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Montañismo y Exploración
VIAJANDO POR EL SILENCIO
15 enero 2003

La travesía del Gran Desierto de Altar en 34 horas, algo que puede ser comparado con el estilo alpino de la alta montaña.







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Avanzar el bastón, dar un paso; avanzar el bastón dar otro paso; así nos vamos abriendo paso en este basto océano de arena, viento y silencio llamado Altar.
Ubicado en el extremo noroccidental de Sonora, Altar es el lugar más caliente de todo el hemisferio norte con temperaturas máximas que han llegado a 56.7° C y uno de los más secos con una precipitación anual menor de 52 mm anuales. Altar es una de las regiones más inhóspitas del planeta así como una de las menos exploradas. Aun cuando Francisco Vázquez Coronado lo cruzó alrededor de 1540 y el Padre Eusebio Francisco Kino algunos años después de él; la primera travesía moderna de la cual se tiene registro se dio en 1977 por cuatro universitarios bajo el mando de Armando Altamira. Partiendo del kilómetro 100 de la carretera Sonoita-San Luis Río Colorado, viajando entre los meridianos 113°50� y 114°, llegaron tras cuatro días a Puerto Peñasco completando con ello un recorrido de aproximadamente 80 Km. Posteriormente han habido varias exploraciones como las dirigidas por José Cruz Narváez pero todas ellas se han concentrado en el lado oriental de la reserva.
Después de ser dejados en medio de la nada sobre la carretera, por Francisco Contreras de la oficina del Municipio de San Luis Río Colorado, nos preparamos para comenzar a caminar bajo el embate de un viento tormentoso. Me pongo a la espalda la mochila con más de 25kg de peso y comienzo a avanzar rumbo a una duna gigante de unos 50m de altura. Mi compañera, Elvia Ramírez, avanza muy cerca de mí quizá para protegerse de la arena que se mete por todos lados o quizá para sentir un poco de compañía en medio de esta inmensidad.
La primera hora fue bastante desconcertante, un momento antes estaba en una camioneta platicando sobre los problemas de la frontera mientras que ahora me encuentro leyendo un mapa para determinar el mejor rumbo a seguir. Todas las dudas del mundo se me vinieron encima cuando empezamos a caminar. ¿Estamos preparados? ¿Nos habremos bajado antes? ¿Venimos muy cargados? ¿Y si nos muerde una serpiente? Me duele un poco mi tobillo, ¿y si a la mitad ya no puedo seguir?
Estaba asustado y sentía mucha responsabilidad. No quería que nos pasará algo, definitivamente no estaba dispuesto a morir por cruzar Altar. En mi cabeza se arremolinaban las incontables voces que antes de venir nos decían que era muy peligroso, que no teníamos experiencia, que fuéramos poco a poco, que conociera mejor el desierto, que estaba muy inmaduro... Sin embargo, mientras luchaba con todo esto en mi interior, voltee a ver a Elvia, ella me miró de regreso y algo en su forma de verme me dijo: confía en ti mismo.
Estaba viviendo mi sueño e iba a luchar por realizarlo. Ese fue un punto crucial, en verdad lo más difícil del comienzo para mí fue deshacerme de todas esas personas que venía cargando, de todas esas opiniones, incluso mis pretensiones y expectativas. Una vez que lo logré me sentí sereno y pude empezar a ver, sentir y escuchar al desierto. Más Altar es un lugar tan poderoso que por momentos me sentía completamente intimidado por él. No obstante seguimos caminando, esperando que Altar nos dijera si debíamos seguir o dar marcha atrás.
Del punto inicial hasta la primera línea de dunas, que a lo lejos pareciera más bien un cerro, nos separan unos 20km. Aquí el suelo es completamente arenoso con algunas zonas duras. Todo esta más o menos poblado por arbustos secos que van desapareciendo conforme nos acercamos a las dunas. Aquí y allá rastros de vehículos... ¿narcos?
