LAS TRES AGUAS�ngel nos deparaba otra sorpresa. Cuando bajábamos de la zona de
momoxtles por la vereda que habÃamos encontrado, se detuvo de repente, se abrió camino con su machete y, cuando creÃamos que estaba perdiendo la cordura porque hacia donde iba no habÃa nada, se agachó y separó con sus manos anchas la vegetación de un pequeño agujero; después cortó una hoja grande y la metió para sacar agua. Se me antojaba absurdo beber de ahà cuando estábamos a dos minutos del rÃo. Entonces nos invitó a beber del Â?agua agriaÂ?.
Se trataba de agua mineralizada. Beberla en plena selva era una sorpresa y una delicia. Nos restauraba las sales perdidas con el sudor. Nos hartamos y pensamos en regresar con nuestros bidones para beber más de ella, pero Ã?ngel tenÃa otros planes.
Volvió a desviarse de la vereda y se adentró en otra zona. Cruzamos arroyitos una vez y otra hasta que se dio por satisfecho y dijo: Â?Esta es el agua de azufreÂ?. Estábamos a menos de 300 metros en lÃnea recta del manantial de agua mineralizada y lo que tenÃamos enfrente era agua de azufre, también un manantial. Después nos hizo dar otra ligera desviación y llevamos al Â?agua calienteÂ?.
Asà que en una zona muy reducida tenÃamos tres tipos de aguas. La presencia de sólo una de estas aguas serÃa de un valor enorme para quienes desearan vivir en la selva (según nuestros paladares, la de mayor peso era la mineralizada porque satiçsfacÃa con creces la sed... ¡en plena selva!), pero tener las tres era algo poco común. Mentalmente comencé a llamar a las Â?ruinasÂ? como
Sitio de las Tres Aguas.
SELVA Y CASCADASAl dÃa siguiente, nos desplazamos a otro campamento. Para nuestra delicia, también tenÃa agua agria pero encontramos una tienda de campaña sola y un Â?tendidoÂ? donde habÃa pasado la noche el guÃa. ¿Quiénes serÃan? Dejamos nuestras mochilas y nos internamos en la selva. Esta vez no habÃa duda: se trataba de selva. El dÃa anterior yo habÃa tenido la sospecha de que Ã?ngel se orientaba más que nada por el viejo método de ensayo-error y que asà habÃa terminado por encontrar el
Sitio de las Tres Aguas, pero esta vez no habÃa una sola caracterÃstica en el terreno que ayudase a orientarse y serÃa muy fácil extraviarse.
Pronto, mis sospechas se vieron derrumbadas: Ã?ngel era un hombre conocedor de la zona que la conocÃa como la palma de su mano. Los 30 años de haber trabajado, cazado y vivido en la selva le daban el mejor conocimiento de cada lugar. Por eso podÃa decir tranquilamente: Â?A partir de aquà nadie ha pasado antes.Â?
Nos llevó a un lugar y otro, siempre en la búsqueda de cascadas y de los rÃos más importantes. Era preciso conocerlos y tenerlos en cuenta para la futura exploración. Machete en mano, Ã?ngel se movÃa con una agilidad asombrosa, como si tuviera 20 años y el machete y su rifle 22 no le pesaran.
En pocas horas, habÃamos dejado atrás cualquier vereda y nos abrÃamos paso cortando plantas y más plantas. Para nuestra sensibilidad de citadinos preocupados por una selva que se está perdiendo, cortar tanta planta para sólo pasar cuatro personas por una sola vez estaba injustificada pero Ã?ngel tenÃa otra forma de pensar y aunque estuviéramos detenidos platicando, paseaba su machete por el aire y una planta caÃa. De nada servÃa decirle porque Â?asà es como se viaja en la selvaÂ?. Sólo una vez protesté con fuerza: Ã?ngel atacaba un helecho arborescente de tres metros de alto para tumbarlo completamente. Su respuesta fue: Â?Tengo hambre y el corazón se comeÂ?.
La cascada más alta que vimos medÃa unos 12 metros pero más que su altura, nos interesaba el agua que nos refrescó cuando nos metimos a ella. Y luego, de vuelta a caminar. Poco antes de oscurecer, estábamos de regreso en el campamento. Ya estaban ahà los de la tienda Â?abandonadaÂ?: Noé Castellanos y Jorge Neyra, que iban con ValentÃn Azamar y Jesús, dos de los miembros de la Red. HabÃamos planeado hacer este viaje juntos pero por algunas razones sólo nos encontramos ese último dÃa y precisamente en el campamento, cuando las incursiones habÃan terminado. En su viaje habÃan encontrado manadas de monos. Lo que
TIERRA DE PLATACuando bajábamos a la cañada, durante el primer dÃa, Ã?ngel nos habÃa hablado de una mina de plata. Estaba unos cuantos metros por encima del amplio camino por donde bajábamos y decidimos dejarla para el regreso.
La mina habÃa sido descubierta por un ingeniero que trabajaba para el gobierno y que usó los recursos que le daba su trabajo para localizarla, pero nunca la denunció sino hasta que lo hizo por su cuenta. Gastó todo lo que tenÃa en colocar la infraestructura propia de una mina: hacer el socavón principal, abrir el camino, colocar máquinas y un molino. Pero cuando ya tenÃa todo, jamás encontró a otro socio que quisiera compartir los riesgos y ganancias de una mina de plata y pirita. La gente preferÃa el oro verde que se cortaba en gran cantidad entonces.
Subà hasta la mina. Era un socavón bajo y estaba inundado por unos 15 centÃmetros de agua en la entrada, lo que me quitó las ganas de explorarla más adentro. Del socavón dejaban caer las rocas extraÃdas que eran recogidas en el camino y llevadas a un molino pero el proceso de extracción lo hacÃan en otro lado. Ã?ngel recuerda que salÃa un camión lleno de Â?piedra molidaÂ? a la que nadie hacÃa caso en la abundancia de la madera fina.
LA SIERRAHabÃamos pasado unos dÃas en la sierra. HabÃamos probado la selva y el agua rancia... El agua rancia... Y los mosquitos nos habÃan probado a nosotros. HabÃamos hecho incursiones que, además de darnos una idea de lo que era la zona que pretendÃamos explorar, nos habÃa abierto los ojos a todo lo que podrÃamos encontrar si lo hacÃamos con profundidad. Nos resistÃamos a dejar ese lugar con agua agria, el griterÃo de pájaros y los largos silencios. Yo sentÃa que debÃa quedarme para buscar más. Pero inmediatamente saltaba la pregunta: Â?¿Más qué?Â? Entonces se hacÃa urgente el regreso a la ciudad para investigar, meterse a los libros de arqueologÃa, de historia, de botánica o de antropologÃa para tener una perspectiva de lo que podrÃamos encontrar.
Después de todo, cualquier exploración es siempre eso: una búsqueda incesante que inicia y termina en el escritorio, pero que sólo es parte de otra exploración.