Joe Kane. El descenso del Amazonas. La primera travesía completa por el río más salvaje del mundo. Ediciones B, Barcelona. 1998. 382 páginas. ISBN: 84-406-8716-8
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—No se trata de ganar al río —dijo Chmielinski—. El río gana siempre y no le importa. Probamos el río porque hay que probar. Las aguas bravas son, cómo diría yo, como desangrarse...—Se mete en la sangre.—Sí. Está en tu sangre. Es algo que nunca olvidas.
—Los ríos tienen su propio lenguaje —dijo Truran—. Su propia cultura. No estamos en Perú. Nos hallamos en un lugar que habla a través de corrientes y remansos, cascadas, toboganes y estanques. Hoy sólo hemos recorrido un kilómetro y medio. ¿Puede haber un kilómetro y medio más soberbio?
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El Amazonas, ese río que en 1971 había sido determinado por Loren McIntyre como el más largo del planeta, es el objetivo de una expedición a la que Joe Kane es invitado como escritor. El objetivo es descender el Amazonas desde su fuente hasta el Atlántico, con un recorrido de 6,300 kilómetros de río y un desnivel de 5,100 metros. La expedición estaba compuesta por:
"Nueve hombres y una mujer en total; un cristiano converso, un católico, un cristiano científico, agnósticos y paganos de diversos tipos; dos polacos, un británico, un costarricense, un norteamericano; cuatro esposos, dos padres; convicciones políticas desde al extrema izquierda hasta la extrema derecha. Sólo cuatro llegarían al mar." (p. 37)
Llegar a la verdadera fuente del Amazonas era como "desenrollar una pelota de cuerda e intentar decidir cuál de los diminutos hilos fragmentados de su centro es en realidad el extremo. Por definición aceptada de manera general, la fuente de un río es el afluente más lejano a su desembocadura (y no, por ejemplo, el afluente que lleva el mayor volumen de agua)." (p. 56)
"¿Importan estas diferencias? No. Estamos hablando en realidad de una distancia de apenas un kilómetro y medio, lo cual difícilmente merece ser discutido en el contexto de un río de seis mil trescientos kilómetros de longitud. El hombre debe poner nombre a las cosas aun cuando sus definiciones eliminen la poesía natural de éstas, pero la fuente del Amazonas no es un estanque en concreto ni un solo trozo de hielo. Es el lugar entero, todo aquel entramado gris y frío. La cascada helada y el lago McIntyre, pero también la bruma, el viento, los picachos y el frágil encaje de barro y hierba que se derrama bajo la pared de la montaña." (p. 58)
En un principio, el descenso del río es tan difícil que la expedición consta de dos partes esenciales: la gente de tierra sirve de apoyo a los kayakistas que se adentran en un río difícil. "Debajo de nosotros los kayakistas se abrían paso despacio por el Apurimac sembrado de rocas... a veces no encontraban más que cincuenta metros navegables entre cada transporte, y además el río, con sus coladores, socavones y sifones, era más difícil que nunca. Había días en que podían considerarse afortunados si avanzaban un kilómetro." (p. 104)
En esta parte del recorrido, el libro se siente pesado, pastoso, con un ritmo que se quiere evitar y no se puede. Aparecen constantemente los caracteres de los participantes, sobre todo las diferencias. Joe Kane había sido invitado por François Odendaal, pero en el terreno se da cuenta que el líder nato es Piotr Chiemlinski, un polaco que en 1983 había hecho el primer descenso del Cañón Colcá. Las fricciones se producen constantemente y el lector no termina de saber qué pasa, sobre todo porque Kane va en el grupo de tierra. ¿Se podrá disfrutar de la navegación del río más largo del mundo contada por una persona que no participó activamente en ella?