La temperatura, para nuestra sorpresa es confortable, incluso tenemos que ponernos los rompevientos en lo que entramos en calor pues el viento es muy fuerte. Una de las razones por las cuales pensé en venir a Altar es por que es un misterio. Casi no existe literatura sobre él y la gente que ha venido lo ha hecho en otra zona y en otras épocas, así que no sabíamos bien que esperar. Por ejemplo cuando Altamira vino, en primavera, las temperaturas llegaban fácilmente a los 40° C. Cuando Narváez vino en verano era mayor a los 50° C. Yo por mi parte tuve una experiencia sumamente fuerte cuando fuimos en primavera al desierto de Coahuila, donde aún cuando no teníamos termómetro, estimo que estábamos a poco más de 40° C. Esto fue en un desierto que no es ni tan cálido ni árido como Altar. Así que cuando planeamos la expedición lo hicimos bajo la hipótesis de que la temperatura máxima sería de 30-40° C.
Llego el mediodía y le pregunté a Elvia si quería descansar. Eso era lo planeado, pero dado que el calor era muy leve y nos presionaba que avanzábamos poco aún cuando nuestro paso era rápido, decidimos seguir. Así llegamos para el atardecer a la altura del gran erg que vimos en un principio. En realidad quería llegar a él y no, pues sabía muy bien que pasado ese punto nos internábamos verdaderamente en lo desconocido.
El erg era un coloso impresionante, me hubiera gustado subir hasta su cima, pero sabía muy bien que debía guardar mis fuerzas pues no sabíamos aún lo que tendríamos que pasar. Alrededor, las formas comenzaron a hacerse cada vez más caprichosas, la arena un espectáculo realmente hermoso. Similar a un glaciar, las dunas tienen además algo que no sabría describir, que le hacen sentir a uno que se encuentra en otro planeta. El sol comenzó a descender sobre el occidente. La luna, muy grande y llena, se veía ya con mucha claridad. Nos detuvimos en una hondonada para comer algo y taparnos pues comenzaba a hacer frío. Mientras comíamos unas barras energéticas, pudimos gozar de uno de los más bellos atardeceres que he visto. Me es muy difícil describir los colores, pero la sensación que me provocó, fue de seguridad, como si altar nos diera la bienvenida, incluso más.
�Tómale una foto� me dijo Elvia. Saque la cámara, tomé la foto y a la hora de guardarle dentro de la mochila, descubrí un pequeño escarabajo, que con sus pequeñitas patas dejaba sus huellas impresas sobre la finísima arena del Desierto. Elvia se movió y nuestro amiguito la siguió, se movió de nuevo y la volvió a seguir. Luego le dio por seguir a Elvia y de nuevo a mi.
Cargamos las mochilas, prendimos las lámparas y reanudamos la marcha. Si de día Altar parece un planeta diferente, de noche ese sentimiento se acentúa enormemente. En la noche todo es diferente, la perspectiva cambia, los colores son diferentes y uno se siente más solo que nunca.
�Vamos por allá, por lo plano, luego damos la vuelta en herradura, subimos la arista de esa duna y nos vamos aristeando hasta aquel punto� digo señalando el punto con mi bastón. Sin embargo algunos metros más adelante, lo que parecía plano resulto ser una subida de arena floja. Así nos pasó muchas veces: subidas y bajadas inesperadas, combinadas con arena floja y muchos rodeos, nos retrasaron mucho, a tal grado que cuando nos detuvimos a ver el mapa, sólo habíamos avanzado un kilómetro y medio en mucho tiempo caminado.
Desde que planeamos esta expedición, teníamos dos opciones, una ruta de 80 km lineales y otra de 60 km. Por supuesto que cuando empezamos queríamos hacer la larga, pero ahora el propio desierto nos obligaba a tomar una decisión. A esta velocidad, 1-1.5 km por hora en las dunas y 2-3.5 en lo plano, no llegaríamos a nuestro destino en los dos días planeados. Habíamos pensado en dos días por dos razones. La primera es que pensábamos en el desierto como una situación de sobrevivencia, algo parecido a la zona de la muerte: mientras más rápido salgas mejor. La segunda fue que ése era el tiempo en el que pensábamos poder recorrer la distancia deseada y a la vez el máximo tiempo que pensábamos poder soportar en una situación de esfuerzo continuado con falta de sueño.

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