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Montañismo y Exploración
VOLCANES Y DUNAS
28 diciembre 2003

Ahí donde el estado de Sonora se adelgaza y se dirige hacia la península de Baja California, está la Reserva de la Biósfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, una zona muy amplia de volcanes y desierto. El cruce de la reserva a pie cruzando el escudo volcánico y la parte más angosta de dunas es el tema de este artículo.







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Los pies andan sobre roca volcánica negra, esa roca cortante que lacera la piel al tocarla y que desgasta cualquier calzado con mucha rapidez. Alrededor, el verde de las choyas, de los sahuaros, de la multitud de plantas que están increíblemente verdes en invierno: consecuencia de una larga temporada de lluvias. Negro y verde. Es increíble lo verde que está el desierto para ser invierno. Esta vida sembrada por la lluvia durará.
Continuamente vemos hacia abajo, a esa enorme extensión que no tiene más obstáculos que el alcance de la vista: llanos inmensos donde apenas se dibuja la extensísima línea recta de la carretera, que ya no vemos desde aquí. Y en esa extensión, cráteres enormes, como si fueran muy antiguos. Demasiado quizá. Algunas veces sólo se ve el cráter, como si fuera agujero horadado en esta enorme superficie plana. Así es El Elegante, un cráter de más de 1,600 metros de diámetro, circular y simétrico.
Estamos subiendo al volcán Santa Clara, el más alto del escudo volcánico de la Reserva El Pinacate.
LA CIMA DE OTRO MUNDO
Poco a poco, el mundo va quedando a los pies, hasta que uno ya no encuentra un solo paso más que dar hacia arriba. Es la cima de El Pinacate, una de las tres cumbres del Santa Clara. Más allá, los otros dos picos que formaron el cráter del volcán, cuyo fondo pasamos hace una hora allá abajo. No es el punto más alto del planeta, pero en este momento estamos en lo más alto de la Reserva, a 1206 metros de altitud.
Muy lejos, hacia el suroeste, se yergue una majestuosa mole rocosa: la Sierra de San Pedro Mártir. Hay quien dice que el padre Eusebio Francisco Kino descubrió que Baja California era una península justo al llegar a la cima de El Pinacate, aunque sigo sin entender por qué se le da el crédito a Kino por ese hallazgo cuando en 1540 los barcos que iban a la par de la expedición de Francisco Vázquez Coronado a las Ciudades de Cíbola y Quivira ya habían llegado al final del Mar de Cortés y remontado un poco el Río Colorado. Errores que se perpetúan en la historia. Como sea, la costa de Baja California se dibuja claramente, como vista desde un barco.
A los lados, arena, sobre todo al occidente, donde se pierde de vista. Con la luz de invierno se pueden ver las sombras de las dunas. Enormes, considerando la altura a que estamos. Pero no vamos hacia allá. Nuestro viaje es en otra dirección: deberemos cruzar todo el escudo volcánico y finalmente entrar a las dunas para llegar a Puerto Peñasco.
En la libreta de cumbre, junto al Punto Geodésico instalado en plena cumbre, alguien apuntó: �Somos seis mexicanos y un colombiano...� Y tres anotaciones más tarde, Jorge Pachón, nuestro amigo colombiano, escribe: �Yo soy el colombiano del que hablan arriba...� En realidad somos siete seres humanos extasiados por la inmensidad. Karel escribiría días después:
�Sólo el desierto y la cima del Iztaccíhuatl han podido despertar en mí esa sensación de majestuosidad. Es una consecuencia de su tamaño, obviamente. En el Iztaccíhuatl se mide por las múltiples cumbres que aparecen una tras otra; aquí se mide porque no hay nada.�

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