Durante un descanso en Cusco se enteran de que no son los únicos en pretender tal recorrido y Chmielinski "no había venido a Suramérica para ser el segundo equipo en descender el Amazonas. Si no se planteaban ser los primeros se iría a su casa." (p. 106) Además, los planes cambian:
"Chmielinski propuso un nuevo plan: poner en el río dos balsas de aguas bravas. Guardaba una en Cuzco y Goycochea le prestaría la otra junto con un guía que los acompañaría los primeros cuarenta kilómetros. Las dos balsas transportarían todas las provisiones, el equipo y el personal de la expedición excepto Biggs y Truran, que descenderían en kayak." (p. 126)
Mientras esperan la salida hacia el Apurimac, "Recibimos noticias al mismo tiempo alentadoras e inquietantes: el equipo suizo había abandonado el río. Uno de los hombres estaba herido de gravedad, se rumoreaba que una roca había caído y le había aplastado la pierna. No hablamos al respecto. Las sombras dieron paso a la noche. Nuestro guía no se presentaba. Llegó un segundo mensaje: el guía había huido de Cuzco. No quería descender el Apurimac, ni siquiera parte de él."Era demasiado tarde para alterar nuestros planes. Por la mañana nos pusimos en marcha sin él." (p. 127)
"Si nos hubiésemos parado a pensarlo —y algunos de nosotros lo hicimos— quizá nos habríamos dado cuenta de la tremenda idiotez que estábamos a punto de cometer. Nos proponíamos desafiar el tramo más arriesgado de uno de los ríos de aguas bravas del planeta con lo que, en realidad, eran tripulaciones novatas. Chmielinski y Bdzak eran expertos con la balsa, Truran y Biggs con el kayak. Pero Odendaal y Jourgensen eran sólo principiantes en aguas bravas y el resto de nosotros... carecíamos por completo de experiencia." (p. 131)
A partir de ese momento el libro toma una vida inusitada. Las vivencias son en primera persona y el autor se describe como el novato que es, sin pesadumbre. Y también inicia la distinción de cada una de las personas de un modo más práctico, sobre todo en el caso de Chmielinski:
"El Apurimac puso a prueba de manera especial sus dotes de capitán y maestro del cuarto y último día de nuestro movido descenso desde el puente militar hasta el puente de Cunyac, cuando nos enfrentamos a nuestro peor rápido. De hecho se trataba de una serie de rápidos, todos ellos de Clase Cinco, que significa algo así como «alto grado de dificultad técnica y, si comete un error, consecuencias posiblemente mortales». Algo así como «Mortal, no es problema». (Los rápidos de Clase Cinco son considerados como el límite máximo de aguas navegables.)"Nos pasamos dos horas explorando esta cadena de rápidos, de algo más de medio kilómetro de longitud. Por último, Chmielinski escogió una línea de descenso. En lo alto del rápido dos peñascos formaban un tobogán estrecho. Al abrirse paso por el tobogán, el río se comprimía de unos quince metros de ancho a cinco. A continuación explotaba tobogán abajo como el gas al salir de un carburador, se derramaba por una cascada corta y en el fondo formaba un «guardián», una ola que retrocede sobre sí misma. El que se ve atrapado en un guardián da varias vueltas aturdidoras antes de escapar. La gente que los ha vivido llama también a estas olas el «Corre que te pillo»."Nada más ver la turbulenta maraña que había debajo de esto sabías que podía enviarte a casa en una silla de ruedas."—Es mortal —dijo Chmielinski cuando hubimos terminado de explorar la bajada."—Yo conocía lo que venía a continuación: «No es problema»..."De vuelta a la balsa, Durrant preguntó por el rápido."—Es un trozo de tarta —dijo Chmielinski." (p. 136-137)
Y dentro de ese río que espanta no sólo al novato sino hasta los experimentados, el Abismo de Acobamba es la parte que más intensa se lee:
"A continuación el río giró bruscamente a la izquierda y penetró en una garganta tan empinada y estrecha que sus paredes parecían pender encima de nuestras cabezas. Aunque era mediodía el sol no llegaba al agua. El río era tremendo: veloz, marrón de barro, turbio a causa de la lluvia y cada vez más alto, atestado de rocas que se alzaban por encima de nuestra flotilla."Era el Abismo de Acobamba." (p. 147)
"—Esto es lo peor —dijo—. No se puede volver atrás, no se puede portear, no se puede salir, el agua se va delante de ti. Aunque sea una cascada lo único que podemos hacer es seguir adelante." (p. 156)
"Según se acercaba cada rápido (y eso es lo que sentíamos, que los rápidos cargaban contra nosotros) yo me preguntaba "¿Es éste el que vamos a menospreciar, el que nos va a tragar para siempre?" En las caídas más grandes yo me lanzaba de un mundo vergonzoso hacia la red del centro: no quería tener que nadar de nuevo." (p. 194)
Al finalizar el Apurimac, el jefe inicial de la expedición se separa de ellos y sólo continúan cuatro, los que llegarán al Atlántico. Esta vez, dos son de tierra y dos van en kayak. Es ahí, en el Amazonas, donde Joe Kane aprende a usar el kayak de aguas bravas y, posteriormente, el de mar.
