Es un solo canto... Claro y diáfano. Es el clarÃn. Pero sólo lo hemos escuchado hasta acá, lejos de todo. Hemos caminado por horas y hasta el camino desapareció. Ã?ngel Fernández, nuestro guÃa, se guÃa por su extraordinaria memoria y abre camino con su pequeño machete que más parece un cuchillo grande.
Nos dirigÃamos hacia la sierra más alta, que era donde la selva era más natural. De repente, Ã?ngel se detuvo y dijo: Â?A partir de aquà nadie ha pasado antesÂ?. Volteé para todos lados. Era un sitio como cualquiera otro en la zona donde habÃamos andado, pero él lo reconocÃa sin ninguna duda y el cómo lo hacÃa era algo que no entendÃamos.
Estábamos en la selva, en busca de rutas de escape para una exploración de mucho mayor escala que tenÃamos planeada para meses después. Era una selva y una sierra, que nadie habÃa cruzado antes, según nos decÃa la gente y, por supuesto, no era cosa de meterse para quedar atrapado. Por eso esta breve prospección.
En la sierra, conocida como �zona núcleo�, habitaban los
serranos, un grupo indÃgena que se mantenÃa siempre al margen de las comunidades de la Â?zona de amortiguamientoÂ?. Pero con todo, su última comunidad estaba lejos de donde andábamos.
LA RED ECOTURÃ?STICAHabÃamos llegado a la comunidad de Las Margaritas, a la orilla del gran lago de Catemaco. AhÃ, algunas personas de la Red Comunitaria de Ecoturismo de los Tuxtlas nos habÃan puesto en contacto con Ã?ngel, un hombre de 55 años con la sonrisa siempre en la cara y las maldiciones en los labios. Pronto aprendimos que el Â?hijo de su pinche madre, cabrón...Â? era tan común en él como respirar y sólo nos quedaba reÃrnos por sus ocurrencias y anécdotas pintadas siempre con ese estribillo. Después de todo, la gente de la zona es conocida por el uso de este tipo de interjecciones.
La Red es una organización de comunidades que han descubierto que el ecoturismo es una fuente de divisas y que están trabajando para lograr atraer mayor cantidad de turistas bajo programas interesantes de observación de aves, senderos interpretativos y campamentos naturales. Pese a ser interesante el sesgo de Â?autosuficiencia sustentableÂ? que tenÃa la Red, a mà no me atraÃa particularmente pasearme con un grupo guiado y me sentÃa un poco atrapado entre tanta cortesÃa. Lo que deseábamos era ir a la sierra, esa que parecÃa tan pequeña desde el lago. Después de todo, por más alto que fuéramos, nunca llegarÃamos a los dos mil metros de altitud.
PRIMERA SIERRAAsà que después de un par de dÃas estábamos caminando en la parte alta de la primera sierra, algo asà como una introducción a lo que serÃa la sierra alta, la de selva, porque ahà caminábamos en una zona libre de todo árbol que habÃa comenzado a talarse hacÃa varias décadas hasta quedar sólo un pastizal enorme donde pace el ganado. Sin protección del dosel de la desaparecida selva, el sol es un auténtico crisol de todo lo que toca, incluidos nosotros. Una hora después, cuando alcanzamos la seguridad de la sombra de la vegetación que comenzaba a ser selva, nos preguntábamos cómo habÃa sido todo aquello antes.
Yo trabajé aquà desde hace 30 años. Cortábamos los palos [árboles] para nuestro patrón. Yo siempre trabajé con él y a veces me Â?prestabaÂ? a otro. Algunas veces trabajé hasta por un año Â?prestadoÂ?, pero siempre cortando palos. Nos pasábamos una semana, dos semanas y hasta un mes aquà y luego Ãbamos a nuestras casas a ver a las familias. Era difÃcil de comprender. Nosotros habÃamos cruzado aquello en poco más de dos horas cuando antes ellos, los que conocÃan bien la selva, lo hacÃan en casi un dÃa. HabÃamos subido en un 4 por 4 hasta la parte alta, y luego caminado hacia el fondo de una cañada. Ã?ngel nos habÃa hablado de sus estancias en la selva.
