reserva, nos platicaba de un grupo de estadounidenses que lo hacen cada año desde hace muchos.
Nosotros apenas estamos probando lo que es este desierto silencioso, el que produce, como el mar, un miedo profundo. Alfredo escribiría después: �El primer día estuve a punto de desfallecer en la montaña. En el segundo, la experiencia de entrar a las dunas me llenó de miedo. pero estando dentro me sentí más relajado. Estaba ahí y no importaba más.�
Estábamos en el Gran Desierto de Altar.
ROMPER PARADIGMAS
Durante el día, había tenido la idea de caminar de noche. Pero el atardecer me mostró otra realidad. Las pequeñas ondulaciones que tiene cada duna hacían danzar mi vista y me mareaba. Encender la linterna no entraba precisamente en mis planes, así que buscamos un lugar para dormir. Fue una depresión entre las dunas más altas de esa segunda cadena.
En el fondo, sólo podíamos ver arena y estrellas. Casiopea, la Polar, el Dragón, Orión... un manto increíblemente bello que se iba convirtiendo en increíblemente frío. Y ahí, por segunda ocasión, Jorge se enfrentaba con el rompimiento de unas costumbres implantadas desde siempre:
�Pude romper con muchos paradigmas y eso me alegra mucho. Paradigmas como el no salir a la montaña sin tienda de campaña o el llevar siempre una buena cantidad de comida. En fin: fueron cosas que al alejarse de ellas sentí que no son tan imprescindibles como yo creía.�
Cierto. Sin tienda de dormir y prácticamente sin comida. Desde el principio habíamos establecido que lo más importante era el agua y la ligereza de la mochila. Nuestro peso era la ropa de dormir, como 250 gramos de comida por persona y agua.
Pero mientras tanto, estábamos bajo las estrellas, rodeados de arena. Marco, que leía por las tardes algunas poesías de Sabines, dijo que no era precisamente esa poesía la que necesitaba leer ahí. Entonces caímos en cuenta que detrás de ese silencio hacía falta la risa de un principito. No estábamos arreglando una avería de nuestro avión, como Saint Exupery, pero de todos modos sentíamos esa presencia.

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