Llegó el estÃo y con él, una nueva temporada de exploración para el Grupo Espeleológico Universitario (GEU), en lo que se ha convertido en una promesa para el quehacer de un grupo multidisciplinario: la zona cercana al poblado montañés de Ixtacxochitla, municipio de Coyomeapan, en el estado de Puebla. Recientemente se cumplieron diez años de realizar exploraciones en esta zona, enclavada en el corazón de la Sierra Negra, justo en un punto donde convergen los estados de Puebla, Veracruz y Oaxaca, y en la cual se localizan también otras cavidades ya célebres como Akemati, Akemabis y La Cumbre, entre otras. Este relato es una apreciación del autor de la expedición realizada en Abril de 2003, y una perspectiva de sus logros.
EL ACERCAMIENTO
Partimos de la Ciudad de México un viernes a las 11 de la noche, manejando toda la noche para llegar hacia las 8 de la mañana del otro dÃa, por camino de terracerÃa, hasta el poblado de Zacatilihuic. De ahà en adelante, deberemos caminar alrededor de quince kilómetros, siguiendo pequeñas veredas en la sierra, bordeando los interminables barrancos, donde los desniveles entre el fondo y la cima de la montaña superan los mil metros. Seguimos un camino delineado por veredas angostas utilizadas por los moradores, población que en su mayorÃa aún utilizan la lengua mexicana (náhuatl). Auxiliándonos de mulas que nuestros amigos locales nos rentan, transportamos un promedio de 60 kilogramos de equipaje y comida por cada uno de nosotros.
Mientras nos aproximamos notamos cambios en el terreno que antes conocÃamos como selva y bosque mixto: manchones sin árboles aquà y allá, en las laderas de los cerros. En los últimos años, los pobladores han ampliado su zona de cultivo hacia las partes más altas de la sierra, con el método de "roza, tumba y quema", lo que ahora nos muestra su devastador efecto. Aún es prematuro decir que existe un cambio irreversible en el ecosistema: la capacidad de la naturaleza para recuperarse es alta dadas las constantes precipitaciones, pero tampoco debemos subestimar la capacidad del hombre para avasallarla cuando su necesidad es grande.
Hacia las dos de la tarde Ixtacxochitla aparece ante nuestros ojos. Alcanzamos a distinguir la silueta de un nuevo campanario y a su lado la ladera de un cerro cubierto por infinitos fragmentos de roca caliza (carbonato de calcio), signo del enorme potencial de esta zona para la formación de cavidades por la erosión del agua, abundante en esta zona. En el hogar de Juanita y Goyo, amigos del Grupo ya por largo tiempo, disfrutamos de un rico café, frijoles con huevo y tortillas, y seguimos adelante.
La última parte del recorrido siempre parece interminable. El ascenso a la montaña detrás de la cual esta el campamento base es bastante em-pinada. Nuestra meta: llegar hasta una cavidad en un costado de la montaña que tradicionalmente hemos llamado Chantoro ("refugio" en náhuatl), el común sitio de reunión del grupo, donde por diez años hemos planeado, imaginado, pasado frustraciones, pero también nos hemos emocionado con nuevos descubrimientos y experiencias enriquecedoras.
Los últimos doscientos metros de caminata al Chantoro los hago a solas, como un ejercicio para la memoria y para los sentidos. Recuerdo la pared a mi izquierda, en mi mente aparece el tupido bosque que antes atravesé, y que ahora se reduce a maleza reciente y restos de la última roza. Tomo un respiro y miro a hacia el vacÃo: la vista hacia el oeste es incomparable. A esa hora ya son visibles las luces de Tepepa, el poblado al otro lado del barranco. Me pregunto como se verá el Chantoro desde allá abajo: seremos apenas intermitentes puntos de luz en la pared de la montaña.
EL ENCANTO
El Grupo Espeleológico Universitario realizó este verano impor-tantes avances en la prospección de nuevas rutas en el Sótano de El Encanto, en la base del volcán Tzinzintepetl, aproximadamente a 1,800 metros sobre el nivel del mar. A esta altura, en clima en la montaña es muy variable. En unos pocos dÃas, tuvimos sol abra-sador, neblina, lluvia constante, frÃo y ventarrones que llegaron a levantar nuestras tiendas de campaña, cambiando de un elemento a otro en cuestión de horas.
La primera incursión a El Encanto se hizo por el cañón del mismo nombre, el cual ha sido disimulado por la vegetación circundante hasta tal punto, que el abismo se hace aparente solo hasta que estamos a unos cuantos metros de él. Las paredes del cañón están recubiertas por una suave alfombra de musgo que le dan una apariencia tersa. Al fondo, el arroyo entra en la caverna, como una más de los cientos de pequeñas tributarias que han dado forma a este sistema durante miles de años.
Observamos también algunos vencejos con su incesante ir y venir entre los huecos de la roca. Ponemos la primera lÃnea y descendemos a la base del cañón, donde nos encontramos aún marcas de la topografÃa realizada en otras expediciones. Entramos a la galerÃa y enseguida se nos une nuestra compañera inseparable: la oscuridad.
Al descender siento ese hormigueo en el estómago, esa sensación que, al madurarla, convertimos en emoción y en un sentido de alerta que nos hace sentir vivos.