A veces, cuando terminábamos de trabajar, yo agarraba mi 22 y me iba al monte. Agarraba un tepezcuintle o un faisán [ocofaisán] y regresaba. Asà tenÃamos carne. Una vez se nos perdió un hijo de su pinche madre, cabrón, que se fue hasta allá arriba... LA CIUDAD OLVIDADACuando llegamos al fondo de la cañada, la selva, aunque alterada, comenzaba a ser lo que esperábamos: árboles altos y frondosos, helechos de todos tipos, cantos de aves y un ancho rÃo donde terminamos sumergidos un rato. Después del calor de la marcha, eso era un auténtico regocijo, con agua clara y fresca que detendrÃa toda nuestra sed.
Dejamos las mochilas en algún lado para subir del otro lado del rÃo y comenzamos a subir con lo mÃnimo. El camino pronto desapareció de nuestra vista, pero no de la de Ã?ngel, que iba en una dirección en la que habÃa menos vegetación. De repente se detuvo y nos dijo:
Â?Aquà encontré una calavera de piedra. Era de este tamaño Â?e hizo el tamaño con sus manos, aproximadamente del de una cabeza de tamaño normalÂ?. Yo me la iba a llevar pero pesaba mucho y andaba tras un tepezcuintle. Luego regresé adonde dormÃamos y les dije de la calavera. Uno me dijo que se la regalara y ese hijo de su pinche madre, cabrón, no me dejó en paz hasta que regresé por ella y se la di. Era bonita y no sé qué habrá hecho con ella.
Tiempo después (Ã?ngel no podÃa precisar cuánto) llevó a tres mujeres que estudiaban Â?antroporqueologÃaÂ? (en realidad lo murmuraba tan ininteligiblemente que no se sabÃa si era antropologÃa o arqueologÃa) y escarbaron en un montoncito de tierra y con Â?un ganchitoÂ? fueron sacando pedazos de cerámica que se llevaron.
Esa calavera de piedra y esa cerámica abrÃa una perspectiva que no esperábamos en los Tuxtlas. ¿Una zona de vestigios arqueológicos? Pronto nos llevó a una zona aproximadamente plana. Estaba cubierta de selva pero se veÃan claramente Â?cerritosÂ? que no eran naturales. Los nahuas denominaban a esos cerros
momoxtles y en muchos lugares indicaban el lugar donde una pirámide habÃa sido enterrada por los propios indios al percatarse que los conquistadores españoles destruÃan cada una que encontraban a su paso, de tal manera que se podÃa seguir una larga serie de
momoxtles por dÃas enteros.
Pues bien: estábamos en una zona similar. Se podÃa ver con claridad la distribución de los
momoxtles que en conjunto habrán formado una ciudad de dimensiones regulares, pero enorme para la zona que era entonces: selva alta. Pero por mucho que estuve indagando en la zona Â?y Ã?ngel me ayudó mucho al indicarme algunos sitiosÂ?, no pude hacerme una idea de su organización. Por supuesto, busqué el juego de pelota, que Ã?ngel describÃa de manera vaga como Â?un agujero como un patio y cerritos a los ladosÂ?. Pero no pudimos hallarla.
En el estado en que estábamos, nos era imposible hacernos una idea de lo que habÃa sido esa ciudad. Claro: estábamos en la zona olmeca y en la selva todavÃa abundan jaguares y pumas, jilgueros y clarines, nauyacas y tapires. Lejos de la costa e incluso de la Laguna de Catemaco, era difÃcil encontrar contestar a la pregunta de qué hacÃa ahÃ. Nos regresamos con nuestras dudas y cargados de sed.