Sin embargo, el final del Apurimac no marca el fin del libro, pues les faltan miles de kilómetros; aunque la intensidad es disminuida, las vivencias son fuertes en medio de la selva: "El orden estaba en otro lugar, en la puna sin fin, que avanzaba yerma e inmutable hasta donde alcanzaba la vista y hasta donde podía imaginar el corazón. Pero en el suelo de la selva la vida doméstica era un ejercicio de puro minimalismo. El hogar era una plataforma, cuatro postes, un techo de paja, una hamaca y una mosquitera, todo ello rodeado por un voraz caos verde. Día tras día la jungla debía ser contenida, disciplinada y adecuada al orden humano o a su ilusión." (p. 233)
Los peligros dejan de ser los rápidos para ser los militantes de Sendero Luminoso (y Kane es norteamericano), los narcotraficantes y las crecidas del río en plena estación de lluvias, pero no los animales: "—Parecen ustedes gente de Lima —dijo—. Esperan ser atacados por feroces animales, serpientes e insectos. Pregunten a Rosa. Tiene veinticuatro años, ha vivido toda su vida en la selva y no ha visto nunca un jaguar. Y tampoco la ha mordido nunca una serpiente. Todos los días los niños de la escuela nadan en el Tambo. Y no se los han comido las pirañas." (Torres, un habitante de la selva, cit. en p. 244)
¿Qué era lo que llevaba a Joe Kane a descender el Amazonas cuando al principio había denegado la invitación?
"...mis motivos para estar en el Amazonas no parecían valer la pena. La idea de recorrerlo desde el nacimiento hasta el mar y con mis propias fuerzas parecía una colosal burla. El kayak exigía tanto que en realidad no veía nada del río. Estaba dispuesto a renunciar."Tres cosas me hicieron cambiar de idea."En primer lugar, Chmielinski. Era un hombre de hierro. No me necesitaba en el río. Pero cuando insinué que yo era un obstáculo, lo cual era evidentemente cierto, y que lo más adecuado era que dejase el kayak, se mostró indignado. Ni hablar. Él continuaría de todos modos, pero preferiría hacerlo conmigo. Y lo dijo con tanta sinceridad que le creí."En segundo lugar, Bdzak y Durrant. Habían esperado en Atalaya casi una semana para poder coger una [lancha] Jonson y habían llegado a Pucallpa unos días antes que nosotros. Me alegré enormemente de verlos, y no sólo porque ellos tuvieran nuestras provisiones y suministros médicos. Eran mi familia. Estábamos juntos en esta empresa."Y, por último, tuve que enfrentarme con crudeza a mis opciones..."En el Amazonas uno espera ver loros, guacamayos, periquitos, tucanes, pero el buitre es el ave del futuro amazónico. Es la única especie indígena que prospera en la cenagosa estela del hombre."La escena me bastó. Sospechaba que en un barco a motor, incluso en una embarcación tan estupenda como el Jhuliana, el viaje hasta el Atlántico sería como un juego de rayuela de un nido de buitres a otro nido de buitres, de Pucallpa a Pucallpa. Merecía tener la posibilidad de ver lo que había en medio, el verdadero Amazonas." (p. 271-272)
El Amazonas, un río largo, un "río-mar" donde les dicen: ""Sabíamos que venían." No nos estábamos deslizando por la selva solos y sin ser vistos. Éramos huéspedes." (p. 287)
Las transformaciones sucesivas de los expedicionarios son notorias hasta que llegan al punto de sentirse extraños fuera del río.
"Durante semanas, meses me había regodeado en el rol de persona sofisticada. Había traído noticias del mundo moderno a los asombrados primitivos. Pero aquí en Manaos, de pie en lo alto de este edificio, vestido con mis desaliñados pantalones caquis y las malditas zapatillas del abuelo, comprendí que mi lugar estaba en el río, algo que tenía muy poco que ver con Manaos." (p. 341)
"—Un solo día fuera del agua y ya no me siento cómodo. Ése es mi hogar —dijo señalando al río—. Siento que conozco ya ese Amazonas. Y no quiero estar lejos de él."Me sorprendió comprobar que estaba de acuerdo con él." (p. 353)
"...habíamos viajado juntos durante seis meses, y, aunque nos faltaban al menos tres semanas para llegar a nuestra meta, todos, cada uno a su manera, estábamos amilanados frente a la conmoción psicológica que sin duda iba a representar nuestra llegada al Atlántico. El río nos había exigido tanto, día a día, que ahora nos costaba trabajo imaginar el mundo sin él." (p. 360-361)
Casi en la desembocadura, tienen que tomar una decisión más: "En la desembocadura del Amazonas una isla mayor que Suiza divide el río. Unos siete octavos del caudal del río fluye hacia el norte alrededor de la isla, que se llama Marajó..."Estaba en juego la cuestión de la supremacía. Si se mide por la ruta norte, el amazonas es el segundo río del planeta, cien kilómetros más corto que el Nilo. S se mide por la ruta sur, es setenta y cinto kilómetros más largo que el Nilo... Habíamos empezado a partir de la fuente más lejana del río; era por lo tanto lógico que siguiéramos el curso más largo hasta el mar." (p. 365-366)
La llegada al Atlántico se produce con algo que no esperaban: cientos de kilómetros antes, se encuentran con mareas que dificultan su movimiento, pero al final, el 19 de febrero de 1986
"Chmielinski se inclina, hace un cuenco con las manos y se lleva el agua a los labios."—Sal —dice." (p. 379)